No tuvo, sin embargo, mucho tiempo para estas cavilaciones: la policia austriaca le localizo en Munich y, en virtud de los acuerdos de extradicion austro-bavaros, el 12 de enero de 1914 le notificaba que el dia 20 del mismo mes deberia presentarse en Linz para su incorporacion al servicio militar. Hitler se manifesto muy angustiado por la citacion, pero fiel a su forma de proceder continuo en Munich esperando la milagrosa solucion de su problema. El 19 de enero fue detenido por la policia muniquesa y conducido al consulado austriaco. El milagro se hizo: Hitler y su abogado elaboraron un pliego de descargo en el que se justificaba su no comparecencia para cumplir el servicio militar y explicaba su delicada situacion fisica, economica y social, pasada y presente, por lo que solicitaba un trato especial. A alguien le cayo en gracia y se acepto el alegato, recomendando una revision medica en Salzburgo, que fue meramente formularia y le declaro «inutil para la guerra y los servicios auxiliares».

Adolf, con veinticinco anos de edad, pudo dedicarse a disfrutar de Munich, donde bullian la politica, el arte y la cultura. Alli habia residido cerca de dos anos, en la decada anterior, el mismisimo Lenin; alli, Thomas Mann acababa de publicar Muerte en Venecia; alli, cuatro anos antes, habia descubierto Kandinsky los secretos de los colores e iniciado su brillante carrera abstracta. Pero esos detalles, probablemente, no los conocia Hitler, que odiaba a los comunistas, sabia poco de novela contemporanea y que en el arte moderno solo veia «sintomas de la decadencia de un mundo que se descomponia lentamente». Esa vision la tenia tambien otro pobre y oscuro personaje que luchaba por sobrevivir en Munich: Oswald Spengler, que en esa epoca trabajaba en La decadencia de Occidente.

En modestas cervecerias muniquesas, rodeado de obreros o bohemios como el, comenzo Hitler a desplegar sus dotes de tribuno. Alli tenia mejor acogida que en el Mannerheim de Viena, donde sus companeros de residencia le miraban como a un loco y no le tenian ningun respeto intelectual. En las cervecerias de Munich su aspecto estrafalario no llamaba la atencion: era un artista y como a tal se le tenia; por otro lado, en sus peroratas demostraba un bagaje cultural superior al de su auditorio. En Munich proliferaban desde hacia anos los nacionalistas exaltados, pangermanistas, racistas, antisemitas, de forma que sus ideas no sonaban raras. Entre el ruido de las jarras de cerveza su voz apasionada comenzo a cautivar a modestos auditorios y cuando hablaba, su figura poco destacada se crecia, su redonda cara afilaba sus rasgos y sus ojos azules despedian fuego. Con todo, Hitler era por entonces un don nadie.

La voz cantante del nacionalismo exaltado la llevaba un notable poeta, Stefan George, obsesionado por la idea del superhombre, el poder y la violencia. Entre sus principales corifeos estaba Alfred Schuler, un antisemita furioso al que Hitler escucho en mas de una ocasion. Estos hombres, Spengler, George, Schuler y otros mas no conocian a Hitler, pero le estaban preparando el camino, solo que antes deberian ocurrir varias carambolas historicas. La primera de ellas sucedio inmediatamente: poco antes de las once de la manana del 28 de junio de 1914, el estudiante nacionalista serbio Gabrilo Princip disparo dos tiros contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria, en una calle de Sarajevo. A cinco metros de distancia no podia fallar el blanco: el primer disparo hirio de muerte al archiduque y el segundo a su esposa, que trato de protegerle.

EL CABO HITLER

La noticia del magnicidio de Sarajevo recorrio Europa en pocos minutos. A medio dia de aquel soleado domingo de verano, Hitler se hallaba en su buhardilla pintando postales cuando le interrumpio su patrona, la senora Popp, para informarle de que su futuro emperador acababa de ser asesinado. La primera reaccion de Hitler fue pensar que se trataba de un atentado urdido por agentes germanofilos para terminar con la dinastia de los Habsburgo. Salio inmediatamente a la calle en busca de noticias y pronto supo la nacionalidad del asesino. Le parecio una burla del destino que el archiduque, al que odiaba por su inclinacion hacia el mundo eslavo, hubiera sido asesinado por un serbio… Aquel magnicidio le parecio el casus belli que conduciria a la guerra que tanto estaba esperando, solo que los acontecimientos se desencadenarian con una cadencia y de una forma totalmente imprevista par el.

Noventa anos despues del comienzo de la Gran Guerra parecen ridiculos los acontecimientos que la provocaron. Serbia, en su insensato camino hacia la formacion de la Gran Serbia, instigo el magnicidio de Sarajevo para que Austria le declarase la guerra, suponiendo que Rusia intervendria en ella en virtud de los pactos firmados y que el Imperio austro-hungaro seria vencido. En Belgrado calculaban, con poco fundamento, que Alemania se mantendria a la expectativa, esperando recoger los despojos germanicos del Imperio de los Habsburgo; por otro lado, Serbia se habia cubierto de una agresion alemana por medio de sus pactos con Francia y esta, a su vez, se protegia de los alemanes apoyandose en sus acuerdos con Gran Bretana.

Nadie hubiera movido un dedo en apoyo de Serbia si los austriacos, al dia siguiente de los funerales de su heredero al trono, hubieran «hecho papilla» Belgrado con sus canones o si se hubiesen lanzado a una operacion de castigo contra Serbia. Las casas reinantes en Rusia, Alemania y Gran Bretana hubieran entendido la brutal represalia. Lo tragico fue que Austria obro con suma torpeza: dejo enfriar el cadaver del archiduque y, con manifiesta mala fe, espero cuatro semanas a lanzar su ultimatum, aprovechando que el presidente frances, Raymond Poincare, navegaba por el golfo de Finlandia hacia Estocolmo, donde le esperaba una brillante recepcion. Lo que sucedio luego fue una secuencia de errores y de culpabilidades encadenadas que costaron diez millones de muertos en los campos de batalla, otros tantos en las retaguardias y que arruinaron Europa, privandola de su preeminencia mundial. Serbia fue culpable por haber patrocinado el magnicidio, buscando la guerra; Austria fue culpable por su falta de tacto politico al plantear el ultimatum y por no haberlo sabido negociar; Alemania fue culpable por haberse dejado manejar por Austria, permitiendo que la llevara insensatamente a la guerra; Rusia, Francia y Gran Bretana fueron culpables por no haber obligado a Belgrado a aceptar el ultimatum, conscientes todos ellos de que Serbia trataba de involucrarles en un conflicto de inmensas proporciones.

Hoy parece increible, pero entonces ocurrio asi porque aquella Europa que llevaba largo tiempo viviendo en paz, prospera y bien alimentada, se aburria. Winston Churchill escribiria: «Satisfechas por la prosperidad material, las naciones se deslizaban impacientes hacia la guerra», una guerra que todos esperaban ganar, una guerra que seria corta, brillante y que colmaria las aspiraciones de todos. El conflicto se desencadeno con este calendario: Austria presento su ultimatum a Serbia el 23 de julio, con 48 horas para responderlo; Belgrado rechazo parte del mismo el 25 y Viena declaro la guerra a Serbia el 28. Rusia reacciono con la movilizacion general y Alemania exigio que la desconvocara, bajo la amenaza de guerra; y como Moscu mantuvo su movilizacion, el 1 de agosto Berlin le declaro la guerra. Francia, aliada de Rusia, declaro la guerra a Austria-Alemania el 3 de agosto y Gran Bretana, aliada de Francia, hizo lo propio el dia 4.

Europa marchaba alegre hacia la guerra. Hubo manifestaciones de jubilo en Moscu, en Viena, en Belgrado, en Londres, pero fue en Alemania y en Francia donde la alegria desbordo los limites de lo previsible. Alemania habia ganado tres guerras fundamentales en el siglo XIX, mientras Bismarck forjaba la unidad: contra Dinamarca, contra Austria y contra Francia. Los alemanes de 1914 hacia cuarenta y cuatro anos que no habian padecido una guerra. Dos generaciones de alemanes se habian dedicado a construir un poderoso pais cuya potencia industrial habia ya sobrepasado a Gran Bretana. Era el momento de tener un poco de accion. Hitler escribiria anos despues: «No me averguenzo de confesar que, presa de un entusiasmo irreprimible, cai de rodillas y agradeci al cielo que me hubiera permitido vivir semejante momento.» El 2 de agosto de 1914 una gran multitud se manifesto en la Odeonplatz de Munich, ante el palacio Feldhern, para vitorear al rey Luis III de Baviera y celebrar la declaracion de guerra hecha por Alemania a Rusia el dia anterior.

Alli estaba Hitler, tal como demuestra una foto tomada a la multitud por Heinrich Hoffmann, quien anos despues se convertiria en amigo de Hitler y en su fotografo oficial. Con ayuda de una lupa se le puede distinguir de la masa que le rodea. Esta bien vestido, tiene buen aspecto fisico, ya lleva bigote y en sus ojos y expresion del rostro hay algo que podria definirse como iluminacion o transfiguracion: esta emocionado y feliz. La guerra era para el una liberacion, una manera de escapar de una existencia fracasada, gris, monotona, desesperanzada; confiaba en que la guerra le brindase oportunidades, quiza grandes hazanas donde convertirse en un heroe y alcanzar el protagonismo que tanto anhelaba y que la vida le habia escamoteado hasta entonces. Como no era aleman tuvo que pedir un permiso para poder ingresar en el ejercito bavaro, que le fue concedido en veinticuatro horas. El 16 de agosto era encuadrado como el soldado 148 de la 1.? compania del 16.° regimiento bavaro, que adopto el nombre de su primer jefe, el coronel List. Era una unidad compuesta por voluntarios, gentes, en general, pertenecientes a la reserva y, por tanto, un grupo humano heterogeneo por su procedencia, extraccion social, cultura y edad, en el que Adolf Hitler, artista fracasado de veinticinco anos, no desentonaba.

El adiestramiento, que duro hasta octubre, no fue muy consistente porque los jefes del regimiento eran casi

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