justicia inmejorable, y que si alguna vez pilla a alguien lanzando mirlos muertos por encima de la tapia, el mismo le retorcera el pescuezo.

George no tiene despacho propio en Sangster, Vickery y Speight, como creen sus padres. Tiene un taburete y una mesa alta en un rincon sin alfombrar donde el ingreso de los rayos de sol depende de la buena voluntad de un tragaluz alejado. Todavia no posee una leontina, y mucho menos una coleccion de libros de leyes. Pero tiene un sombrero correcto, un bombin de tres chelines y seis peniques comprado en Fenton, en Grange Street. Y aunque su cama sigue estando a solo tres metros de la de su padre, siente que le bullen dentro los albores de una vida independiente. Incluso ha conocido a otros dos pasantes de bufetes vecinos. Greenway y Stentson, que son un poco mayores, le llevaron a la hora del almuerzo a una taberna donde simulo brevemente que le gustaba la horrible cerveza amarga que le dieron.

Durante el curso en el Mason College, presto poca atencion a la gran ciudad donde se encontraba. La sentia solo como una barricada de ruido y bullicio que se interponia entre la estacion de tren y sus libros; en verdad, le asustaba. Pero ya empieza a sentirse mas a gusto alli, Birmingham le inspira mas curiosidad. Si su vigor y energia no le aplastan, quiza algun dia llegue a formar parte de la ciudad.

Comienza a leer cosas sobre ella. Al principio le parecen bastante pesados los textos sobre cuchilleros, herreros y manufactura del metal; acto seguido vienen la guerra civil y la peste, la maquina de vapor y la sociedad lunar, los disturbios de la Iglesia y el rey, los levantamientos de los partidarios de la Carta. Pero mas adelante, hara poco mas de un decenio, Birmingham empieza a cobrar una moderna vida municipal y de repente George piensa que esta leyendo sobre cosas reales e importantes. Le atormenta percatarse de que podria haber presenciado uno de los momentos magnos de la ciudad: el dia de 1887 en que Su Majestad puso la piedra fundacional de los tribunales de justicia Victoria. Y despues consolido la urbe una gran oleada de edificios e instituciones nuevos: el hospital general, la Camara de Arbitraje, el mercado de la carne. En la actualidad estan recaudando dinero para crear una universidad; existe el proyecto de construir un nuevo salon comunal de debate y se habla en serio de que Birmingham podria ser la sede de un obispado independiente del de Worcester.

El dia de la visita de la reina Victoria, medio millon de personas acudio a recibirla, y a pesar de esta vasta muchedumbre no hubo disturbios ni heridos. George esta impresionado, pero a la vez no se sorprende. La opinion general es que las ciudades son violentas, lugares multitudinarios, y el campo, en cambio, tranquilo y apacible. Su propia experiencia le dice lo contrario: el campo es turbulento y primitivo y la ciudad es donde la vida se torna ordenada y moderna. Por descontado, en Birmingham hay delitos, vicios y discordias -si no, los abogados se ganarian peor el sustento-, pero George considera que la conducta humana es alli mas racional y mas obediente de la ley: mas civilizada.

A George le parece que hay algo serio y consolador en su traslado diario a la ciudad. Hay un trayecto, hay un destino: es como le han ensenado a entender la vida. En casa, el destino es el reino de los cielos; en el bufete, el destino es la justicia, es decir, un desenlace favorable para tu cliente, pero en ambos viajes abundan las bifurcaciones y las celadas tendidas por los adversarios. El ferrocarril sugiere como tiene que ser, como podria ser: un recorrido sin percances hasta una terminal sobre railes espaciados a distancias regulares y con arreglo a un horario convenido, y pasajeros divididos entre vagones de primera, segunda y tercera clase.

Por eso quiza George se enfurece en silencio cuando alguien pretende perjudicar al ferrocarril. Hay jovenes -hombres, tal vez- que cortan con cuchillos y navajas las correas de cuero de las ventanillas, que insensatamente destrozan los cuadros encima de los asientos, que zascandilean en puentes peatonales y tratan de lanzar ladrillos dentro de la chimenea de la locomotora. A George le resulta incomprensible todo esto. Puede parecer un juego inofensivo colocar un penique encima del rail para que las ruedas de un expreso lo aplasten y le dupliquen el diametro, pero para el es una pendiente resbaladiza que conduce a un descarrilamiento.

El codigo penal contempla naturalmente estas acciones. George esta cada vez mas preocupado por la relacion civil entre los pasajeros y la compania ferroviaria. Un viajero compra un billete y a partir de ese momento existe un contrato. Pero preguntale a ese pasajero que tipo de contrato ha suscrito, que obligaciones tienen ambas partes, que derecho a reclamaciones podria alegar contra la compania ferroviaria en caso de retraso, averia o accidente, y no recibiras respuesta. Puede que no sea culpa del pasajero: el billete hace referencia a un contrato, pero sus clausulas detalladas solo estan expuestas en determinadas estaciones de lineas principales y en las oficinas de la compania ferroviaria, ?y que viajero atareado tiene tiempo de desviarse para examinarlas? Aun asi, a George le maravilla que los britanicos, que dieron los ferrocarriles al mundo, los traten mas como meros medios de comodo transporte eficaz que como una intrincada red de multiples derechos y responsabilidades.

Decide nombrar a Horace y a Maud los tipicos viajeros del omnibus Clapham; o, mas bien, en el caso presente, los tipicos pasajeros del tren de Walsall, Cannock y Rugeley. Le dejan utilizar la escuela como sala de juicio. Sienta a su hermano y a su hermana ante unos pupitres y les expone un caso que se ha producido hace poco en las actas de procesos extranjeros.

– Erase una vez -empieza, deambulando de un lado para otro, como si fuera necesario para el cuento-, un frances muy gordo que se llamaba Payelle y que pesaba ciento cincuenta y ocho kilos.

Horace se echa a reir. George frunce el ceno y se agarra las solapas como un abogado.

– Nada de risas en un juicio -insiste y continua-. Monsieur Payelle compro un billete de tercera clase en un tren frances.

– ?Adonde iba? -pregunta Maud.

– Eso no importa.

– ?Por que era tan gordo? -pregunta Horace.

Este jurado ad hoc parece creer que puede hacer preguntas cuando le apetece.

– No lo se. Debia de ser incluso mas gloton que tu. De hecho era tan gloton que cuando llego el tren descubrio que no pasaba por la puerta de un vagon de tercera. -A Horace esta idea le produce una risita subrepticia-. Entonces intento pasar por la puerta de uno de segunda, pero tambien estaba demasiado gordo. A continuacion probo con un vagon de primera…

– ?Y tambien estaba demasiado gordo! -grita Horace, como si fuese la conclusion de un chiste.

– No, miembros del jurado, descubrio que aquella puerta era lo bastante ancha. Asi que se sento y el tren arranco… hacia donde fuera. Un rato despues llego el revisor, examino el billete y reclamo la diferencia entre el precio de un vagon de tercera y el de uno de primera. Monsieur Payelle se nego a pagar. La compania ferroviaria le demando. ?Veis el problema?

– El problema es que estaba gordisimo -dice Horace, y suelta otra risita.

– Al pobre no le llegaba el dinero para pagar -dice Maud.

– No, ese no era el problema. Tenia dinero para pagar, pero se negaba. Os explico. El abogado de Payelle arguyo que habia cumplido los requisitos juridicos comprando un billete, y que era culpa de la compania si las puertas del tren, excepto las de los vagones de primera, eran demasiado estrechas para que el pasara. La compania ferroviaria alego que si estaba tan gordo que no entraba en una clase de compartimento, tenia que comprar un billete para la clase en la que si entraba. ?Que os parece?

Horace es muy firme.

– Si entra en un vagon de primera tiene que pagar lo que cuesta. Es razonable. No deberia haber comido tantos pasteles. No es culpa de la compania que este demasiado gordo.

Maud tiende a tomar partido por el desamparado y decide que un frances obeso pertenece a esta categoria.

– No es culpa suya estar gordo -comienza-. Puede que sea una enfermedad. O que haya perdido a su madre y este tan triste que coma demasiado. O… cualquier cosa. No es lo mismo que si hiciera levantarse a otro pasajero y le obligara a marcharse a un vagon de tercera.

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