sangre para que los genes predominen. -Por su manera de hablar, parecia Mendel explicando la genesis de sus guisantes.

»Pero entonces Bianca me explico lo ocurrido. Un colega, un companero de carrera que trabajaba en Cosenza, tenia una paciente que iba a dar a luz y que queria, en fin, dar a la criatura.

– ?En adopcion? -pregunto un Brunetti falsamente ingenuo.

– Llamelo asi, si quiere -dijo Marcolini con sonrisa complice-. Gustavo hablo con su amigo y con la mujer, al regresar se lo explico a Bianca, y ella accedio porque Gustavo decia que era la unica posibilidad de tener un bebe. Ella no queria, me dijo, pero el la convencio. A su edad ya no les permitirian adoptar a un recien nacido, a un nino mayor, quiza, pero no a un bebe, y todas las pruebas indicaban que no podian tener hijos. -Marcolini se interrumpio y solto una risa aspera y corta como un ladrido-. Es lo unico para lo que nos ha servido que Gustavo sea medico: por lo menos, puede entender los numeros de los analisis. Y Bianca accedio.

– Comprendo -murmuro Brunetti-. ?Y el se trajo al nino?

– Si. Alla abajo es facil hacer esas cosas. El se presento en el Anagrafe, dijo que el nino era hijo suyo, y la mujer lo corroboro con su firma. -Marcolini lanzo al techo una mirada que a Brunetti le parecio melodramatica y prosiguio-: Es probable que ella ni siquiera sepa leer, pero firmo el documento, y el nino paso a ser de el. Y Gustavo le dio diez mil euros. -El furor de Marcolini ya no era melodramatico sino autentico-. Hasta mucho despues no dijo a Bianca cuanto habia pagado. El muy imbecil. -Por su expresion era evidente que tenia algo que anadir, y Brunetti permanecio quieto, con una expresion de intenso interes en la cara.

»Por el amor de Dios, tambien habria podido conseguirlo por menos. El otro sujeto, el de la rumana, lo consiguio por un permesso di soggiorno y una vivienda para la madre. Pero no, el dottor Gustavo tenia que darselas de gran senor y pagar diez mil euros. -Marcolini, falto de palabras, alzo las manos y prosiguio-: Probablemente, ella se los habra gastado en droga o los habra enviado a la familia en Albania. Diez mil euros - repitio, claramente incapaz de expresar su indignacion con suficiente contundencia.

»Y, cuando lo trajo, yo enseguida le vi la pinta, pero crei que era la influencia de la madre. Usted puede pensar que todos los recien nacidos se parecen, pero aquel… Se veia que no era de los nuestros. Esos ojitos, esa cabeza… -Marcolini meneo la suya con incredulidad, y Brunetti asintio y lanzo un pequeno sonido gutural, animando al hombre a seguir hablando.

»Pero Bianca es mi hija -prosiguio Marcolini, y a Brunetti le parecio que ahora hablaba tanto consigo mismo como con su oyente-. Y yo pensaba que tambien ella deseaba a ese nino. Pero aquel dia me dijo lo que sentia en realidad y que el nino para ella no era mas que una carga, algo que debia cuidar y que en realidad no deseaba. Era Gustavo el que estaba loco por el crio y en cuanto llegaba a casa le faltaba tiempo para ponerse a jugar con el. A su mujer casi no le prestaba atencion, el nino lo era todo, y eso a ella no podia gustarle.

– Comprendo -dijo Brunetti.

– Entonces le dije: «Como lo que hoy viene en el periodico, ?eh?», refiriendome a lo que habiamos estado comentando. Yo queria decir que Gustavo habia conseguido el nino de la misma manera, pero Bianca penso que me referia a la manera en que la policia lo habia descubierto.

– ?Una llamada telefonica? -pregunto Brunetti, con la expresion del que se siente muy ufano por tan brillante deduccion.

– Si; una llamada telefonica a los carabinieri.

– Y entonces ella le pidio que hiciera la llamada, imagino -dijo Brunetti, sabiendo que no podria creerlo hasta que se lo oyera decir a Marcolini.

– Si; que llamara y les dijera que Gustavo habia comprado al nino. Como en el certificado de nacimiento figuraba el nombre de la madre, les seria facil dar con ella.

– Y asi fue, ?verdad? -pregunto Brunetti, esforzandose por infundir a su voz una nota de aprobacion y hasta de entusiasmo.

– Yo no tenia idea de lo que ellos harian al enterarse -dijo Marcolini-. Supongo que Bianca tampoco, Dijo que aquella noche estaba aterrada, que penso que eran terroristas, ladrones o algo por el estilo. -A Marcolini le temblaba un poco la voz al referirse al sufrimiento de su hija-. Yo no esperaba que asaltaran la casa de aquel modo.

– Por supuesto -convino Brunetti.

– Solo Dios sabe el miedo que debio de pasar.

– Tuvo que ser espantoso -se permitio agregar el comisario.

– Si. Yo no queria eso, per carita.

– Es comprensible, desde luego.

– Y supongo que tampoco tenian por que ser tan brutales con Gustavo -agrego Marcolini con voz neutra.

– No; desde luego que no.

Las nubes se abrieron y la voz de Marcolini se hizo mas calida.

– Pero resolvio el problema, ?verdad? -pregunto. Y entonces, como si recordara con quien estaba hablando, dijo-: Puedo confiar en usted, ?no?

Brunetti estiro los labios en una ancha sonrisa.

– Ni que decir tiene, signore. Al fin y al cabo, su padre y el mio combatieron juntos. -Y entonces, atonito por el descubrimiento, anadio-: Ademas, usted no hizo nada ilegal.

– ?Verdad que no? -pregunto con una sonrisa maliciosa Marcolini, quien, evidentemente, debia de hacer tiempo que habia sacado la misma conclusion. Extendio el brazo y dio a Brunetti un viril achuchon en el hombro.

De pronto, el comisario comprendio que seria facil conseguir que Marcolini siguiera hablando. No tenia mas que preguntar para que Marcolini respondiera, quiza hasta con sinceridad. Era un fenomeno frecuente, que Brunetti habia observado en las personas a las que interrogaba acerca de los delitos que se les imputaban. El punto de inflexion llegaba cuando el sujeto creia haber conquistado la simpatia del interrogador y, a su vez, depositaba su confianza en el. A partir de ahi, las personas confesaban, incluso, delitos sobre los que no se les interrogaba, casi como si estuvieran dispuestas a hacer cualquier cosa para conservar la benevolencia del oyente. Pero Marcolini, tal como el mismo habia declarado con autocomplacencia, no habia cometido ningun delito. Al contrario, actuando como un buen ciudadano, lo habia denunciado a la policia.

Este pensamiento hizo que Brunetti se pusiera en pie. Fiel al papel que estaba representando, dijo:

– Le agradezco el tiempo que me ha dedicado, signor Marcolini. -Haciendo un esfuerzo, tendio la mano-. Informare al questore de lo que me ha manifestado.

El hombre se levanto y estrecho la mano que le tendia Brunetti. Le sonrio amistosamente, se volvio y fue hacia la puerta. Mientras miraba aquella espalda ancha, vestida con ropa cara, Brunetti sintio el impulso de darle un buen golpe. Se vio a si mismo derribandolo al suelo, pero comprendio que de nada serviria, si no era capaz de pisotearlo, y sabia que eso no podria hacerlo. De modo que se limito a cruzar el despacho detras de Marcolini.

El hombre abrio la puerta y se hizo a un lado para dejar paso al comisario. Marcolini levanto una mano y Brunetti advirtio que iba a darle una palmada en el hombro o a oprimirle el brazo. La idea lo horrorizo y comprendio que no podria soportarlo. Al pasar por delante de Marcolini, dio dos pasos rapidos para rehuir el contacto, luego se volvio y esbozo un gesto de sorpresa, como si hubiese esperado verlo mas cerca.

– Muchas gracias por su tiempo, signore -dijo exprimiendo una ultima sonrisa.

– No hay de que darlas -dijo Marcolini asentando el cuerpo sobre los talones y cruzando los brazos-. Encantado de ser util a la policia.

Brunetti noto un sabor metalico en la boca, musito unas palabras que ni el mismo entendio y salio del edificio.

CAPITULO 23

En la calle, Brunetti se sintio asaltado por una horda de furias que siseaban: «Dieciocho meses, dieciocho meses, dieciocho meses.» Habian tenido con ellos al nino dieciocho meses, y entonces Bianca Marcolini habia pedido a su padre que hiciera que se lo llevaran de su casa, como si fuera un mueble que le estorbaba o un electrodomestico que habia adquirido a prueba y decidido devolver a la tienda.

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