cerca de Guadarrama y no habian coincidido aun. Esperaba que el contacto con el Rata le hiciera sentirse mejor. Cuando uno esta encerrado esas pequenas minucias son las que te hacen soportable la vida; lo sabia por experiencia. La vuelta de David era inminente, asi se lo habia hecho saber el senor Liceran, por lo que Tornell se tranquilizo al respecto.
Apenas habian pasado dos dias de la visita de Tote y la anoraba mas que nunca. Ademas, le habia ocurrido algo raro. Higinio, el hombre al mando de los comunistas, el preso de confianza, se le acerco a la hora de comer y le dijo de pronto:
– ?Podemos contar con tu ayuda?
– ?Conmigo? Pues claro, ya lo sabes. Para eso estoy aqui. ?En que mas os puedo ayudar?
– Algunas cosillas podras hacer en tu nuevo puesto.
– Bastante hago ya, ?no? Ademas, ?de que puesto hablas?
Entonces, Higinio le solto la noticia.
– Te van a dar el puesto de cartero, el lunes.
Tornell se quedo paralizado, sorprendido. Con la boca abierta.
– Pero… -acerto a decir-… ?de que hablas? ?Como lo sabeis?
– Es obligacion del Partido saberlo todo, ?contamos contigo? Podras subir y bajar del pueblo e igual te pedimos algun favor.
– Si no es cosa de riesgo, si. Tengo mis prioridades.
– Si, si, esta claro.
– ?Cartero?
– Si, si, cartero. Ya te ire avisando entonces, no temas. Seran cosas sencillas…
Y se fue dejandole intrigado.
Tornell hizo sus indagaciones y supo que, en efecto, el tipo que hacia de cartero, uno de Construcciones San Roman, salia libre el lunes.
Pero ?por que el? Llevaba poco tiempo alli y aquel puesto era un chollo, solo para enchufados. ?Por que se lo daban a un preso tan nuevo?
No queria hacerse ilusiones, pero pasar de picar piedra a ser cartero seria dar un paso de gigante, una mejora increible en sus condiciones de vida. No queria ni imaginarlo. Un puesto tan bueno y con tanta libertad le permitiria ir de un lado a otro libremente. Fantastico. Pero no, no podia ser cierto.
Tornell no podia sospechar el motivo por el que iba a ser designado cartero. Si es que aquello iba a ocurrir, claro estaba. Higinio, el jefe de los comunistas lo sabia todo y si decia que asi iba a ocurrir, sus razones tendria, por improbable que pudiera parecer. En cualquier caso decidio no pensar en ello. No era bueno hacerse ilusiones en balde.
Capitulo 13. Cartero
Roberto Aleman sufria un supuesto desorden que los medicos que le habian tratado definian como fatiga de campana. Un ser perdido, sin motivos para vivir y que anoraba el frente, ese era el.
El mismo notaba que tras sufrir su «crisis», al acabar la guerra, se sentia a veces bien, a veces mal. En ocasiones se notaba agresivo, con ganas de gresca, de haria y llevarse por delante a quien hiciera falta con el oscuro proposito de morir mas bien pronto que tarde. Otras, las menos, se sentia invadido por una gran melancolia y se perdia por los montes, quedaba alelado, como ido, y apenas si se enteraba del paso del tiempo volviendo a su cuarto sin saber donde habia estado ni que habia estado haciendo. En momentos asi sentia miedo de si mismo, de lo que podia hacer en situaciones como aquella. Se sabia loco. Algo asi le habia ocurrido el dia en que se encontro por primera vez con Tornell. En aquel momento se hallaba en el punto algido de uno de aquellos ciclos, uno de esos momentos en que volvia a ser el de la guerra, el oficial bronco, agresivo y audaz, suicida podia decirse, que no dejaba rojo vivo a su paso. En aquellos momentos le salia el odio que llevaba dentro, todo era negro y se sentia poseido de nuevo por aquella fuerza oscura que le habia permitido -pese a hallarse malherido- salir por la puerta principal de la mismisima checa de Fomento dejando tras de si un par de fiambres. El sabia perfectamente, desde que habia salido de la academia como alferez provisional, que la gente exageraba la historia y no se molestaba en desmentir que no era cierto. Que no, que no habia matado a quince hombres con una cuchilla de afeitar o que era falso aquello de que habia castrado a un comisario politico con una bayoneta robada a un miliciano… En fin, se decian muchas cosas y todas eran puras exageraciones, desvarios que surgen de llevar y traer chismes. A el le beneficiaba, porque gracias a aquellos embustes sus hombres se sabian seguros a su lado, creian que les mantendria vivos, que les protegeria del enemigo sacandolos de aquella pesadilla. Le temian, si, pero preferian estar junto a el que enfrente. Gano muchas medallas en la guerra y las tiraba al fondo de su arcon.
No las valoraba como los demas. No le importaba. El solo queria matar rojos, vengarse.
La primera vez que habia visto a Tornell este estaba tumbado, descansando con otros presos. Busco simplemente una excusa para castigarle haciendole cargar unas piedras, pero aquel amigo suyo, Berruezo, habia salido en su ayuda. Ambos se defendieron mutuamente y Tornell, un desecho humano, fisicamente deteriorado, tuvo agallas como para mantenerle la mirada. A el, un oficial del ejercito espanol, un curtido soldado que podia aliviarle el sufrimiento sin pensarlo ni un momento. Se ofrecio a hacer el trabajo de su amigo. Con valentia. Aquello hizo saltar un resorte en la mente del oficial. Entonces aparecio el otro estado de Aleman, la languidez, la desgana y se retiro dignamente. Por eso les pago unos aguardientes como muestra de respeto, porque admiraba a los hombres valientes. Unos dias mas tarde, cuando el amigo de Tornell se habia metido en un lio por llegar tarde a la retreta, Aleman los vio abrazados. Tornell lloraba como un nino. Sintio que se estremecia al ver como los hombres se apoyaban a veces en la adversidad. No temian mostrar sus sentimientos unidos como estaban por el infortunio. Sintio envidia. Envidia, si. Envidia porque el no podia llorar. Quiza era eso, un monstruo insensible, una especie de «no humano». A veces pensaba en sus padres fusilados porque su hijo era falangista y porque eran religiosos, fusilados porque su hijo de la UGT habia fallecido poco antes de la guerra y no estaba alli para salvarlos. Pensaba en su hermana, tan joven, hermosa y llena de vida. Era casi una cria, inocente, pura. Pensaba en el mismo, en la checa de Fomento, en la celda del palmo de agua, la de los relojes, la de los ladrillos de canto en el suelo… pensaba en su fuga, en como habia pasado al otro lado, arrastrandose bajo las alambradas, sin poder casi caminar, el cuerpo lacerado… su prima fusilada por esconderle… Lo hacia a proposito, lo revivia para ver si era capaz de sentir como lo hacen las personas normales. Pero era inutil, no podia llorar. Todo aquello anidaba en su interior como un terrible cancer, como un monstruo que amenazaba con devorarle. Crecia y crecia como algo oscuro y negro que le dominaba empujandole a buscar la muerte cuanto antes. Pero ya no estaban en guerra. ?Que sentido tenian las cosas? Aquel tipo, Tornell, habia despertado su curiosidad y por eso habia repasado su ficha. Habia sido un policia brillantisimo, hombre de orden, un buen oficial que habia caido preso en Teruel y que acumulaba sufrimientos en los peores campos y prisiones de Espana. Un tipo con menos motivos para vivir si cabia que el mismo. Y alli seguia, luchando. Habia pasado por cosas que Aleman ni imaginaba y pese a eso, Tornell era humano aun.
Un dia, a la hora de la comida, lo habia visto leyendo cartas a sus companeros analfabetos que hacian cola para que el pudiera transmitirles las noticias de casa. Decididamente era un buen tipo. Luego supo, de casualidad, en una visita a la oficina, que el puesto de cartero quedaba libre. Al momento hablo de Tornell al director y este, que queria estar a buenas con el por el asunto de las inspecciones, no tuvo ninguna duda. Cuando nombraron cartero a Tornell se sintio bien. Aquello era algo nuevo para el, hacer el bien, contribuir, hacer algo por los demas en lugar de matar gente. Sumar en vez de restar. Y comprobo que aquello le ayudaba. Aquello y Pacita.
Justo unos dias antes, el domingo, la joven habia acudido a verle. Aleman se quedo de piedra al verla aparecer por Cuelgamuros. Habia acudido en el coche oficial de su padre, asi que Roberto supuso que su general estaba al tanto de la visita y la aprobaba. Estaba guapisima y le agrado que fuese tan decidida. Y eso que era una cria. Habia ido a verle porque le apetecia, sin ocultar que el le importaba. Increible, ?no? Quiza era demasiado joven pero, sin saber por que habia comenzado a llegarle muy hondo. Comieron en el pueblo: paella. Roberto la engullo como si se la quitaran, otro sintoma extrano pues hacia tiempo que no disfrutaba tanto de la comida. Ella le miraba desde el fondo de sus profundos ojos marrones, almendrados como los de una mora y le hacia estremecer. Pasaron el resto de la tarde paseando y charlando. Comprobo, no sin cierto reparo, que ella le hacia