incansable. Entre los dos le habian sacado del infierno. Y Tornell lo sabia. Las noches que ambos presos pasaban cenando con el capataz y su mujer les hacian mucho bien. Tenian dos hijas preciosas. Era como estar en casa aunque con el toque de silencio tenian que volver a su barracon. Liceran y su mujer disfrutaban, como otros empleados libres, de una vivienda pequena pero digna y muy limpia. Una nueva vida en aquel maldito Nuevo Regimen era algo mejor que vivir el sueno de los justos en una cuneta como ocurrio a tantos y tantos. Eso pensaban todos alli. Apenas unas semanas antes habia llegado un maestro, Blas Miras, que habia sido comandante de infanteria del Ejercito Republicano. Le habian habilitado el salon que hacia las veces de comedor para dar clases de manana y tarde a la veintena de ninos cuyos padres residian en el poblado. Todo aquello iba dando al poblado ciertos visos de normalidad, como si aquello fuera un pequeno pueblo, una especie de comunidad que tras colonizar un territorio hostil comenzara a desperezarse. En suma, un lugar en el que sobrevivir tras haber escapado del infierno. Tornell sabia que, al menos, era una oportunidad.
Capitulo 5. Un diario
A pesar de que queria mantener activo aquel pasatiempo en forma de libreta que Tornell habia llamado diario, pasaban dias y dias sin que hiciera anotacion alguna. El mismo sabia que ocurria por dos motivos: el primero, que caia tan rendido al volver al barracon, ya de noche, que no tenia apenas fuerzas ni animo para escribir unas letras. Aprovechaba los domingos, cuando no se trabajaba, para escribir al menos unas lineas. El segundo motivo era asunto mas delicado. Era muy precavido y habia escondido aquel pequeno bloc tras su camastro, entre las tablas del barracon. Sentia pereza y miedo ante la idea de moverlo todo y hacer demasiado ruido, corriendo el riesgo de que alguien le viera y pudiera delatarle. No queria dar motivos para ser enviado de nuevo a prision por culpa de aquel pequeno relajo mental que era para el escribir unas lineas, reflexionar, poner sobre el papel lo que pensaba y lo que alli estaban viviendo. Ademas, lo sentiria mucho por el senor Liceran y el bueno de Colas. Tornell soportaba estoicamente las monsergas de sus captores, la propaganda y el adoctrinamiento que alli, afortunadamente, no era excesivo. Por ejemplo, le llamaba la atencion el contenido de la misa y actos referentes al 12 de octubre. Aquellos idiotas creian o, mejor, pretendian creer que Espana era un imperio o que lo iba a volver a ser. Trabajaban mucho la propaganda, eso si. Cualquier efemeride, por nimia que fuera, cualquier fecha que hiciera referencia, aun remotamente, a algun episodio glorioso de la historia era conmemorada con concentraciones, charlas y misas. ?Hasta la batalla de Lepanto! Tenia que reconocer que, como los nazis alemanes o el fascio italiano, los seguidores de Franco se esmeraban en bombardear, atontar y finalmente vencer a las mentes de los ciudadanos. En aquellos dias de octubre Tornell habia podido ojear un periodico, el
?Por que se habia dado cuenta? Parecia curioso, cierto; era ridiculo, si; que despues de tantas penurias, de pasar por campos y prisiones, fuera un simple periodico lo que le habia hecho comprender que si, que se habia perdido la guerra. A veces uno no quiere aceptar la realidad y es un pequeno detalle, una noticia, un comentario, lo que te hace volver en si, comprender. Algo asi como la muerte de su padre. Le vino a la cabeza porque fue un suceso similar. El aun era soltero y vivia en la casa familiar. No fue consciente de que German, su padre, habia muerto hasta que un mal dia reparo en que, al llegar a casa del trabajo, a mediodia, no encontraba el periodico. Su padre lo compraba todos los dias y ya no estaba; daba la sensacion de que la prensa diaria hubiera desaparecido con el. Entonces supo que se habia ido para siempre, si, por el maldito periodico. La ausencia de aquel simple diario demostraba que su padre ya no estaba, habia muerto. Y lloro como un nino.
La lectura del
Tornell, leyendo el periodico, se habia topado con muchas noticias que eran pura propaganda: habian concedido la laureada individual a un tipo, Gomez Landero, por su comportamiento en el Cerro del Mosquito, en el sector de Brunete. Decian que doscientos mil ninos habian acudido a un congreso catolico infantil en Buenos Aires y encima, habia toros. Pudo leer la cronica de la novillada que se habia celebrado aquel mismo domingo en Madrid y estuvo ojeando los resultados de la liga de futbol. Penso en que le gustaria poder ver un partido, como cuando todo era normal. El Barcelona iba cuarto y habia empatado fuera con la Real Sociedad. Al menos el Madrid iba por detras. Estaba decimo. Un consuelo. Pero, curiosamente, lo que mas le habia desmoralizado, por raro que pareciera, era un anuncio a toda pagina, muy lujoso, de un costoso perfume, Fronda. «Muy femenino -decia-. La distincion solo se consigue con un perfume perfecto.» ?Tendria la gente dinero para gastar en cosas asi? No, no, no podia ser. «La distincion…» ?Acaso no debian de morir los espanoles de hambre inmersos como estaban en un regimen fascista? ?Que estaba pasando?
«Fronda.» ?Donde quedaban sus suenos? Ni Dios ni amo…
Pero, al menos, habia pequenos acontecimientos con los que ilusionarse. No se le hacia dificil mirar hacia delante, en absoluto. Tote llegaria en una semana. El viaje era largo y la pobre llegaria agotada pero, durante la visita del domingo, podrian verse unas horas. ?Habria encontrado a alguien? La carta que ella le habia enviado - que llego abierta- le hacia pensar que no, pero seis anos eran seis anos y el tampoco podria reprocharle nada. Eran muchos los que habian sido dados por muertos y se habian encontrado con que sus mujeres, al creerse viudas, habian rehecho sus vidas. Tornell deseaba encontrarse con ella y, a la vez, temia el momento. ?Que pensaria ella al verlo asi? Reducido a un simple espectro, un esqueleto andante, una sombra de lo que fue. ?No sentiria repulsion al ver en que habia acabado convertido su marido? Seis anos eran mucho tiempo, una vida. Tornell apenas habia podido mandar noticias. Hacia ya un par de anos desde que, a traves de un conocido, un guardia civil de sus tiempos de policia, habia podido enviar unas letras. Una carta en la que decia que habia sobrevivido, mentia contando que estaba bien y que algun dia saldria libre. Lloro al escribirla pero queria calmar a su mujer, hacerle saber que estaba vivo y que no corria peligro a pesar de que esto ultimo no era, ni de lejos, verdad. Mentiras piadosas. En las carceles nadie estaba seguro y, aunque la represion disminuia con el paso del tiempo, las sacas no habian terminado del todo en aquellos dias.
Solo una vez recibio noticias de ella en todos aquellos anos, estando en Ocana. Una carta que aun llevaba encima, siempre. Al menos ese papel que guardaba como el mas valioso de los tesoros, al que se habia aferrado dos veces al ver de cara a la muerte, era la prueba de que ella sabia que estaba vivo y le habia seguido la pista en su periplo por aquellas prisiones de Dios. En los momentos mas duros, en los campos, pensaba en Tote. Cuando creyo morir, se acordaba de ella, en las Ramblas, hermosa, con aquel traje de flores que se ponia al llegar el verano y que tanto le gustaba. Recordaba perfectamente el dia en que la conocio: 14 de abril de 1931, dia de la proclamacion de la Segunda Republica.
Fue en la plaza de Cataluna, rodeada de miles de personas; ella destacaba por su belleza agitando una pequena senera. Le parecio la mujer mas hermosa del mundo. Alta, delgada, distinguida. Llamaba la atencion con su pelo moreno y largo que agitaba con gracia al mover la cabeza. Aquel dia la siguio hasta su casa y se aficiono a rondarla cuando salia del trabajo. Una tarde, cuando ella acudia al cine acompanada de una amiga, la joven se giro muy resuelta y le dijo a bocajarro:
– Caballero, si va usted a seguirme todos los dias, lo minimo que podria hacer es presentarse, ?no?
El apenas supo balbucear su nombre esbozando una sonrisa torpe y bobalicona.
Desde entonces no se habian separado. Maria Jose Bernal Bellido, asi se llamaba la chica. El la llamaba Tote, puesto que ella le conto que, de nina, todos sus primos la llamaban asi. El hizo lo mismo y poco a poco todo el mundo acabo por llamarla como en su infancia: Tote. Sus suegros, gente adinerada de Ezquerra, le aceptaron desde el principio pues sabian que simpatizaba con los socialistas. Se casaron a los ocho meses de haberse conocido. Era algo poco usual pero aquel era un mundo en continuo cambio. Las cosas ya no serian como antes. Iban a transformar aquella sociedad y no quedaria nada de las injusticias del pasado. Hasta la guerra, claro.