formulada por el, y el contenido de su Mein Kampf, biblia de todo buen nazi, pero carecia de fuerza para abortar violentamente aquella secesion. El choque era inevitable y se produjo cuando las familias ricas, que habian sido expropiadas durante los sucesos revolucionarios de 1918-1919, reclamaron las indemnizaciones que les correspondian de acuerdo con la Constitucion de Weimar. Hitler y los Gausen del sur y del este apoyaron tal pretension; la Comunidad del Trabajo se manifesto absolutamente contraria.

Para unificar criterios se convoco una reunion en Hannover el 25 de enero de 1926. Hitler no asistio y envio como representante a Gottfried Feder, al que Goebbels impidio hablar al grito de «?Fuera los espias!». Otto Strasser, hermano de Gregor, asegura que en aquella reunion Goebbels exigio que «el pequeno burgues Adolf Hitler sea excluido del partido». Es una bonita anecdota, pero parece que se la invento anos despues Otto Strasser, que llego a ser enemigo encarnizado de Goebbels. La reunion fue un fracaso para Hitler, pues la mayoria voto contra las indemnizaciones. No era Adolf hombre que diera facilmente su brazo a torcer: convoco una nueva reunion el 15 de febrero de 1926 en Bamberg, en la que no acepto ni una sola de las propuestas del grupo de Gregor Strasser. Su arrebatada oratoria se atrajo a muchos de los reunidos y desarmo a los restantes. A Strasser, antes de que pudiera intervenir, le convirtio en el segundo jefe del partido, le entrego la jefatura del norte de Alemania y le autorizo a fundar una imprenta y un periodico en Berlin.

Gregor Strasser acepto la oferta de Hitler y enterro la Comunidad del Trabajo. Goebbels se sintio «como un hombre que hubiera recibido un golpe en la nuca». «?Que es Hitler? ?Un reaccionario?», se preguntaba en su diario aquel hombrecillo, cuyos ideales y el trabajo de muchos meses habian sido arruinados por Hitler como si se tratase de un castillo de naipes. No dispondria de mucho tiempo para revolver su bilis, porque ese verano de 1926 estaria ya comiendo de la mano del Fuhrer.

El encuentro entre ambos hombres, trascendental para el futuro del nazismo, se produjo en el Segundo Congreso del NSDAP, que se reunio en Weimar entre el 5 y el 7 de julio de 1926. Hitler lo habia preparado minuciosamente para eliminar cualquier disidencia. La reunion tuvo lugar en el mismo teatro donde se elaboro la Constitucion de la Republica de Weimar, siete anos antes. En el inmenso escenario, medio millar de abanderados, formando una media luna, enarbolaban sus esvasticas; delante de ellos figuraban cuatro guiones cuadrados, cuyas astas, coronadas por aguilas plateadas, imitaban a las de las legiones romanas y, mas cercanamente, a la parafernalia impuesta en Italia por los «camisas negras» de Mussolini. El momento culminante se produjo cuando el director de escena anuncio la llegada de la «bandera ensangrentada», aquella que el 9 de noviembre de 1923 encabezaba la manifestacion nazi que fue frenada por la policia muniquesa antes de que alcanzara la Odeonplatz. La portaban miembros de las SS, organizacion que aquel dia fue presentada a los afiliados del partido, y todas las esvasticas, una a una, fueron tocadas y «ennoblecidas» por la historica ensena nazi, al tiempo que un sacerdote catolico y un pastor protestante las bendecian. Los asistentes estaban impresionados ante la solemne ceremonia, pero mas lo estuvieron cuando Hitler hizo desfilar ante ellos a 15.000 miembros de las SA, perfectamente uniformados. En aquel mar de camisas pardas destacaban los uniformes negros de las primeras companias de las SS.

Tras la demostracion de poder, Hitler impuso inequivocamente su Fuhrerprinzip, es decir su jefatura unica e indiscutible, su voluntad omnimoda sobre el partido. Pero en Weimar, sobre todo, se gano definitivamente a Goebbels, privando a Strasser de su brazo derecho y haciendose con una de sus mejores palancas para la conquista del poder. Al final del congreso le invito a pasar unos dias con el en Berchtesgaden. Junto a los Alpes de Salzburgo, Hitler desplego todo su encanto y sus dotes persuasorias para atraerse al brillante contrahecho y lo consiguio para siempre. Hitler «es el instrumento de un destino divino… Amable, bueno y generoso como un nino. Sutil, astuto y suave como un gato. Rugiente y feroz como un leon», anotaba el fascinado Goebbels en su diario. Tan obnubilado se hallaba que Hitler logro convencerle para que abordase la empresa mas dificil que se ofrecia al NSDAP: la conquista de Berlin.

Berlin constituia un desafio imposible. La capital de la Republica era la mayor ciudad de Europa, con cuatro millones de habitantes que vivian en un inmenso casco urbano de 30 km de diametro y cerca de 900 km2. El Partido Comunista era la formacion politica con mayor audiencia entre las masas populares. La implantacion del NSDAP resultaba insignificante, con apenas un millar de afiliados al corriente de sus cuotas; para colmo, era el feudo de Strasser. Goebbels acepto el reto y, con sus veintinueve anos y 50 kilos de peso, llego a Berlin el 1 de noviembre de 1926.

En tres anos de lucha, ganando los barrios obreros a punetazos, imponiendo la organizacion y la violencia de las SA a la improvisacion comunista, comprando voluntades, publicando periodicos en los que lo menos importante era la verdad y la venta de ejemplares la maxima aspiracion, fabricando heroes, componiendo himnos, calumniando a los enemigos politicos, haciendo que se convirtiera en verdad la mentira mil veces repetida, utilizando todos los resortes de la propaganda, Goebbels logro que sus afiliados se multiplicaran por cien, hasta el punto de que en 1930 sus SA estaban formadas por 60.000 hombres y su miserable oficina inicial se habia convertido en un palacio de 30 habitaciones. A esta epoca pertenecen dos de las creaciones goebbelsianas que se convertirian en parafernalia maxima del nazismo: el saludo Heil Hitler! con el brazo extendido y el tratamiento de Mein Fuhrer. Pero, pese a su agudeza, a su energia, a su falta de escrupulos y a su genio propagandistico, los tres anos largos que tardo en llegar el triunfo de Goebbels fueron de dura lucha, de minimos progresos y de numerosas frustraciones, tanto en Berlin como en el resto de Alemania.

Hitler habia recuperado el derecho a hablar en publico en Baviera en 1926, y en el resto de los Lander en 1927, pero ni sus inflamados discursos, ni la excelente organizacion de sus Gausen, ni los desfiles de sus SA, ni las procesiones de antorchas, acababan de sacar al partido de su minima significacion electoral: en las legislativas de 1928 el NSDAP solo logro 810.000 sufragios (el 2,6 por ciento de los votantes) y obtuvo 12 escanos en el Reichstag. Sucedia que la agresividad nazi, sus denuncias antijudias y anticomunistas, sus ataques al capital y al enemigo exterior, sus gritos de «?Alemania, despierta!», su nacionalismo extremado y su racismo caian en terreno baldio. Alemania no escuchaba porque vivia muy bien: el paro habia disminuido en 1928 a 1.112.000 personas y se disfrutaban los mejores salarios del siglo. Internacionalmente, Alemania regresaba al concierto de las naciones: por el pacto Briand-Kellogg, Berlin, Paris y Londres renunciaban a la guerra para resolver sus diferencias. Alemania ingresaba en la Sociedad de Naciones, los franceses se habian marchado del Ruhr y se negociaba su retirada de la margen izquierda del Rin. Incluso, la pequena Reichswehr satisfacia las necesidades del momento: los soldados permanecian diez anos en filas, de modo que se convirtieron en profesionales, en «un ejercito de suboficiales», y el acuerdo de Rapallo con la Union Sovietica permitia que los oficiales alemanes se especializasen en la URSS en el uso de las armas prohibidas por el Tratado de Versalles. Sin embargo, Alemania tenia problema: que el pago de su deuda de guerra y su prosperidad se basaban, fundamentalmente, en las inversiones exteriores, y eso nadie queria verlo entonces.

Pero si bien Hitler no conseguia progresos definitivos en su marcha hacia el poder, si lograba, en el plano personal, el exito y la fortuna. Dejo su apartamento y se instalo en una mansion de nueve grandes habitaciones. Tenia 12 personas a su servicio, contando el de la vivienda muniquesa, el del chalet de los Alpes, sus dos secretarios y su chofer. Fue esta, seguramente, la epoca mas feliz y sociable de su vida. En 1929, con cuarenta anos, era un politico con futuro, cuyo partido crecia lenta, pero continuamente. Tenia cierta vida familiar, pues se habia llevado a Munich a su medio hermana Angela, que ejercia de ama de llaves en la casa de Berchtesgaden, y a la hija de esta, Geli Raubal, con la que sostuvo unas complejas relaciones cuya naturaleza aun no se ha desvelado. Hitler, que fue calificado de impotente, incluso de homosexual por sus enemigos politicos, parece que era un hombre absolutamente normal en este terreno, a pesar de que la pretendida autopsia que los rusos hicieron de su cadaver tras la ocupacion de Berlin hallo que tenia un testiculo atrofiado, lo que ocurre con cierta frecuencia en hombres sexualmente normales. En el diario de Eva Braun existen multiples pasajes en los que se insinuan relaciones plenamente satisfactorias – «soy infinitamente feliz porque me ama tanto y rezo para que siempre me ame del mismo modo» o «El tiempo es maravilloso y yo, la amante del hombre mas grande de Alemania y del mundo…»-. Por tanto, cabe que Adolf y Geli fueran amantes, pero Hitler jamas accedio a casarse con ella, porque su primer amor y maxima pasion eran la politica y Alemania; por su parte, Geli nunca acepto el papel segundon y discreto que se le ofrecia. De cualquier manera, y pese a varios episodios tempestuosos entre tio y sobrina, convivieron mas de dos anos en la gran casa de Munich.

Hitler seguia haciendo la vida que le gustaba. Se levantaba tarde, salia de casa cerca del mediodia y se iba a las oficinas del partido o al estudio del fotografo Hoffmann o, cuando comenzo a habilitarse como sede del NSDAP

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