Frank, a Frick y, por encima de todos ellos, a Hitler, sin cuyo conocimiento y aquiescencia no se movian en Alemania ni las hojas de los arboles. Y, sin embargo, es curioso constatar la opinion que del Fuhrer tenia la gente sencilla: «Un hombre sincero y hogareno… Ama a los ninos y a los perros», decia el jardinero Neisse en 1939. Grete, una jovencita en los dias de la guerra, recordaba que su madre, antigua afiliada al NSDAP, jamas obtuvo ningun beneficio salvo sentarse en las filas de honor durante los actos del partido; adoraba a Hitler y cuando llegaban a sus oidos los crimenes horrendos del nazismo aseguraba que eran calumnias de los envidiosos. Sin embargo, la madre de Grete tuvo una experiencia aterradora, pues se encontraba entre los civiles alemanes que fueron obligados por los norteamericanos a visitar el campo de Dachau, pocos dias despues de su liberacion. «Mi madre sufrio una crisis nerviosa y necesito mucho tiempo para recuperarse.»

Tambien es curiosa la amnesia que afecto a Alemania respecto a la politica exterminadora de los nazis: nadie sabia nada, a lo sumo habia oido rumores -como le ocurria a la madre de Grete-. Esta ignorancia general es, terminantemente, falsa. Hubo mas de 50.000 miembros de las SS que prestaron servicio en los campos de exterminio y que se dedicaron a la matanza de rusos y polacos. Hubo mas de 100.000 policias controlados por la RSHA cuyo cometido fue enviar a disidentes, judios, gitanos, polacos, checos, rusos a los campos de exterminio. Cientos de miles de alemanes vivian cerca de algunos de estos campos y durante cuatro anos se les pego a la piel el olor a muerto que emanaban aquellas instalaciones, a las que llegaban las gentes por docenas de millares y de las que nadie salia con vida. Lo sabian las grandes industrias alemanas, que producian los gases venenosos para exterminarlos o se beneficiaban de su trabajo, de sus objetos o de sus restos. Gran parte de los alemanes supieron fehacientemente lo que estaba ocurriendo, entre otras cosas porque desde que Hitler llego al poder hasta su suicidio mas de dos millones de alemanes murieron a manos de los nazis. ?Como, pues, se produjo tan impenetrable silencio? Durante el III Reich, el terrible crimen fue cubierto por el manto de la propaganda y las bocas, silenciadas con el candado del miedo: nadie queria engrosar la cifra de los encerrados en los campos de exterminio a causa de una indiscrecion. Tras la guerra, los alemanes prefirieron «disimular», unos porque defendian su actuacion, otros porque no querian complicaciones y los mas porque se avergonzaban de lo que habia ocurrido a la puerta de su casa. Manfried Rommel, hijo del mariscal Rommel y alcalde de Stuttgart en los anos noventa, se referia a esa «ignorancia generalizada»: «Mucho se sabia, algo mas se hubiera podido saber y el resto no se quiso saber.»

Claro que los alemanes debieron dedicarse animosamente a sobrevivir a partir de 1942. Entre enero y marzo, las noticias que llegaban del frente del este se reducian a victorias defensivas que obligaban a los ejercitos alemanes a retroceder. Aquel primer trimestre de 1942, 52.000 hombres murieron en los helados campos rusos y 180.000 regresaron a casa heridos. Las calles alemanas comenzaron a estar muy frecuentadas por heroes mancos, cojos o paraplejicos. Mientras, las noticias del norte de Africa eran muy alentadoras, ya que alli Rommel avanzaba hacia la frontera egipcia. En el mar, los submarinos alemanes amenazaban con aislar las islas Britanicas. En el Pacifico, los japoneses se aduenaban de Filipinas, Malasia e Indonesia, y parecian estar a punto de arrojar a los norteamericanos de las Hawai. Hitler preparaba meticulosamente su campana de primavera contra la URSS y llamaba a filas a nuevas quintas. Un millon de hombres fue instruido entre el verano de 1941 y la primavera de 1942.

Con aquel nuevo y formidable ejercito, Hitler decidio realizar la campana que no pudo lograr en el otono anterior. Se olvido, por el momento, de Moscu y decidio avanzar decididamente hacia el Caucaso y Stalingrado. Privaria a los sovieticos del mar Negro, del carbon y el hierro del Donetz, de las ciudades industriales de Rostov, Voronetz, Taganrov, Stalingrado y Sebastopol, del petroleo del Caucaso, de los cereales de Ucrania, Georgia y Armenia… y a punto estuvo de conseguirlo. Los ejercitos alemanes se mostraron nuevamente muy superiores a los sovieticos, pero estos habian aprendido la leccion y trataron de evitar las batallas en campo abierto, retirando sus fuerzas y oponiendo gran resistencia en las ciudades o en los lugares estrategicos que no se prestaran al cerco. Asi, los alemanes avanzaron con facilidad, pero capturando menos prisioneros que en la campana anterior y destruyendo mucho menos material. Hitler, llevado otra vez por su impaciencia, cambio de planes y concentro el grueso de sus ataques sobre Rostov, originando un formidable atasco entre sus propias fuerzas y permitiendo que un objetivo prioritario de aquella campana, Stalingrado, tuviera un mes para disponer su defensa. Luego, cuando sus tropas penetraron en la ciudad de Stalin, se cego en ese objetivo, que ya solo era un monton de ruinas, y sobre los escombros hizo desangrarse al mejor ejercito del momento. Mientras, sus avances en el Caucaso eran lentisimos, por falta de hombres, de vehiculos, de municiones y de combustible, todos consumidos en Stalingrado. El general Kleist exclamaba desesperado: «Frente a nosotros, ningun ruso; a nuestras espaldas, ningun suministro.» Peor todavia, ante el avance aleman, los sovieticos seguian con su practica de «tierra quemada» y destruyeron los campos petroliferos de Maikop tan concienzudamente que no volvieron a producir petroleo hasta 1948.

El final del verano de 1942 marco la decadencia del poderio militar del Eje. Las tropas alemanas estaban atascadas en Stalingrado, no avanzaban en Leningrado, no alcanzaban sus objetivos en el Caucaso, pasaban a la defensiva frente a Moscu y en El Alemein. Hitler, despues de insultar a su jefe de Estado Mayor, Halder, que le solicitaba una retirada en la zona central del frente ruso, le sustituyo por el general Zeitzler. La escena, en presencia de una docena de generales reunidos en el nuevo cuartel general, instalado en Vinnitsa, Ucrania, y bautizado «Hombre Lobo», debio tener una violencia inaudita:

«-Nuestros valientes fusileros y tenientes mueren por millares solo porque a sus jefes se les deniega la unica opcion aceptable. Les tenemos con las manos atadas -dijo Halder que, por una vez, se mostraba energico.

»-Senor Haider -le respondio el Fuhrer, con ira contenida-, durante la Primera Guerra Mundial usted se quedo sentado en un sillon, lo mismo que en esta. ?Cree que puede ensenarme algo acerca de mis soldados? ?Precisamente usted, que no lleva en su uniforme ningun distintivo de haber resultado herido! -y Hitler senalo su Cinta Negra, recuerdo de sus heridas en la Gran Guerra.»

En pocas semanas destituyo, tambien, a dos de sus mariscales, que se habian distinguido en la conduccion de las tropas alemanas desde la campana de Polonia: Von Bock y Von List, jefes de sus Grupos de Ejercitos Centro y Sur; el mismo ocupo este ultimo puesto, ?a 1.5000 km de distancia de aquel frente! En el Pacifico, sus aliados japoneses perdian la batalla de Midway y los norteamericanos se apoderaban de Guadalcanal.

El 7 de noviembre, Hitler abandono los frentes del este para ocuparse de una de las solemnidades anuales del partido: el decimonoveno aniversario del putsch de Munich. En su tren viajaba la derrota. Rommel habia perdido la batalla de El Alemein y se retiraba hacia Libia mientras una formidable escuadra aliada ponia proa al Mediterraneo. Hitler, cuyas tropas en Stalingrado seguian librando un combate de perros con los rusos, ganando metros sobre los escombros de la ciudad, fantaseaba con lo que el hubiera podido hacer con aquellas tropas anglo-norteamericanas que se aprestaban a desembarcar en algun punto del Mare Nostrum. Nadie le escucho pronunciar, ni en esta ocasion ni en ningun otro momento, la mas minima preocupacion o lamento por sus tropas en derrota. El dia 8, en Munich, hablo en la ya historica Burgerbraukeller y fue significativo que lo hiciera de sus dos grandes triunfos del momento: el exterminio de los judios y sus progresos en Stalingrado. Sobre el primer tema dijo: «De los que entonces rieron, son ya muchos los que no rien»; del segundo, dando por ganada la ciudad:

«Queria llegar al Volga en un punto determinado, en una ciudad que, por casualidad, tiene el nombre de Stalin […] ciudad vital, que controla el trafico de 30 millones de toneladas de mercancias […] la ciudad constituye un gran nudo de transporte fluvial. Esto es lo que yo queria conquistar y ya lo tenemos.»

Aquel orador tabernario hacia temblar los cimientos de la cerveceria con los vitores de sus incondicionales, pero los aliados conquistaban, entre tanto, la mitad del norte de Africa y cercaban a los ejercitos alemanes en Stalingrado. Al concluir 1942, el Eje estaba virtualmente derrotado. Stalingrado, batalla culminante de la Segunda Guerra Mundial, costo a ambos contendientes 1.400.000 bajas, de los cuales 600.000 eran muertos. Alli los alemanes y sus aliados perdieron 360.000 vidas y tuvieron no menos de medio millon de heridos y prisioneros. El III Reich quedo aterrado. Mientras sus ejercitos eran violentamente rechazados hacia el oeste, llegaban a los hogares alemanes las terribles notificaciones de que un millon de sus ciudadanos habian sido muertos o heridos en el curso de ese ano. Para entonces, pese a las soflamas de Goebbels, la mayoria de los alemanes sabia que la guerra estaba perdida y solo el pavor a la Gestapo mantenia la disciplina ciudadana. Unicamente quien quisiera enganarse podia seguir pensando en las posibilidades de victoria despues de ver destruida en aquel otono la mitad

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