embajador sovietico en Berlin, Vladimir Dekanozov, recibia el aviso de que el ministro de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, le esperaba en su despacho a las 4 de la madrugada. Al mismo tiempo, el embajador aleman en Moscu, Karl von Schulenburg, solicitaba ser recibido a aquella misma hora de la madrugada por el ministro sovietico de Exteriores, Molotov. Con escasos segundos de diferencia, a las 4 de la madrugada del domingo 22 de junio de 1941, Von Ribbentrop y Von Schulenburg comunicaron, respectivamente, al embajador y al ministro sovietico que Alemania declaraba la guerra a la Union Sovietica. Molotov quedo pasmado y solo acerto a decir: «La guerra…, esto es la guerra. ?Cree usted, senor embajador, que hemos merecido esto?»

A esa misma hora, la artilleria alemana abria fuego contra las lineas sovieticas. Un capitan saltaba espantado de su catre de campana y telefoneaba al Estado Mayor de su division, a 40 km de distancia:

– ?Mi coronel, nos atacan los alemanes!

– ?Eso es imposible! ?Usted esta borracho! ?Vayase a dormir y dejeme en paz!

En Brest-Litovsk, donde se habia firmado el armisticio germano-sovietico de 1918, el general Blumentritt, jefe del Estado Mayor del IV Ejercito aleman, anotaba: «Nuestra artilleria estaba en accion y, tranquilo, el expreso Berlin-Moscu proseguia sin incidentes su larga marcha.» El asombro del general iria en aumento cuando su servicio de escuchas captaba el desconcierto reinante en las lineas sovieticas; una posicion de primera linea telefoneaba a la jefatura de su division:

– ?Los alemanes nos disparan! ?Que hacemos?

– ?Pero es que estais locos??Por que no esta cifrado vuestro mensaje?

Mas grave todavia era lo de Stalin, que a esas horas dormia a pierna suelta en su dacha de Kunksevo, a las afueras de Moscu. Molotov habia intentado hablar con el por telefono, pero el jefe de la guardia se nego a despertar al Secretario General. Finalmente, un grupo de generales se traslado en automovil hasta la casa e, impresionado por tantos galones, el oficial se avino a despertar al dictador sovietico. Stalin quedo petrificado, pero quiso quitar importancia a lo que estaba ocurriendo:

– ?Estan seguros de que no es una provocacion mas??Creen que se trata de un ataque a gran escala?

– Por supuesto, camarada Secretario General, los alemanes nos atacan en tres puntos de nuestras fronteras: desde Prusia Oriental, desde Polonia y desde Rumania y las alarmas de nuestras tropas fronterizas indican que los frentes de la ofensiva alemana tienen mas de 300 km. ?Que debemos ordenar a nuestras tropas?»

Stalin trato de valorar la situacion. Si era una provocacion, todo se resolveria con una queja diplomatica; si, tal como le venian avisando desde hacia dias, se trataba de una invasion, no adelantaria mucho dando ordenes precipitadas a aquellas horas. Quiza aun pudiera resolverse todo con una mediacion diplomatica.

– Ordenen a sus unidades que rechacen los ataques enemigos, pero no crucen la frontera alemana en ningun caso.

Increiblemente, la Union Sovietica habia sido sorprendida. Increiblemente, porque Alemania y sus aliados iniciales -Finlandia, Hungria y Rumania- habian reunido en sus fronteras tres millones y medio de hombres, 7.200 canones, 3.350 carros de combate y mas de cien mil vehiculos de todo tipo. A Moscu, aparte de los informes militares de concentraciones tan formidables en sus fronteras, llegaban los avisos de Washington y Londres, cuyos espias averiguaron la inminencia del ataque. Stalin habia actuado con una absoluta falta de prudencia y el ataque le sumio en el mayor de los desconciertos, hasta el punto de que tuvo que ser Molotov quien anunciara, a mediodia del domingo, que «el fascismo traidor estaba invadiendo el solar patrio».

A esas horas, los sovieticos habian perdido 1.200 aviones, un diez por ciento aproximadamente de su aviacion operativa, y al llegar la noche las columnas acorazadas alemanas del norte y del centro habian penetrado entre 65 y 90 km en territorio de la URSS. Seis dias despues, las principales lineas de avance alemanas se hallaban a mas de 200 km del punto de partida. A la «Guarida del Lobo» llegaban estos exitos magnificados. Hitler, que apenas tenia nada que hacer, salvo contemplar los mapas de la Union Sovietica y hacer cabalas sobre lo que podria resistir Stalin, se encontraba de un humor excelente. El dia 27 de junio le confeso sonriendo a Von Ribbentrop: «Si hubiera tenido una ligera idea de la gigantesca concentracion del Ejercito Rojo, jamas hubiera tomado la decision de atacar.» Realmente, Hitler seguia sin tener una idea clara de la importancia de su enemigo; sus generales, tampoco, aunque algunos comenzaban a enterarse.

Cuando comenzo el ataque aleman, el Ejercito sovietico se componia de cuatro millones y medio de hombres, con unos 21.000 vehiculos blindados y no menos de 15.000 aviones. Esas cifras conferian a Stalin una ventaja inicial de un 20 por ciento en infanteria, mientras la proporcion de los carros sovieticos respecto a los alemanes era de 7 a 1 y la de aviones, de 5 a 1. La sorpresa, el mejor adiestramiento, la calidad de los mandos, la experiencia adquirida en veinte meses de lucha, la concepcion de una nueva forma de hacer la guerra cambiaron, sin embargo, los parametros originales. Rapidamente, los alemanes tuvieron ventaja numerica en infanteria y se aduenaron del aire, derribando millares de anticuados aparatos sovieticos, cuyos pilotos estaban, generalmente, mal adiestrados y carecian de experiencia en el combate aereo. Pero la reina de aquella guerra fue el arma acorazada. Desde el principio, los alemanes impusieron la fuerza, la coherencia y la velocidad de sus unidades blindadas, destruyendo millares de carros sovieticos, pequenos y anticuados. Pero descubrieron, asombrados, que Stalin tenia dos modelos -el T-34 y el KV-1- tan buenos o mejores que el «ultimo grito» de la industria acorazada alemana, el Mark IV, espina dorsal de las divisiones Panzer durante cuatro anos; afortunadamente para los alemanes, en el verano de 1941 la ventaja sovietica en este tipo de carros era solo de 3 a 1 (1.475 frente a 439), diferencia compensada sobradamente por el mejor empleo de los Panzer.

Mientras sus ejercitos avanzaban a un promedio diario de 32 km, Hitler seguia sonando ante el mapa de la URSS que colgaba de una de las paredes del comedor, suponiendo que, de un momento a otro, recibiria una peticion de armisticio firmada por Stalin. El trabajo era poco, tal como escribe una de sus secretarias:

«Si me pregunto que hago durante todo el dia, la contundente respuesta es: absolutamente nada. Dormimos, comemos, bebemos, y dejamos que los demas nos hablen cuando la pereza nos impide hablar…»

La misma secretaria ofrece una clara idea de como se vivia en la «Guarida del Lobo», que en verano era bastante soportable, salvo por lo que a los mosquitos se refiere. El Fuhrer se levantaba tarde, acudia a desayunar hacia las 10 h y se entretenia casi una hora comentando las novedades del campamento o las noticias sociales que llegaban de Berlin. Luego se retiraba a su oficina y recibia visitas, despachaba documentos o trazaba planes. A las 13 h habia una conferencia informativa sobre la marcha de la guerra; en los grandes mapas de los diversos frentes avanzaban los alfileres de colores que mostraban el progreso de las unidades alemanas, mientras el coronel Schmundt enumeraba las formidables perdidas enemigas y retiraba los alfileres que representaban a las divisiones sovieticas, conforme eran destruidas o capturadas. A continuacion, el almuerzo, compuesto por apenas un potaje. Tras la sobremesa, el calor invitaba a dar una «cabezadita», que para algunos era una siesta reglamentaria, dado el habito trasnochador de Hitler:

«Hacia las cinco de la tarde el Fuhrer nos llama y nos atiborra de pasteles. ?Merece sus felicitaciones quien mas pasteles come! La hora del cafe se prolonga hasta las siete, incluso hasta mas tarde. Despues regresamos al comedor numero 2 para cenar. Por fin, nos escabullimos para dar un paseo por los alrededores, hasta que el Fuhrer nos convoca en su estudio, donde todas las noches se celebra una reunion, con cafe y mas pasteles, a la que asisten sus intimos colaboradores. Estas reuniones se prolongaban 'hasta las tantas'.»

Todo iba bien. Al concluir el 8 de julio, despues de diecisiete dias de accion, el jefe del Estado Mayor, general Haider, escribia que la Wehrmacht habia puesto fuera de combate a 89 de las 164 divisiones que Stalin tenia en sus fronteras occidentales (disponia de un centenar mas en su fachada asiatica, en prevision de un ataque japones); por tanto, ya solo se les enfrentaban unas 75 divisiones, poco mas de un millon de hombres; sus fuerzas acorazadas habian pasado de 29 a 9 divisiones; su aviacion habia desaparecido. Y, sin embargo, no se producia la rendicion, ni la descomposicion interior, ni el desplome militar. Los alemanes avanzaban con buen ritmo, pero hallando siempre resistencia y sufriendo bajas, mas de treinta mil muertos y unos cien mil heridos en esos pocos dias.

A mediados de julio, Hitler estaba perdiendo el buen humor, la paciencia y las ganas de tomar pasteles con sus secretarias. Tenia un enfado permanente con su servicio de espionaje (la Abwehr, mandada por el almirante Canaris), que ni habia detectado la existencia de los formidables carros de combate sovieticos ni habia acertado sobre las disponibilidades blindadas de la URSS: «El Fuhrer

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