concentracion, el Ministerio del Interior, incluso le habia dado la jefatura del ejercito en las primeras semanas de 1945, donde mostro claramente su ineptitud. Todo lo hubiera esperado de el menos la traicion, menos que negociara a sus espaldas la rendicion de Alemania. El doctor Haase aguardaba.
«Creo que habria que comprobar la eficacia de los venenos. ?Que se le ocurre a usted?»
Haase meditaba, angustiado, una respuesta conveniente. Los unicos seres vivos que habia en el bunker eran humanos. En su ayuda acudio el propio Hitler.
«Podria usted probar su eficacia con mi perra Blondi. No podemos dejar vivo al pobre animal.»
El doctor Haase respiro aliviado. Nunca se le hubiera ocurrido sugerir el envenenamiento de Blondi, la perra preferida del Fuhrer, que, ademas, acababa de tener cachorros. Regreso a la enfermeria, tomo una jeringuilla y extrajo unos milimetros cubicos del liquido letal. Luego camino hasta el fondo del pasillo donde, en una minuscula habitacion contigua a los cuartos de bano, habitaba la mimada Blondi, que cuidaba amorosamente de su carnada de cachorros. Haase acaricio al animal y luego le suministro el veneno. La perra expiro sin un lamento, mientras sus cachorros aun se afanaban en torno a sus mamas. Haase regreso al despacho de Hitler.
«Mi Fuhrer, el veneno es muy activo. La muerte de Blondi ha sido casi instantanea.»
Hitler acompano al medico hasta la habitacion de la perra, a la que miro con cara compungida. Llamo a su ayudante personal, el coronel de las SS Otto Gunsche, un gigante rubio con cara mas perruna que la propia Blondi, y le ordeno que enterrase a la perra y a sus cachorros junto a ella. Gunsche metio a los cachorros y el cadaver de Blondi en una caja de carton, salio al jardin de la Cancilleria y alli cavo un agujero donde arrojo a los perros, a los que mato a tiros de pistola. Luego los cubrio de tierra apresuradamente, porque la artilleria sovietica, que se habia concedido un respiro, volvia a disparar y sus granadas caian sobre el sector de la Cancilleria.
La eliminacion de Blondi debio ser la anteultima renuncia para Hitler que, segun las declaraciones de la enfermera Erna Flegel y de su secretaria, Traudl Junge, se pasaba las horas muertas en el bunker jugando con su perra. Mas aun, Erna Flegel declaro a los agentes norteamericanos, que la interrogaron en 1945, que Eva Braun de lo unico que se quejaba antes de suicidarse era del envenenamiento de la perra.
***
EL OCASO DE LOS DIOSES El bunker inicio su peculiar vibracion, que Hitler acepto resignadamente mientras convocaba una reunion de su gabinete de guerra. Las noticias eran escasas y malas: la batalla de Berlin se libraba con singular denuedo por ambas partes, pero los alemanes eran cada vez menos y tenian crecientes dificultades para encontrar municiones. Los soldados sovieticos avanzaban ya por la Wilhelmstrasse y se encontraban cerca del Ministerio del Aire, defendido por soldados de la Luftwaffe. Pronto la Cancilleria estaria en primera linea. De los ejercitos de socorro no se sabia nada. A las 19.52 h del 29 de abril, el Fuhrer ordeno que se comunicasen con Jodl, proponiendole cinco preguntas que deberia responder con la maxima urgencia:
«1) ?Donde estan las vanguardias de Wenck? 2) ?Cuando atacaran? 3) ?Donde esta el 9.° Ejercito? 4) ?En que direccion avanza el 9.° Ejercito? 5) ?Donde estan las vanguardias de Holste?»
Esperaron una respuesta en vano. Hitler, palido y deprimido, era la viva representacion de la derrota. Ejercitos de juguete mandados por generales de plomo. Eso era todo lo que le quedaba. El unico que alli seguia teniendo coraje era Bormann, que una hora despues enviaba un nuevo mensaje pretendidamente energico al almirante Doenitz:
«Tenemos la impresion cada vez mas clara de que, durante largos dias, las divisiones situadas en la zona de Berlin han estado perdiendo el tiempo, en vez de rescatar al Fuhrer. Solo recibimos informacion supervisada, mutilada o alterada por Teilhaus (Keitel). Solo podemos mandar mensajes a traves de Teilhaus. El Fuhrer le ordena que disponga medidas inmediatas y energicas contra todos los traidores.»
Hitler echo una ojeada distraida al telegrama y se sonrio por dentro al leer el apodo del mariscal y al comprobar todo el odio y la sospecha que Bormann reservaba a su maximo asesor militar. ?Que tipo, Bormann! Por mas que lo intento no pudo recordar cuando le habia conocido, pero fue tarde pues no era un miembro de primera hora del NSDAP. Se lo habia presentado Rudolf Hess, que le apreciaba como su brazo derecho por su infatigable energia y por su austeridad. Las rarezas de Hess le obligaron a contar cada vez mas con Bormann, sobre todo despues del estupido vuelo a Inglaterra de su amigo e intimo colaborador, en 1941. Bormann habia ido escalando peldanos en el poder de manera discreta, pero infatigable, hasta hacerse con su Secretaria desde la que pudo intrigar contra todo el mundo. ?Pobre Bormann!, tan fiel, tan eficaz, pero tan tosco, tan gris, tan falto de «talento artistico»… Cuando habia logrado distanciar, por fin, a Goering, a Himmler y a Keitel ya de nada le podia servir.
Fue en esa angustiosa espera, hacia las 21 h del 29 de abril, cuando se tuvo noticia en el bunker de la muerte de Mussolini, ocurrida el dia anterior. Segun algunas fuentes, la informacion llego de forma escueta por medio de un telegrama de teletipo; segun otras, fue una emisora italiana la que, con todo lujo de detalles, informo de la muerte de Benito Mussolini y de su amante Claretta Petacci a manos de una cuadrilla de guerrilleros comunistas. La cronica radiofonica habria contado, tambien, que los cadaveres del Duce, de su amante y de media docena mas de dirigentes fascistas colgaban cabeza abajo de la gasolinera de la Standard Oil en la plaza Loreto de Milan. La detallada informacion radiofonica parece harto improbable y resulta muy dudoso que Hitler conociera el escarnio del cadaver de su aliado del Eje. De cualquier forma, llegara o no a saber los macabros detalles, el y Eva Braun ya habian decidido que sus cuerpos fueran incinerados, de tal manera que no hubiera lugar a ningun tipo de exhibicion envilecedora.
La muerte de Mussolini cayo como una losa sobre los reunidos en aquella desesperanzada conferencia militar. Carecian de informacion reciente sobre la marcha de las operaciones militares en Italia, pero la muerte del Duce era elocuente: la guerra en Italia habia terminado. Berlin y poco mas era cuanto seguia combatiendo; la resistencia tenia las horas contadas. Todos guardaban un silencio lleno de congoja y derrota, salvo Bormann, que aun parecia disponer de energia para continuar luchando. Poco despues de las 22 h envio otro mensaje: «El Fuhrer vive y dirige la defensa de Berlin.»
Pero el Fuhrer ya nada dirigia y su muerte estaba programada. Hundido en el sillon recordaba con distante sabor agridulce sus relaciones con Mussolini. Le habia temido y odiado cuando fue asesinado Dollfuss; habia sentido un gran aprecio por el cuando le apoyo en Munich en la cuestion de los Sudetes; le habria estrangulado cuando se entero de que tenia contactos con franceses y britanicos al comienzo de la guerra; se sintio agradecido cuando, pese a lo anterior, se mantuvo fiel al Eje y no le creo una nueva preocupacion, abriendole un segundo frente; le indigno hasta el paroxismo la incapacidad italiana en la guerra de Grecia y del norte de Africa; se sintio conmovido cuando le echaron del poder y le encerraron en el Gran Sasso. Unas relaciones de amor-odio en cuyas vicisitudes el debia admitir gran parte de culpa. No le habia informado del pacto con la Union Sovietica ni de la fecha de su ataque a Polonia, ni tampoco de los planes de la batalla de Francia. Claro que todo secreto era poco con aquellos italianos lenguaraces y fanfarrones, que hubieran cometido