Se detuvo bruscamente cuando el hombre sin mascara aparecio en el vano cerrandole el paso. Ella, maquinalmente, levanto los brazos, para cubrirse los pechos. Al ver la escena, el hombre se acerco rapidamente al enmascarado que apuntaba con el fusil al hombre desnudo caido a sus pies.
– Imbecil -dijo y agarrandolo por la gruesa tela de la chaqueta, le hizo dar media vuelta y lo aparto de un empujon. Entonces se volvio hacia la mujer y levanto las manos con las palmas hacia ella.
– El nino esta bien, signora. No le pasara nada.
Ella, helada de panico, ni gritar podia.
Rompio la tension del momento el enmascarado que estaba en el suelo, que gimio y se levanto tambaleandose como un borracho. Se llevo una enguantada mano a la nariz y, al retirarla y verla manchada de su propia sangre, parecio consternado.
– Me ha roto la nariz -dijo con voz ahogada, se quito el pasamontanas y lo dejo caer al suelo. La sangre de la nariz le goteaba sobre el pecho. Cuando el hombre se volvio hacia el que parecia el jefe, la mujer vio la palabra escrita en letras fosforescentes en la espalda de la chaqueta acolchada.
– Carabinieri? -pregunto con una voz casi inaudible por los constantes berridos del nino.
– Si, signora. Carabinieri -respondio el hombre-. ?Pensaba que no vendriamos? -pregunto no sin conmiseracion en la voz.
CAPITULO 3
Guido Brunetti estaba a punto de sumirse en el sueno de los justos, abrazado a la espalda de su esposa. Lo embargaba un duermevela nebuloso y placentero que el se resistia a trocar por el simple sueno, reacio a olvidar los felices momentos del dia. Durante la cena, su hijo habia hecho un comentario casual acerca de la estupidez de uno de sus companeros que tonteaba con las drogas, ajeno a la mirada de alivio que habian cruzado sus padres. La hija habia pedido perdon a su madre por una observacion malhumorada que habia hecho la vispera, y ahora, en el linde de la conciencia de Brunetti, flotaban las palabras «Mahoma» y «montana». Y, para colmo de dicha, su esposa, su dulce esposa de los veinte ultimos anos, lo habia sorprendido con un arrebato de ansia amorosa que lo habia inflamado como si aquellas dos decadas no hubieran transcurrido.
El flotaba en aquella sensacion de contento, rememorando los hechos, uno a uno. Arrepentimiento espontaneo de una quinceanera: ?habria que convocar a la prensa? Lo que mas le admiraba era la seguridad de Paola de que la manifestacion de tan decorosos sentimientos no era una tactica de Chiara para conseguir una contrapartida. Desde luego, la nina era lo bastante lista para calcular la eficacia del recurso, pero Brunetti preferia creer a su esposa: Chiara era demasiado integra para servirse de artimanas.
Brunetti se preguntaba si no seria una ingenuidad creer en la honradez de los hijos. Pero la pregunta quedo sin respuesta, mientras el se deslizaba por la pendiente del sueno.
Sono el telefono. Cinco veces antes de que Brunetti contestara con la voz ronca de un drogado o un apaleado.
– ?Si? -musito, mientras su pensamiento saltaba hacia el fondo del pasillo y al instante se calmaba con el recuerdo de haber dado las buenas noches a sus dos hijos antes de acostarse.
– Soy Vianello -dijo la voz familiar-. Estoy en el hospital. Tenemos fregado.
Brunetti se sento y encendio la luz. El tono de la voz de Vianello tanto como las palabras le indicaban que no tendria mas remedio que reunirse con el en el hospital.
– ?Que clase de fregado?
– Han ingresado en Urgencias a un pediatra. Los medicos hablan de lesion cerebral.
Eso no parecia tener sentido, pero Brunetti, aun amodorrado, comprendia que Vianello se explicaria, y no dijo nada.
– Ha sido atacado en su domicilio -prosiguio el inspector y, tras una larga pausa, agrego-: Por la policia.
– ?Por nosotros? -pregunto Brunetti, atonito.
– No; por los carabinieri. Han reventado la puerta. Iban a arrestarlo. El capitan que estaba al mando dice que ataco a uno de ellos. -Brunetti entorno los ojos mientras el inspector anadia-: Pero es lo que se dice siempre, ?no?
– ?Cuantos eran? -pregunto Brunetti.
– Cinco -respondio Vianello-. Tres en la casa y dos fuera, de refuerzo.
Brunetti se puso en pie.
– Estare ahi dentro de veinte minutos. -Entonces pregunto-: ?Sabes a que iban?
Vianello titubeo antes de responder:
– Iban a llevarse a su hijo. Tiene dieciocho meses. Dicen que lo adopto ilegalmente.
– Veinte minutos -repitio Brunetti colgando el telefono.
No miro la hora hasta que ya cerraba la puerta. Las dos y cuarto. Al salir a la calle y sentir el primer fresco del otono, se alegro de haberse puesto el abrigo. Torcio a la derecha en direccion a Rialto. Pudo haber pedido la lancha, pero nunca se sabia lo que tardaria en acudir, mientras que, yendo a pie, podia estar seguro del tiempo que invertiria en el trayecto.
Caminaba pensativo, sin ver la ciudad que lo envolvia. Cinco hombres, para llevarse a un nino de dieciocho meses. Era de presumir, especialmente si el hombre estaba en el hospital con una lesion cerebral, que no habian llamado al timbre y preguntado cortesmente si podian entrar. El propio Brunetti habia intervenido en muchas redadas de madrugada y sabia el panico que causan. Si a criminales curtidos se les afloja el vientre al verse asaltados por hombres armados, cual seria la reaccion de un medico, tanto si habia hecho una adopcion ilegal como si no. Y los carabinieri… Demasiado habia visto Brunetti como muchos de ellos disfrutaban dando patadas a las puertas e intimidando a la gente, como si Mussolini estuviera todavia en el poder y nadie pudiera oponerse a su terrible autoridad.
Al cruzar Rialto, Brunetti iba tan ensimismado que ni se acordo de mirar a uno y otro lado sino que bajo rapidamente hacia la calle de la Bissa. ?Por que hacian falta cinco hombres y como se habian desplazado hasta alli? Habrian necesitado una embarcacion. Y ?con que autoridad llevaban a cabo semejante accion en esta ciudad? ?A quien se habia informado y, si se habia dado parte, por que a el no se le habia comunicado?
El portiere parecia dormir detras de la ventanilla de su despacho; por lo menos, no levanto la cabeza cuando Brunetti entro en el hospital. Indiferente a la magnificencia del vestibulo, aunque sensible al brusco descenso de la temperatura, Brunetti avanzo primero hacia la derecha, despues hacia la izquierda y nuevamente hacia la izquierda hasta llegar a las puertas automaticas de Urgencias, que se deslizaron hacia uno y otro lado al aproximarse el. Despues de las segundas puertas, el comisario saco su credencial y se acerco al empleado de bata blanca que estaba detras del tabique de vidrio.
El hombre, grueso, de cara redonda con una expresion mas jovial de lo que la hora y las circunstancias hacian prever, miro el documento, sonrio a Brunetti y dijo:
– Al fondo a la izquierda, signore. Segunda puerta de la derecha. Alli esta.
Brunetti dio las gracias y siguio las indicaciones. Golpeo la puerta con los nudillos y entro. El comisario no conocia al hombre con uniforme de campana que estaba en la litera, pero reconocio el uniforme del que se hallaba de pie junto a la ventana. Una mujer con bata blanca, sentada al lado de la litera, aplicaba una tira de esparadrapo de plastico cruzada sobre la nariz del hombre. Luego, bajo la mirada de Brunetti, corto otra tira y la puso paralela a la primera. Los esparadrapos sujetaban un grueso vendaje sobre la nariz taponada con algodones. Brunetti observo que el hombre ya tenia circulos oscuros debajo de los ojos.
El otro hombre estaba apoyado en la pared, cruzado de brazos y de piernas, observando la escena. Llevaba las tres estrellas de capitan y botas altas y negras, mas aptas para cabalgar en un caballo que en una Ducati.
– Buenos dias, dottoressa -dijo Brunetti cuando la mujer levanto la cabeza-. Soy el comisario Guido Brunetti y le agradeceria que me explicara que sucede.
Brunetti esperaba que el capitan lo interrumpiera, y se sintio sorprendido y un poco decepcionado por el silencio del hombre. La doctora se volvio de nuevo hacia el herido y oprimio varias veces los extremos del esparadrapo, para fijarlos a la cara.
– Dejelo asi durante dos dias por lo menos. El cartilago esta desviado, pero seguramente se enderezara por si mismo. Solo tenga cuidado. Quitese el algodon esta noche antes de acostarse. Si se afloja el vendaje o si sangra,