raciales y la resistencia implacable contra los envenenadores universales de todos los pueblos: el judaismo internacional.
»Dado en Berlin, a 29 de abril de 1945, 4 h de la manana.»
Hitler suspiro profundamente, luego dijo a
Goebbels leyo apresuradamente el testamento politico de Hitler y se alejo discutiendo con el las ordenes de continuar combatiendo. Le dijo al
«El
»Por primera vez en mi vida he de rehusar categoricamente obedecer una orden del
Reitera Goebbels en los siguientes parrafos sus argumentos para seguir a Hitler tras su suicidio: lealtad en tiempos dificiles, leccion contra los traidores, ejemplo para el futuro…
«Siempre se encontraran hombres que conduzcan la nacion hacia la libertad. Pero la reconstruccion de nuestra vida nacional seria imposible si no se basase en claros ejemplos facilmente comprensibles. Por todo esto, junto a mi esposa y en nombre de mis hijos, que aun son demasiado pequenos para hablar por si mismos, pero que adoptarian esta decision si tuviesen edad para hacerlo, formulo mi inalterable decision de permanecer en la capital del Reich y de quedarme junto a mi
Goebbels firmaba esta carta a las 5.30 h de la madrugada del 29 de abril de 1945. El habil propagandista habia valorado correctamente la situacion: la guerra estaba perdida, la formacion del nuevo gabinete era inicialmente improbable y, finalmente, inutil. Los aliados pasarian a los vencidos las terribles cuentas de sus acciones. Goebbels era culto e inteligente, sabia de Literatura, de Filosofia, de Historia y de Politica: si en 1918, rindiendose los alemanes sobre suelo frances y sin haber cometido desmanes destacables, aparte de los habituales estragos de la guerra, exigieron los vencedores la entrega de casi un millar de responsables de crimenes de guerra, ?que no harian ahora, tras el descubrimiento de la barbarie nazi en los paises conquistados y despues de haber hallado el espantoso secreto de los campos de exterminio? Hitler quiza lograse autoenganarse, pero el ni era un iluso para hacerlo ni un desinformado para olvidarse. En su Ministerio de Informacion, pese a la batalla de Berlin y a las enormes destrucciones, seguian funcionando algunos telefonos y continuaban llegando los telegramas de las agencias de prensa internacionales y sabia muy bien el revuelo que se estaba formando en el mundo tras el descubrimiento de los campos de exterminio de Polonia, Austria y Prusia. Conocia, ademas, con suma precision las decisiones que los aliados habian tomado en sus numerosas conferencias internacionales sobre los responsables del III Reich. No habia salida. Los grandes jerarcas nazis serian hechos prisioneros, juzgados, expuestos a la burla mundial y, seguramente, ejecutados de la manera mas infamante posible. No estaba dispuesto a pasar aquel trago, ni a pensar en su esposa, la bella Magda, a merced de la soldadesca sovietica, ni queria que sus hijos tuvieran que soportar de por vida el estigma de haber tenido como padre a una de las «bestias negras» nazis, como seguramente le senalaria la propaganda de los vencedores.
Otro que no podia dormir aquella madrugada era Martin Bormann. Tosco y ambicioso, Bormann habia escalado en aquellos ultimos dias algunos peldanos mas en sus aspiraciones; caidos en desgracia Goering y Himmler era, junto a Goebbels, la jerarquia mas elevada del regimen. El cargo de jefe del partido que Hitler le otorgaba en su testamento era, a final de cuentas, la primera magistratura de Alemania. Al almirante Doenitz se le habia designado presidente porque disponia del suficiente carisma como para hacerse seguir por el ejercito; el almirante era necesario en aquellos momentos, pero politicamente el, Bormann, era el sucesor de Hitler, de modo que comenzo a dar ordenes. Lo primero era limpiar la cupula nazi de traidores, lo segundo, continuar la guerra. Asi, aquella madrugada aun enviaba telegramas al cuartel general de Doenitz en Flensburg:
«… La prensa extranjera informa sobre nuevas traiciones. El
Aun envio otro mensaje mas comprometedor y seguramente sin conocimiento de Hitler. Iba destinado a sus subordinados en Berchtesgaden, que desde el dia 23 por la noche custodiaban al «traidor» Goering y a sus ayudantes: «La situacion en Berlin es mas tensa y dificil. Si Berlin y nosotros caemos, los traidores del 23 de abril deben ser exterminados. ?Cumplid con vuestro deber! ?Vuestra vida y honor dependen de ello!» Este telegrama llego a su destino el dia 30 de abril, pero el comandante de la prision en la que estaba encerrado el mariscal del Aire se nego a ejecutar las ordenes de Bormann. Claro, que esto nunca lo supo el nuevo ministro del partido. Tras enviar esos telegramas, llamo a su ayudante, el coronel de las SS, Wilhelm Zander, para encargarle que llevase personalmente una de las copias del testamento de Hitler al cuartel general de Doenitz. Zander le rogo que designara a otra persona, pretextando que en aquellos momentos su lealtad le obligaba a permanecer junto al
Bormann le despidio, quedando en consultarlo con Hitler, y seguidamente aun tuvo fuerzas para tomar su diario y hacer algunas anotaciones: «Los traidores Jodl, Himmler y Steiner nos han abandonado a merced de los bolcheviques. Otro duro bombardeo. El enemigo informa que los norteamericanos han entrado en Munich.» Cerro su diario, se tumbo en su catre de campana y apago la luz. Desde hacia un rato la artilleria sovietica habia aumentado sus disparos y el bunker volvia a temblar como si padeciera los efectos de un terremoto. Bormann ahogo una maldicion cuando un desconchon de yeso cayo sobre la cara; retiro malhumorado los pequenos fragmentos y luego se tapo la cabeza, disponiendose a dormir. Eran aproximadamente las 6 h de la madrugada del 29 de abril de 1945.
Capitulo III