afortunado: la herida era lo suficientemente grave como para mandarle a un hospital de Alemania, pero no para poner en peligro su vida y ni siquiera la correcta movilidad de su pierna.

LA «PUNALADA POR LA ESPALDA»

Tres dias despues se hallaba en el hospital de Beelitz, cerca de Berlin. Hacia dos anos que Hitler no regresaba a Alemania, dos anos de combate ininterrumpido, inconsciente de lo que estaba ocurriendo en la retaguardia. En el hospital, Hitler comenzo a ver los primeros signos de derrotismo: soldados felices de haber sido heridos o que explicaban sin rubor su habilidad para automutilarse; alli, el sufrido cabo, que jamas tenia queja alguna de las penalidades de la guerra, dio muestras de impaciencia: le parecia que, a veces, el personal sanitario resultaba poco diligente y que la alimentacion era, con frecuencia, de mala calidad; echaba en falta, sobre todo, los dulces y las ingentes cantidades de te caliente y muy azucarado que solia ingerir en el frente.

Durante su convalecencia, que duro dos meses, tuvo la oportunidad de visitar por vez primera Berlin. La capital del Reich no le impresiono; lo que mas le llamo la atencion fue el clima de descontento y derrotismo que podia percibir por todas partes. El invierno de 1916-1917 fue muy frio y el combustible para las calefacciones estaba racionado, lo mismo que los alimentos; las gentes andaban mal vestidas, flacas y en la calle no se veia alegria alguna. Lo que si podia encontrarse eran octavillas clandestinas que decian, por ejemplo: «?Abajo los mercaderes de la guerra a ambos lados de la frontera! ?Poned fin a este asesinato masivo!»

Fue dado de alta en diciembre y destinado a un batallon de reserva que prestaba servicio en Munich. Alli vio lo mismo que en Berlin: cansancio, desengano y ansias de que la guerra terminara. Acerca de su impresion al regresar a la capital bavara, Hitler escribio: «Apenas conseguia reconocer el lugar. ?Ira, agitacion y maldicion, doquiera que uno fuese!» Politicamente, la situacion era aun peor en Baviera que en Berlin; comenzaba a creerse que la responsabilidad de la mala marcha de la contienda la tenian quienes la manejaban, esto es, los prusianos, los generales y los politicos de Berlin; para cambiar el curso de los acontecimientos, Baviera deberia reclamar la direccion de la politica y de la guerra.

En Munich, Adolf se tropezo con los que querian la paz a cualquier precio, con los que deseaban aumentar el esfuerzo belico y con los que pretendian dirigirlo. Aquello, pensaba, solo era provechoso para el enemigo; alguien estaba corrompiendo y dividiendo la retaguardia y, como siempre, hallo en los judios la responsabilidad de todas las calamidades. Es desconcertante que en esta epoca aumentara su antisemitismo; ya se ha visto que los judios estaban contribuyendo al esfuerzo belico general con energia semejante al resto de la poblacion: fue reclutado un 12 por ciento de los judios, frente a un 13 por ciento de la poblacion alemana en general; murieron 12.000 judios (el 2 por ciento de su numero), mientras que las bajas generales alemanas ascendieron a 1.773.000 (el 3,5 por ciento de la poblacion). Tales diferencias no son tan abismales como para que Hitler pensara que todos los judios eran unos emboscados que escamoteaban sus esfuerzos en pro de la victoria. Se sabia que sin el descubrimiento del amoniaco sintetico, realizado por el quimico judio Fritz Haber, la industria de explosivos alemana se hubiera paralizado en 1915. Notoria era tambien la figura de Walter Rathenau, de origen judio y presidente de la AES, que organizo la industria de guerra con asombrosa eficacia, lo que explica que Alemania, sometida a un feroz cerco de abastecimientos, pudiera competir con las armas aliadas durante cuatro anos.

La vida de guarnicion en Munich ahogaba a Hitler, que solicito ser reclamado por su unidad. El 10 de febrero de 1917 Hitler regresaba al frente y lo hacia en el peor momento: en las trincheras alemanas habia aparecido el hambre y en las enemigas, la opulencia. Una abundancia de alimentos y de armas que su propaganda se ocupaba de hacer llegar a las lineas alemanas y una profusion de medios de combate y de hombres que los generales britanicos y franceses les iban a lanzar encima a partir de abril.

El regimiento List lucharia sin tregua hasta el 31 de junio en Flandes y Artois, enfrentandose unas veces a franceses, otras a britanicos, en los combates mas duros de la guerra. Por dos veces estuvo entre las fuerzas que frenaron al mariscal britanico Haig y entre las que ganaron a los franceses en el derrumbamiento del Chemin des Dames, pero el 3 de agosto sus restos fueron retirados del frente: de los 1.500 hombres que tenia al comienzo de estas batallas solo quedaban 600 soldados al concluirlas. El regimiento fue enviado a retaguardia para ser reorganizado y Hitler, sorprendentemente, tomo su permiso reglamentario de 1917 y lo paso con sus tios Theresa y Anton en Spital, el lugar de las vacaciones de su ninez. Hitler regresaba a la casa familiar con veintiocho anos, tras once de ausencia. Todo habia cambiado en Austria durante este tiempo. Sus tios habian envejecido, en la comarca que le vio nacer no hallo sino pobreza y tristeza. En Viena la miseria se veia en la calle: refugiados de las regiones en guerra, mendigos, gentes mal vestidas y rostros famelicos; el viejo emperador Francisco Jose habia fallecido, a los ochenta y seis anos de edad, en noviembre de 1916, dejando como sucesor al emperador Carlos, que se afanaba por sacar a Austria de una guerra que ella habia provocado.

Nuevamente Hitler regreso al frente abrumado por la situacion en la retaguardia. Para el comenzo a estar claro que habia dos factores interpuestos entre Alemania y la victoria: la buena propaganda anglo-francesa, que los alemanes habian sido incapaces de contrarrestar, y la desmoralizacion en la retaguardia, provocada por agentes judios. La guerra, afortunadamente, parecia mejor encaminada en esa epoca. Alemanes y austriacos batian a los italianos en Caporetto y los rusos firmaban el armisticio. Alemania podria, finalmente, volver todas sus fuerzas sobre Francia y contar con superioridad de hombres y medios.

No fue todo tan feliz. Por un lado, Estados Unidos, provocado por la guerra submarina y la politica exterior alemana, declaro la guerra a Alemania y comenzo a mandar hombres y armas a Francia; por otro, la situacion interior de Alemania comenzaba a ser insostenible: el hambre era general; la escasez inaudita, hasta el extremo de que los ninos eran envueltos en panales de celulosa, la misma sustancia con que se alimentaba a los caballos del ejercito; los cadaveres se enterraban sin ataud; las calefacciones se encontraban apagadas; los transportes jamas llegaban ya a su hora… y todo por una guerra que no tenia visos de terminar y, menos aun, de ganarse. Los alemanes miraban los mapas y veian a sus ejercitos empantanados en las mismas lineas que en 1914 y, sin embargo, estar alli habia costado tantos muertos que era dificil hallar alguna familia que no hubiera perdido algun miembro, mientras ya se estaba llamando a filas a los chicos de dieciocho anos.

La situacion era propicia para la protesta y en el Reichstag la iniciaron los socialdemocratas, cuyo grupo se escindio al negarse treinta diputados a votar los nuevos creditos de guerra. El partido espartaquista, formado por gentes de izquierda no comprometidas con la guerra y encabezado por intelectuales marxistas, era la formacion mas activa en la lucha por una paz sin anexiones ni indemnizaciones, esto es, un retorno a las fronteras del 31 de julio de 1914. Suyas eran muchas de las consignas y octavillas clandestinas que habian circulado en los ultimos tiempos, de modo que eran conocidos por la multitud de los damnificados de la contienda. Para el 28 de enero de 1918 convocaron una huelga general que fue secundada por mas de 300.000 obreros en Berlin y por no menos de un millon en Alemania. La huelga fue, sin embargo, un fracaso; a los tres dias habia concluido, sin conseguir sus objetivos de paralizar los suministros al frente, pero esta huelga -responsabilidad de marxistas y judios, segun Hitler- proporciono a Adolf un nuevo arsenal dialectico: comenzaba a fraguarse la famosa «punalada por la espalda».

En la primavera de 1918 aun no se pensaba en eso. Por entonces, en las lineas alemanas se olfateaba la victoria. Ludendorff lanzaba su ofensiva del 27 de mayo, que perforo como un estilete las lineas francesas. Dos semanas despues los alemanes estaban nuevamente ante el Marne, un rio que entre 1914 y 1918 llevo mas sangre que agua. Aquellos dias volvieron a encoger los corazones de los parisinos, pues el eco del fragor de la batalla llegaba hasta sus calles y llenaba de panico sus noches. Pero, nuevamente, el cruce del Marne resulto un efimero sueno para los alemanes: el 19 de junio, tras haberse sostenido apenas una semana sobre su margen izquierda, las tropas de Ludendorff comenzaron a retroceder. En aquellos dias, el cabo Hitler estuvo a cuarenta kilometros de Paris, aunque se quedo con las ganas de desfilar triunfalmente por los Campos Eliseos. Veintidos anos despues veria cumplido ese sueno.

Tras el fracaso de su ofensiva, los ejercitos alemanes se repliegan lentamente, contraatacando cada vez que se les presenta la ocasion. El 31 de julio algunas companias del regimiento List ocupan un claro en el despliegue britanico y sorprenden a sus enemigos en un contraataque de flanco; infortunadamente para los alemanes, su artilleria, ignorante de esa operacion, comienza a bombardear sus posiciones. El «fuego amigo» ha ocasionado ya varios muertos e interrumpido el contraataque cuando el teniente Hugo Gutmann, que, ironias del destino, es judio y manda desde hace algunas semanas la compania, ordena a Hitler que atraviese un campo batido por las ametralladoras britanicas y pida la suspension del fuego artillero, prometiendole que

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