Gustavo Pedrolli estaba a punto de sumirse en el sueno de los justos, abrazado a la espalda de su mujer. Lo embargaba un duermevela nebuloso y placentero que el se resistia a trocar por el simple sueno. El dia le habia deparado una emocion distinta a cualquiera de las que habia conocido hasta entonces, y aun no queria desasirse de tan grato recuerdo. Trataba de evocar cuando se habia sentido tan feliz. Quiza en el momento en que Bianca le dijo que se casaria con el, o el dia de su boda, en un Miracoli lleno de flores blancas, mientras la novia subia de la gondola al muelle y el bajaba la escalera corriendo a tomarla de la mano, ansioso por cuidarla siempre.

El habia tenido otros dias felices, desde luego -cuando termino la carrera de Medicina, o cuando fue nombrado ayudante del jefe de Pediatria-, pero era una felicidad distinta de la dicha que lo habia inundado antes de cenar, cuando acababa de banar a Alfredo. Le habia prendido los extremos del panal con dedos habiles, le habia subido el pantalon del pijama y luego le habia puesto la chaqueta de los patitos, jugando, como siempre, a buscar la mano dentro de la manga. Alfredo chillaba de gozo, tan sorprendido como su padre, de ver asomar sus deditos.

Gustavo tomo al nino por la cintura columpiandolo arriba y abajo mientras Alfredo agitaba los brazos al mismo ritmo.

– ?Donde esta el nino guapo? ?Quien es el tesoro de papa? -pregunto Gustavo. Y, como siempre, Alfredo levanto un punito precioso, extendio un dedo y se aplasto la nariz, mientras miraba fijamente a su padre con sus ojos oscuros y luego se senalaba a si mismo abriendo y cerrando los brazos y gorjeando de jubilo.

– Muy bien. Alfredo es el tesoro de papa, el tesoro de papa, el tesoro de papa. -Mas balanceo y vuelta a bracear. Gustavo no lanzo al nino al aire: Bianca decia que el pequeno se excitaba mucho si jugaban a eso a la hora de acostarse, por lo que solo lo subia y lo bajaba unas cuantas veces, dandole algun que otro beso en la nariz.

Llevo al nino a su habitacion y lo acosto en la cuna, sobre la que planeaba una galaxia de figuras. La comoda era un zoo. Abrazo al nino con delicadeza, consciente de la fragilidad de sus costillas. Alfredo gorgoteo y Gustavo hundio la cara en los suaves pliegues del cuello del nino.

Bajo las manos y, sosteniendo al nino con los brazos extendidos, volvio a preguntar con una cantilena:

– ?Quien es el tesoro de papa? -No podia contenerse. Nuevamente, Alfredo se toco la nariz y Gustavo sintio que el corazon le rebosaba de gozo. Los deditos se movieron en el aire hasta que uno de ellos toco la punta de la nariz de Gustavo y el nino dijo algo que sonaba como «papa», agito los brazos y abrio la boca en ancha sonrisa ensenando unos dientes diminutos.

Era la primera vez que Gustavo oia al nino decir esta palabra y se sintio tan conmovido que, involuntariamente, se llevo una mano al corazon. Alfredo cayo sobre el hombro del padre y, afortunadamente, Gustavo tuvo el reflejo, nacido de su experiencia en el trato con ninos asustados, para decir, en tono festivo:

– ?Quien quiere esconderse en el jersey de papa? -Apretando a Alfredo contra su pecho, se quito una manga de la chaqueta de punto y envolvio al nino riendo a carcajadas de aquel juego nuevo, tan divertido-. No, no, no puedes esconderte ahi. No, senor. Es hora de dormir. -Levanto al nino, lo puso en la cuna boca arriba y lo arropo con la manta de algodon-. Que tengas bonitos suenos, mi principe -dijo, lo mismo que todas las noches desde que Alfredo habia empezado a dormir en la cuna. En la puerta se paro solo un momento, para que el nino no tomara la costumbre de tratar de retener a su padre en la habitacion. Al mirar aquel bultito de la cuna, sintio lagrimas en los ojos y las enjugo rapidamente, porque le daba verguenza que Bianca las viera.

Cuando entro en la cocina, Bianca estaba de espaldas a la puerta, escurriendo los penne. Gustavo abrio el frigorifico y saco una botella de Moet del estante de abajo. La puso en la encimera y bajo del armario dos copas altas de la docena que la hermana de Bianca les habia regalado cuando se casaron.

– ?Champan? -pregunto ella, tan curiosa como complacida.

– Mi hijo me ha llamado «papa» -dijo el retirando el papel de estano. Rehuyendo la mirada de escepticismo de ella, agrego-: Nuestro hijo. Pero por esta vez, porque me ha llamado «papa», voy a llamarlo mi hijo durante una hora, ?de acuerdo?

Al ver su expresion, ella abandono la pasta que humeaba en la olla. Tomo una copa en cada mano y se las presento inclinandolas ligeramente.

– Llenalas, haz el favor, para que brindemos por tu hijo. -Entonces se empino un poco y le dio un beso en los labios.

Como en los primeros tiempos de su matrimonio, la pasta se enfrio en el fregadero, y ellos bebieron el champan en la cama. Mucho despues de vaciar la botella, fueron a la cocina, desnudos y hambrientos. Despreciando la apelmazada pasta, untaron con la salsa de tomate gruesas rebanadas de pan, que comieron de pie al lado del fregadero. Se daban los trozos de pan el uno al otro y, para hacerlos bajar, bebieron media botella de Pinot Grigio. Luego volvieron al dormitorio.

Gustavo se sentia flotar en la estela de lo ocurrido aquella noche. Ahora se reia de sus temores de los ultimos meses, de que Bianca pudiera haber cambiado en su… ?En su que? Era natural -el lo habia visto en el consultorio- que la llegada de un hijo absorbiera a la madre y que ella estuviera menos interesada, o menos receptiva, respecto al padre. Pero esta noche habian estado como dos adolescentes desmadrados ante el descubrimiento del sexo, y sus dudas se habian desvanecido.

Y el habia oido aquella palabra. Su hijo le habia llamado «papa». Volvio a ahogarle la alegria y abrazo mas estrechamente a Bianca, con la vaga esperanza de que ella se despertara y se volviera hacia el. Pero ella siguio durmiendo, y Gustavo penso en el dia siguiente y en el tren de primera hora que tenia que tomar para ir a Padua, y se resigno a dormir, dispuesto ya a dejarse llevar hacia aquel placido mundo, quiza a sonar con otro hijo, o hija, o con los dos.

Le parecio oir ruido al otro lado de la puerta del dormitorio, y se obligo a escuchar, por si era Alfredo que gritaba o lloraba. Pero el sonido se alejo y el lo siguio, sonriendo con el recuerdo de aquella palabra.

Cuando el doctor Gustavo Pedrolli se sumia en el primer y mas profundo sueno de la noche, volvio a sonar el ruido, pero el ya no lo oyo, ni tampoco su esposa, que dormia a su lado, desnuda, exhausta y satisfecha. Ni el nino, en la habitacion contigua, que acaso sonaba, feliz, con el nuevo juego que habia aprendido aquella noche, escondido y seguro bajo la proteccion del hombre que ahora ya sabia que era «papa».

Pasaba el tiempo y los suenos discurrian por las mentes de los durmientes. Veian movimiento y color, uno de ellos vio algo parecido a un tigre, y todos seguian durmiendo.

La noche estallo. La puerta de la escalera revento y choco contra la pared, de la que el picaporte hizo saltar un trozo de yeso. En el apartamento irrumpio un hombre que llevaba pasamontanas, una especie de uniforme de camuflaje y gruesas botas. Y tenia una metralleta en las manos. Otro enmascarado, vestido de modo similar, lo siguio. Detras de ellos entro otro hombre con uniforme oscuro y la cara descubierta. Otros dos hombres con uniforme oscuro se quedaron en la puerta.

Los dos enmascarados cruzaron corriendo la sala y el pasillo, en direccion a los dormitorios. El de la cara descubierta los siguio, mas despacio. Uno de los enmascarados abrio la primera puerta y, al ver que era un cuarto de bano, siguio adelante, sin cerrarla, hacia una puerta abierta. Vio la cuna y el movil que oscilaba suavemente movido por la corriente que venia del bano.

– Esta aqui -dijo el hombre, sin molestarse en bajar la voz.

El segundo enmascarado fue a la puerta del dormitorio de enfrente y se precipito en el, blandiendo el fusil ametralladora, seguido por su companero. Las dos personas que estaban en la cama se incorporaron bruscamente, sobresaltadas por la luz que llegaba del pasillo. El tercer hombre la habia encendido antes de entrar en la habitacion en la que dormia el nino.

La mujer lanzo un grito y se cubrio los pechos con la sabana. El dottor Pedrolli salto de la cama y se abalanzo sobre el primer intruso y sin darle tiempo a reaccionar, le golpeo con un puno en la cabeza y con el otro en la nariz. El hombre lanzo un grito de dolor y cayo al suelo mientras Pedrolli gritaba a su esposa:

– ?Llama a la policia! ?Llama a la policia!

El segundo enmascarado apunto a Pedrolli con el fusil ametralladora. Dijo algo, pero el pasamontanas distorsiono sus palabras, y nadie las entendio. De todos modos, Pedrolli tampoco las habria atendido, porque ya se arrojaba sobre el con las manos extendidas para el ataque. El enmascarado, instintivamente, levanto la culata del arma contra su atacante y le golpeo encima del oido izquierdo.

La mujer grito y, desde la habitacion contigua, el nino lanzo un alarido de respuesta, en el tono agudo y estridente del panico infantil. La mujer aparto la ropa de la cama y, olvidando que estaba desnuda, corrio hacia la puerta.

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