premisa parecio cumplirse mas claramente que nunca. El aire puro de la sierra resulto el mejor reconstituyente para el cuerpo y el espiritu de aquel hombre que aparentaba haber sufrido lo suyo. Los dos presos, Tornell y Berruezo, no comian demasiado bien -como todos- pero de vez en cuando Liceran les hacia pasar por su casa a que cenaran con el y con su familia. Tenia esposa y dos hijas, y la fortuna de verlas a diario, asi que se sentia feliz compartiendo lo que se servia en su mesa con otros menos agraciados por el destino. De este modo, comprobo que el nuevo comenzaba a recuperarse poco a poco pese a las extenuantes jornadas a que se veian sometidos los penados. Colas, que echaba bastantes horas en el tajo, tenia para algun que otro extra y contribuyo a mejorar la alimentacion de su amigo, pues sentia por el una gran admiracion que venia desde los tiempos de la guerra. Juan Antonio Tornell cobro al fin su primer sueldo y pudo comprar una lata de chicharrones en la cantina. La segunda semana ahorro para comprar una hogaza de pan junto con Colas y otro preso, y a la tercera, su rostro ya no estaba ceniciento. El nuevo les conto que habia escrito a su mujer a Barcelona -a la que llevaba seis anos sin ver- y parecia ilusionado. No era hombre para ganarse el pan con las manos pero se esforzaba porque no queria que ni Colas ni Liceran, que lo habian fiado, pudieran tener problema alguno por su culpa.
La verdad era que Tornell sentia haber vuelto a la vida. Despues de tantas penurias percibia que su cuerpo comenzaba a reaccionar, a recuperar el tiempo perdido y a sobreponerse al castigo recibido. Era algo asi como volver a nacer.
En aquellos dias comenzaba a refrescar por las noches. De hecho, le habian dicho que el invierno era tremendamente duro alli. No le importaba. Habia estado en el infierno y no pensaba volver. Cuelgamuros no podia ser, ni de lejos, peor que los lugares por los que habia pasado en aquellos seis anos de cautiverio. Tornell habia comprobado como las gastaban los vencedores y no queria desaprovechar aquella oportunidad de recomponerse, de sobrevivir, de volver a sentirse un ser humano y salir libre algun dia. Despues de un mes en el que, poco a poco, habia ido gastando la miseria que ahorraba en comer algo decente para mejorar su condicion fisica, se permitio al fin un pequeno dispendio: una libreta que le llevo uno de los camioneros desde el pueblo. En ella decidio comenzar un diario que escribia a oscuras, junto a la ventana del albergue y aprovechando la escasa luz que, a malas penas, entraba en aquel habitaculo inmundo en el que malvivian: un barracon de madera con el techo de zinc, el suelo de tierra y en el que dormian hacinados cincuenta hombres. En realidad, aunque resultara dificil de creer, aquel lugar era mucho mejor que aquellos por los que habia pasado y que su mente pretendia olvidar. Aquella residencia, a la que solo acudian para dormir, estaba formada por dos filas de camastros sobre el piso de tierra que apenas dejaban paso a un estrecho pasillo central. Una cochiquera. Pero a la noche, a pesar de los ruidos que sonaban a humanidad, las ventosidades, el olor a pies, a sudor, las toses… Tornell se sentia a salvo. Si, a salvo, lejos de Ocana, de Albatera, de los Almendros… De tantos lugares por los que paso y en los que habia ido muriendo poco a poco, perdiendo la dignidad a la que debe tener derecho todo ser humano. Ahora miraba hacia delante. Estaba decidido a hacerlo, por primera vez en mucho tiempo comenzaba a creer que podia sobrevivir a aquella maldita guerra. Habia vivido muchos anos esperando el desenlace que aparecia ante el como inevitable, como la res que espera se la sacrifique al fin, en el matadero, para dejar de sufrir. Recordaba perfectamente esos dias en que el cielo era gris aunque brillara el sol, cuando el aire sabia a derrota y el aroma acre de la muerte lo impregnaba todo. Mejor olvidar. Habia escrito a Tote y esperaba en breve su respuesta. Los domingos habia visita y uno podia pasear con la familia por el monte. Esperaba que ella pudiera acudir a verle, abrazarla al fin, aunque sabia que el viaje era, quiza, demasiado largo.
Curiosamente, alli no habia demasiada vigilancia. ?Quien lo diria! Aquello le llamo mucho la atencion. Apenas un par de docenas de guardias y un pequeno destacamento de la Guardia Civil con unos pocos agentes que se encargaban de patrullar por el monte. Habia tres destacamentos de presos y no existia demasiada comunicacion entre ellos. Al menos para los penados, claro.
El destacamento de Tornell y Berruezo construia la carretera de acceso a lo que iba a ser el gran monumento del franquismo. Era conocido por todos como «Carretera». Era, posiblemente, el de obreros menos cualificados y resultaba de gran dureza pues se dedicaban a desmontar terraplenes y moler la piedra a pico y pala para obtener grava. De mecanizacion, nada. Bastardos. Les explotaban inmisericordemente. Para eso estaban ellos, los esclavos. Los parias de la Nueva Espana, los derrotados. Un rojo no valia en aquellos dias ni lo que un perro. Cuantos habian caido en las duras jornadas que siguieron al fin de la guerra…
Tornell trabajaba para la empresa de los hermanos Banus, aunque tenia que reconocer que alli, al menos, no vivia uno con la inseguridad de la sentencia -estaban ya todos sentenciados- ni de que hubiera sacas para fusilamientos. Parecia como si eso nunca hubiera ocurrido. Como si fuera cosa del pasado, de los primeros dias tras la guerra: aquellos pasos en mitad de la noche, el ruido de rejas chirriando, la incertidumbre, puertas que se abrian y una voz ruda y marcial dictando una lista de nombres de los companeros que ya no volverian. Tampoco aparecian por alli curas a adoctrinarles continuamente como ocurria en otros campos y eso se agradecia. Alli, lo prioritario era acabar el trabajo cuanto antes, por lo que sus carceleros no perdian el tiempo en monsergas.
A aquella serie de dudosos beneficios de que disfrutaban habia que anadir el mas apreciado por todos, que consistia en que las familias de los penados podian acudir de visita los domingos y la vigilancia no era excesiva. En suma, aquel campo deparaba unas mejores condiciones de vida que la mayor parte de las prisiones y todos eran conscientes de ello. Por eso se habian doblegado. El rancho, sin ser demasiado abundante ni excesivamente bueno, era mejor que en otros lugares, y la presencia de obreros libres junto a los presos habia terminado por hacer que los guardianes relajaran la disciplina. Otra ventaja. El primer dia de su estancia en Cuelgamuros Tornell, muy extranado, le habia preguntado a Berruezo:
– ?Y las alambradas?
– No hay -contesto el antiguo sargento como riendose de el-.Asi ahorran dinero.
– ?Y no tienen miedo de que la gente se fugue?
– ?Adonde ibamos a ir? -repuso muy serio el cantero.
Y tenia razon. A aquello habian llegado: a ser domesticados, sometidos. La perspectiva de trabajar de sol a sol, de ser explotados por el peor de los patronos les parecia una maravilla comparada con la vida en prision. Era mejor no pensarlo. Colas, mas al dia, le explico:
– Juan Antonio, Espana es una inmensa prision. Una fuga esta condenada al fracaso de principio a fin. Para moverte por ahi fuera son necesarios multitud de salvoconductos. Desde que descubrieron un intento de entrada de guerrilleros desde Francia por el Valle de Aran, para pasar por los pueblos de la franja sur de los Pirineos es necesario llevar un salvoconducto del ?mismisimo capitan general de aquella region militar! Estamos casi en el centro de la peninsula, es imposible escapar. La distancia es inmensa. No llegariamos ni a Madrid.
Despues de saber aquello, Tornell decidio no pensar mucho en aquel asunto. Al cargo de la seguridad del destacamento Carretera habia un jefe y dos guardianes. Iban desarmados para evitar que los presos pudieran quitarles el arma y provocar un motin. Aquella era la causa de que, en lineas generales, los dos vigilantes respetaran a los presos y los presos a ellos. A diferencia de otros campos donde los guardianes hostigaban, golpeaban y vejaban de continuo a los presos, en Cuelgamuros se llego a un equilibrio en cuanto a las relaciones entre los vigilantes y los reos. Sin duda los obreros libres tuvieron gran parte de culpa pues, en los primeros dias, afeaban la conducta a aquellos guardianes con la mano demasiado larga. Ademas, la guerra comenzaba a ser historia. La disciplina no era extraordinaria. A lo lejos, a lo alto, se veian los tricornios de las parejas de la Guardia Civil que patrullaban la zona. No solian acercarse.
Tornell hizo el mismo calculo que tantos y tantos: treinta anos de carcel por delante, a una jornada de reduccion de pena por dia, trabajando bien podian quedar en quince, quiza en diez si lograba hacer muchas horas extra. Ahora, hasta le parecia poco. De locos. Pero se sentia revivir, veia el futuro, queria vivir la vida. Tenia un objetivo distinto a terminar con vida cada jornada que comenzaba y su organismo respondia bien. Recordaba vivamente sus primeros dias alli que habian sido horribles. Le habia costado adaptarse. Estaba muy debil y nunca habia ejercido oficios de fuerza fisica. Por momentos pensaba que iba a desfallecer, a morir de cansancio, aunque seguia trabajando porque no queria volver a la carcel o a un campo de concentracion. No, no queria morir y tenia algo que hacer, un proposito para mirar hacia delante. Aquel era acicate mas que suficiente para seguir y seguir con el pico. Afortunadamente, los domingos se podia descansar y, aunque aquello no era el Ritz, muchos completaban un poco la dieta con pequenos extras que hacian mucho bien. Habia incluso una cantina y un pequeno economato. El senor Liceran, un buen hombre, se habia encarinado con el. Cuando le veia fatigado, a punto del desmayo, le enviaba a hacer recados con cualquier excusa aqui y alla, de uno a otro destacamento. Pensaba que Tornell no se daba cuenta pero, gracias a su ayuda, logro adaptarse y seguir alli. Y a Berruezo, claro. Los dos unicos amigos de Tornell se llevaban muy bien. Colas era muy amigo del senor Liceran y todo el mundo sabia que el capataz le tenia en alta estima porque era un obrero muy cualificado y un trabajador