Al oscurecer llegaron al luquete de la princesa. Todos esperaron a bordo mientras la madre la visitaba; pero cuando esa terrible mujer se hubo marchado, todos los que podian caminar fueron a tierra y las doncellas trigueras se les apinaron alrededor, cien por cada mozo, y el joven nacido de suenos tomo en brazos a la hija de la Noche y abrio todos los bailes. Ninguno de ellos olvido jamas aquella noche.

El rocio los sorprendio bajo los arboles del jardin de la princesa, medio cubiertos por las flores. Durante algun tiempo durmieron asi, pero cuando la tarde hizo retroceder las sombras de los mastiles, ya estaban despiertos. Entonces la princesa se despidio de la isla y juro que aunque tal vez visitaria todos los paises por los que su madre tenia que pasar, nunca regresaria alli, y lo mismo juraron las doncellas trigueras. Quizas eran demasiadas para que el barco pudiera llevarlas; pero asi se hizo, y todas las cubiertas fueron verdes como sus vestidos y de oro como sus cabellos. Mucho les acaecio en el camino de regreso a la ciudad de los magos. Tal vez se podria contar como echaron sus muertos al mar entre oraciones, y como mas tarde se les veia de noche en la arboladura; o como algunas de las doncellas trigueras se casaron con principes que habian pasado tantos anos bajo el hechizo de encantamiento que se resistian a abandonar esa vida (en la que habian aprendido mucha magia), principes que construyen palacios sobre hojas de nenufar y raramente son vistos por los hombres.

Pero todo eso no tiene cabida aqui. Baste decir que al aproximarse al acantilado en que se levanta la ciudad de los magos, el estudiante que habia engendrado al joven con materia de suenos se encontraba en las almenas esperando a que aparecieran en el mar. Y cuando vio las velas oscuras, tiznadas por el humo de la brea que habia cegado al enemigo, las creyo ennegrecidas en senal de duelo por la muerte del joven y se arrojo al vacio, y asi perecio. Pues nadie vive mucho tiempo cuando sus suenos han muerto.

XVIII — Espejos

Conforme leia a Jonas este cuento descabellado, alzaba a veces la cabeza y lo miraba, pero no llegue a advertir que la expresion le cambiara alguna vez, aunque no dormia. Cuando hube terminado, dije: —No estoy seguro de comprender por que el estudiante penso en seguida que su hijo estaba muerto, cuando vio las velas negras. El barco que enviaba el ogro tenia velas negras, pero solo venia una vez al ano, y ya habia venido.

—Lo se —dijo Jonas. Nunca antes le habia notado tanta indiferencia en la voz.

—?Quieres decir que conoces las respuestas a esas preguntas?

El no contesto, y por unos momentos estuvimos sentados en silencio, yo mirando el libro marron (que con tanta insistencia me evocaba a Thecla y las tardes que habiamos pasado juntos) y marcando el pasaje con el dedo indice, y el con la espalda apoyada contra la fria pared de la estancia, y con las manos, la metalica y la de carne, caidas a ambos lados como si las hubiera olvidado.

Por fin, una vocecita se aventuro a decir: —Tiene que ser una historia bastante antigua. —Era la ninita que habia levantado el panel del techo.

Yo estaba tan preocupado por Jonas que esta interrupcion me irrito; un momento, pero Jonas murmuro: —Si, es una historia muy antigua, y el heroe habia dicho al rey, su padre, que si fracasaba regresaria a Atenas con velas negras. —No estoy seguro de lo que significaba esa observacion, y tal vez estaba delirando; pero, puesto que fue casi lo ultimo que oi decir a Jonas, creo que he de registrarla aqui, asi como he transcrito la fantastica historia que llego a provocarla.

Durante un rato la nina y yo tratamos de que volviera a hablar. No lo hizo, y al fin desistimos. Pase el resto del dia sentado junto a el, y despues de aproximadamente una guardia, Hethor —cuyas pocas luces, como yo habia supuesto, fueron pronto agotadas por los prisioneros— se unio a nosotros. Hable con Lomer y Nicarete, que dispusieron que durmiese en el lado opuesto de la estancia.

Digamos lo que digamos, todos sufrimos a veces de perturbaciones del sueno. Es cierto que algunos apenas duermen, y otros que lo hacen copiosamente juran que no. Algunos se ven inquietados por suenos incesantes, y a unos pocos afortunados suelen visitarlos suenos deliciosos. Algunos diran que durante algun tiempo durmieron mal, pero que se han «restablecido», como si la consciencia fuera una enfermedad, y quiza lo sea.

En mi caso, normalmente duermo sin tener suenos memorables (aunque en ocasiones los tengo, como sabra el lector que me haya acompanado hasta aqui), y es raro que despierte antes de la manana. Pero esa noche dormi de un modo tan diferente que a veces me he preguntado si a eso puede llamarsele dormir. Tal vez se tratara de otro estado, parecido al sueno; igual que los alzabos, que cuando han comido carne humana parecen hombres.

Si fue el resultado de causas naturales, lo atribuyo a una combinacion de circunstancias desafortunadas. Yo, acostumbrado toda mi vida a trabajos duros y a ejercicios violentos, habia estado todo el dia recluido y sin nada que hacer. El cuento del libro marron me habia afectado la imaginacion, a la que aun estimulaba mas el propio libro y sus conexiones con Thecla, asi como el conocimiento de que ahora me encontraba dentro de la mismisima Casa Absoluta, de la que ella me habia hablado tanto. Tal vez lo mas importante era la preocupacion por Jonas y la sensacion de acabamiento (que a lo largo del dia se habia acrecentado en mi) me oprimia la mente. Yo me decia que este lugar era el final de mi camino, que nunca llegaria a Thrax, que nunca mas volveria a encontrar a la pobre Dorcas, que ni devolveria jamas la Garra ni me desharia de ella, y que el Increado, a quien servia el dueno de la Garra, habia decretado que yo, que tantos prisioneros habia visto morir, terminara mis dias como tal.

Dormi, si asi puede decirse, solo un momento. Tuve la sensacion de caerme; un espasmo, el agarrotamiento instintivo de quien es arrojado desde una alta ventana, tiro de mis extremidades. Cuando me incorpore sentandome, solo vi oscuridad. Oia la respiracion de Jonas, y tanteando con los dedos vi que aun seguia sentado, con la espalda apoyada contra la pared. Me eche y volvi a dormirme.

O mas bien intente dormir y pase a ese vago estado que no es sueno ni vela. En otras ocasiones me habia parecido agradable, pero no entonces, pues era consciente de la necesidad de dormir y consciente de que no dormia. Sin embargo, no era «consciente» en el sentido habitual del termino. Oia tenues voces en el patio de la posada, y presentia de algun modo que pronto repicarian las campanas y seria de dia. Mis extremidades volvieron a sacudirse, y me sente.

Por un momento imagine que habia visto el destello de una llama verde, pero no hubo nada. Me habia cubierto con mi propia capa; me deshice de ella y en ese instante recorde que estaba en la antecamara de la Casa Absoluta y que habia dejado muy atras la posada de Saltus, aunque Jonas aun se encontraba a mi lado, apoyado de espaldas contra la pared, con la mano buena detras de la cabeza. El palido borron que yo le veia en la cara era el blanco del ojo derecho, aunque respiraba suspirando como si estuviese dormido. Yo me encontraba aun demasiado adormilado para querer hablar, y tenia el presentimiento de que de todas formas no me contestaria.

Volvi a echarme, y me rendi a la irritacion de ser incapaz de dormir. Pense en el ganado que era conducido por Saltus y conte las ovejas de memoria: ciento treinta y siete. Luego los soldados subieron desde el Gyoll. El posadero me habia preguntado cuantos eran, y yo dije una cifra al azar, pero hasta ahora nunca los habia contado. Tal vez el era un espia, o tal vez no.

El maestro Palaemon, que tanto nos habia ensenado, nunca nos enseno a dormir; jamas ningun aprendiz habia necesitado aprender a dormir despues de un dia entero de recados, y de trabajos de limpieza y cocina. Todas las noches durante media guardia alborotabamos en nuestros aposentos y despues dormiamos como los ciudadanos de la necropolis hasta que el venia a despertarnos para que limpiaramos los suelos y quitaramos las aguas sucias.

Sobre la mesa donde el hermano Aybert corta la carne hay una fila de cuchillos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete cuchillos, todos ellos con hojas mas ordinarias que el del maestro Gurloes. A uno le falta un remache en la empunadura. Otro tiene la empunadura un poco quemada porque en una ocasion el hermano Aybert lo puso sobre el horno…

De nuevo me encontre muy despierto, o asi lo pense, y no sabia por que. Junto a mi, Drotte dormitaba tranquilo. Una vez mas cerre los ojos y trate de dormir como el.

Trescientos noventa peldanos desde el piso inferior hasta nuestro dormitorio. ?Cuantos mas hasta la

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