– ?Y que hace en la vida, ese oriundo de Middlesbrough?
– Es escritor. Como tu, Arthur.
– No he oido hablar de el.
– Ha escrito una docena de novelas.
– ?Una docena! Pero si es solo un crio.
Un crio diligente, con todo.
– Puedo prestarte una, si quieres juzgarle por eso. Tengo
– ?De veras, Connie?
– Pero como comprende que es dificil ganarse la vida escribiendo novelas, trabaja tambien de periodista.
– Bueno, tiene un nombre pegadizo -gruno Arthur.
Dio permiso a Connie para llevar a su amigo a la casa. De momento, Arthur le concederia el beneficio de la duda no leyendo ninguno de sus libros.
La primavera llego temprano aquel ano y la pista de tenis estuvo senalizada para finales de abril. Desde su estudio Arthur oia el golpe de la raqueta contra la pelota, y el conocido e irritante grito femenino al fallar un golpe facil. Despues salia al exterior y veia a Connie luciendo una falda con vuelo y a Willie Hornung con un sombrero de paja y un pantalon con pinzas de franela blanca. Se fijo en que Hornung no regalaba a Connie ningun punto facil, pero al mismo tiempo se abstenia de emplear en el juego toda su fuerza. Lo aprobo: asi tenia un hombre que jugar al tenis con una chica.
Sentada en un lado, en una tumbona, a Touie la calentaba mas el calor de la pareja enamorada que el sol debil de principios de verano. La risuena charla de los jovenes a ambos lados de la red y su posterior timidez mutua parecio encantarla, y en consecuencia Arthur decidio ceder. En verdad, no le disgustaba el papel de
– ?Que te parece, Hornung?
Y Hornung habia respondido, rapido como un rayo:
– Debe de ser una errata de
Aquel agosto invitaron a Arthur a dar una conferencia en Suiza; Touie estaba todavia un poco debil tras el parto de Kingsley, pero le acompano, por supuesto. Visitaron las cataratas de Reichenbach, esplendidas pero aterradoras, y una tumba digna de Holmes. El personaje se estaba convirtiendo a toda velocidad en un fardo colgado del cuello. Ahora, con la ayuda de un maleante tremebundo se lo sacudiria de encima.
A fines de septiembre, Arthur recorrio con Connie el pasillo de la iglesia, y ella le tiraba del brazo para que el frenase un paso demasiado militar. Al entregarla simbolicamente en el altar, supo que debia estar orgulloso y feliz por su hermana. Pero en medio de las flores de azahar, las palmadas en la espalda y los chistes sobre cosas que impresionan a doncellas, sintio que se venia abajo el sueno de una familia cada vez mas numerosa a su alrededor.
Diez dias despues supo que su padre habia muerto en el manicomio de Dumfries. Dijeron que la epilepsia fue la causa de la muerte. Arthur no le habia visitado en anos y no asistio al funeral; nadie de la familia lo hizo. Charles Doyle habia dejado en la estacada a su mujer y condenado a sus hijos a una digna pobreza. Habia sido debil y poco viril, incapaz de vencer en su lucha contra el alcohol. ?Lucha? Apenas habia levantado los guantes contra el demonio. En ocasiones se le buscaban excusas, pero Arthur no juzgaba convincente la del temperamento artistico. No era mas que autoindulgencia y exculpacion. La condicion de artista era perfectamente compatible con ser fuerte y responsable.
Touie contrajo una tos otonal persistente y se quejaba de dolores en el costado. Arthur juzgo intrascendentes los sintomas, pero al final llamo a Dalton, el medico local. Le extrano pasar de medico a solo el marido de la paciente; y que le hicieran aguardar en el piso de abajo mientras arriba se decidia su destino. La puerta del dormitorio estuvo cerrada durante un largo rato, y Dalton salio con una cara tan consternada como conocida: Arthur la habia puesto demasiadas veces.
– Sus pulmones estan gravemente afectados. Tiene todos los indicios de una tuberculosis rapida. En vista de su estado y del historial familiar… -El doctor Dalton no necesito continuar, excepto para decir-: Querra un segundo dictamen.
No solo un segundo, sino el mejor. Douglas Powell, especialista en tisis y enfermedades del pecho en el hospital Brompton, viajo a South Norwood el sabado siguiente. Powell, un hombre palido y ascetico, bien afeitado y correcto, confirmo, a su pesar, el diagnostico.
– Tengo entendido que es usted medico, ?verdad, senor Doyle?
– Me reprocho mi negligencia.
– ?El sistema pulmonar no era su especialidad?
– Los ojos.
– Entonces no tiene nada que reprocharse.
– No, mas todavia. Tenia ojos pero no vi. No detecte el maldito microbio. No preste a mi esposa suficiente atencion. Estaba demasiado atareado con mi… exito.
– Pero usted era oftalmologo.
– Hace tres anos fui a Berlin a informar sobre los presuntos descubrimientos de Koch sobre esta misma enfermedad. Escribi un articulo al respecto para Stead, en la
– Ya.
– Y, sin embargo, no reconoci un caso de tisis galopante en mi propia esposa. Peor aun, la deje participar en actividades que la empeoraron. Andabamos en triciclo con cualquier clima, viajabamos a paises frios, practicaba conmigo deportes al aire libre…
– Por otra parte -dijo Powell, y sus palabras levantaron fugazmente el animo de Arthur-, en mi opinion hay signos prometedores de un aumento fibrilar alrededor de la sede de la dolencia. Y el otro pulmon se ha ensanchado un poco para compensar. Pero es lo mejor que puedo decir.
– ?No lo acepto!
Arthur susurro estas palabras porque no podia aullarlas a voz en cuello.
Powell no se ofendio. Estaba acostumbrado a pronunciar las mas delicadas y corteses condenas de muerte, y habituado a la reaccion de los afectados.
– Por supuesto. Si quisiera el nombre de…
– No. Acepto lo que me ha dicho. Pero no lo que no me ha dicho. Usted daria a mi esposa meses.
– Sabe tan bien como yo, senor Doyle, lo imposible que es predecir…
– Se tan bien como usted, doctor Powell, las palabras que empleamos para dar esperanzas a los pacientes y a sus familiares. Tambien conozco las que oimos en nuestro fuero interno cuando procuramos levantar el animo. Unos tres meses.
– Si, a mi juicio.
– Le repito, doctor, que no lo acepto. Cuando veo al diablo, lo combato. No se la llevara, no importa adonde tengamos que ir ni lo que tenga que gastar.
– Le deseo toda la suerte del mundo -contesto Powell-. Y estoy a su disposicion. Hay, sin embargo, dos cosas que debo decirle. Quiza sea innecesario, pero el deber me obliga. Confio en que no se ofenda.
Arthur enderezo la espalda, como un soldado listo para cumplir ordenes.
– Tengo entendido que tiene hijos.