fiesta comenzo a languidecer. Se formaron claramente dos grupos: por un lado Hitler, Bormann y Goebbels pasaron de su conversacion sobre glorias preteritas a tratar acerca de las defecciones de los amigos en dos decadas de lucha y poder. Hitler no podia digerir las traiciones de Goering y de Himmler, y su rostro se torno sombrio y dejo de interesarse en la conversacion. En el otro grupo, bastante afectado por las libaciones, tambien decayo la charla, entrando en una especie de velatorio en el que incluso rodaron algunas lagrimas. En los largos silencios era perceptible el rugido lejano de la guerra, pese a que el techo del bunker tenia un espesor de tres metros de hormigon armado y que sobre el habia seis metros de tierra apisonada. La estructura vibraba como bajo los efectos de un seismo cada vez que disparaba la artilleria pesada sovietica y sobre los comensales caian desconchones de yeso que se desprendian del techo, al tiempo que tintineaban las finas copas de cristal de Bohemia.

Capitulo II

EL TESTAMENTO DE HITLER

Hitler se levanto pesadamente de la mesa y llamo a Frau Junge, su secretaria de confianza, para redactar su testamento politico. Los invitados a la celebracion tambien dieron por finalizada la lugubre sobremesa y la mayoria opto por retirarse a sus habitaciones. El Fuhrer habia perdido el buen aspecto que exhibia apenas una hora antes, durante su boda. Volvia a ser el hombre prematuramente envejecido y enfermo de las ultimas semanas, representando veinte anos mas de los cincuenta y seis anos que habia cumplido siete dias antes.

«Avejentado, encorvado, con la cara abotargada y de un enfermizo color rosaceo […] su mano izquierda temblaba tan violentamente que comunicaba el temblor a todo su cuerpo […]. En cierto momento intento llevarse un vaso de agua a los labios, pero la mano le temblaba de tal manera que tuvo que abandonar el intento.»

Estos espasmos tambien los sufria en la pierna del mismo lado y cuando esto sucedia debia sentarse. Andaba arrastrando los pies y jadeaba en cuanto recorria unos metros o subia unos pocos escalones, hasta el punto de que casi perdia la voz. En el atentado de Von Stauffenberg en Rastenburg, en julio de 1944, padecio importantes danos en los oidos, resultando afectado su organo del equilibrio, por lo que, de vez en cuando, sufria mareos y en las ultimas semanas sus andares se parecian a los de un borracho. Este hombre, enterrado en un sotano a diez metros de profundidad, en el corazon de una ciudad asediada en la que se combatia casa por casa, seguia siendo el Fuhrer, el dueno de Alemania, o al menos eso creia el. Poco antes de las tres de la madrugada del 29 de abril de 1945 dictaba su testamento politico, perfilado con Goebbels y Bormann en la sobremesa de la cena de bodas:

«Desde 1914, cuando preste como voluntario mi modesta contribucion a la Guerra Mundial que le fue impuesta al Reich, han pasado mas de treinta anos. Durante estas tres decadas solo el amor y la lealtad hacia mi pueblo han guiado todos mis pensamientos, acciones y toda mi vida. Ellos me dieron la fuerza para tomar las decisiones mas dificiles a las que un mortal ha debido enfrentarse. He agotado mi tiempo, mi energia y mi salud durante estas tres decadas.

»No es cierto que yo o cualquiera otro en Alemania desease la guerra en 1939. La desearon e instigaron exclusivamente los estadistas internacionales de origen judio o que trabajaban para los intereses judios. He hecho tantas ofertas para la reduccion y limitacion de armamentos, para los cuales la posteridad no encontrara siempre excusa, que no se me puede atribuir la responsabilidad de esta guerra. Ademas, no he deseado nunca que despues de la terrible Primera Guerra Mundial estallase una segunda guerra contra Inglaterra o contra America. Podran transcurrir siglos, pero de las ruinas de nuestras ciudades y monumentos artisticos surgira de nuevo el odio hacia el pueblo que es el unico responsable: ?el judaismo internacional y sus secuaces!»

Traudl Junge, que se habia quedado viuda hacia pocas semanas, tomaba taquigraficamente las palabras de Hitler, que comenzo dictando de forma balbuciente, pero se habia ido inflamando conforme avanzaba. Aquel hombre enfermo y derrotado volvia a resurgir de sus cenizas y retornaba a sus origenes de demagogo en los cuarteles muniqueses al final de la Gran Guerra. ?Que lejos estaba ya 1919! y, sin embargo, recordaba con asombrosa nitidez su primer manifiesto antijudio: la carta escrita a un tal Adolf Gemlich. Hitler no pudo contener, pese a las circunstancias, un sentimiento de autocomplacencia; su discurso antisemita le dio siempre asombrosos resultados y el, a cambio, habia cumplido su promesa de expulsar a los judios de Alemania y terminar con su poder economico y politico. En el ocaso de su vida, Hitler recordo vividamente a Karl A. von Mueller, profesor de Historia en la Universidad de Munich, en cuya clase se levanto y pronuncio su primer discurso antijudio, asombrando a su auditorio, que ya no era de pordioseros -como en Viena-, ni de obreros -como en las cervecerias muniquesas-, sino de profesores, de estudiantes, de oficiales y de soldados con instruccion. Realmente, aquel dia comenzo su carrera politica.

EL CONFERENCIANTE ANTISEMITA

Hitler, una vez recuperado de los efectos del cloro gaseoso que los britanicos lanzaron contra el regimiento List el 14 de octubre de 1918, retorno a Munich. Su futuro era volver a pintar postales, puesto que otro oficio no conocia. De momento, aun era soldado y retornaria a los cuarteles de su regimiento, dispuesto a prolongar cuanto le fuera posible su condicion de militar, que le aseguraba rancho, alojamiento y un pequeno sueldo que satisfacia sus modestas necesidades. Hitler se reintegro al servicio activo el 23 de noviembre de 1918, teniendo que coser en su uniforme el brazalete rojo que distinguia al ejercito revolucionario de la Republica de Baviera.

Hitler no podia creer lo que estaba ocurriendo en Alemania, en general, y en Baviera, en particular. Desde que Alemania solicitase el armisticio, la situacion politica se habia desquiciado: el kaiser Guillermo II habia abdicado, poniendo fin a la monarquia de los Hohenzollern, y los partidos politicos se vieron obligados a proclamar la Republica y a hacerse cargo de las consecuencias de la derrota militar. La Republica hubo de firmar el armisticio, aceptar la capitulacion, repatriar a su ejercito y, lo que aun fue mas dificil, reorganizar el pais y explicar al pueblo aleman que habia perdido la guerra, cuando pocos meses antes sus tropas amenazaban Paris. Los grupos mas izquierdistas trataron de aprovechar la caotica situacion, el hambre, el paro y el descontento generalizados para proclamar una republica sovietica, que domino Berlin una semana y fue barrida por una tropa de ex combatientes. No menos virulenta era la reaccion de la derecha, nostalgica de la monarquia y de los privilegios perdidos, temerosa de los brotes revolucionarios y autoconvencida de que los partidos democraticos habian decidido la derrota, vendiendo Alemania a los anglo-franceses. La «punalada por la espalda» recluto ejercitos privados - Freikorps: cuerpos francos- para intentar asaltar el poder o para controlar los viejos estados alemanes, que en la derrota tiraron cada uno por su lado en un incontenible ?salvese quien pueda!

Baviera fue uno de ellos. El 7 de noviembre de 1918 -mientras Hitler yacia en el hospital de Pasewalk- fue proclamada la Republica Democratica y Social de Baviera; el rey se exilo en Austria y el poder quedo en manos del socialista Kurt Eisner, de origen judio y nacido en Rusia. En sus guardias de veinticuatro horas ante un campo de prisioneros de guerra -primer destino tras su reincorporacion al ejercito- Hitler cavilaba sobre todos estos acontecimientos revolucionarios, reafirmandose en su idea de que Alemania habia sido vendida al poder judio. Schmidt, el unico enlace superviviente con Hitler de los que habian iniciado la guerra en su batallon, estaba con el en Munich y de estas primeras semanas de guarnicion recuerda que su companero «no decia gran cosa sobre la revolucion, pero era evidente que la detestaba».A finales de enero de 1919, los prisioneros custodiados por el regimiento List fueron repatriados y Hitler recibio la orden de revisar millares de mascaras antigas que habian sido utilizadas durante la guerra. En la rutinaria tarea siguio rumiando la responsabilidad judia en la «punalada por la espalda», viendo fortalecidas sus convicciones cuando Eisner fue asesinado y le sucedio en el poder otro judio, Toller, que fue destituido y reemplazado por otro gobierno comunista mas radical y tambien presidido por un judio llegado de Rusia, Eugen Levine.

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