profesional. Sintio un cansancio inmenso, aunque a la vez estaba sobreexcitado. La secuencia de sus pensamientos perdio el ritmo regular; se tambaleaban, caian hacia delante, seguian la gravedad emocional. De repente se le paso por la cabeza que hasta unos minutos antes solo unas cuantas personas -sobre todo policias, y quiza algunos espectadores tontamente ignorantes, de los que aporrearian las puertas de un coche que pasaba- le suponian culpable. Pero ahora -y al darse cuenta le invadio la verguenza- casi todo el mundo creeria que lo era. Los lectores de periodicos, sus colegas abogados de Birmingham, los pasajeros del tren matutino a los que habia repartido folletos de la Legislacion ferroviaria. Despues empezo a pensar en personas concretas que le juzgarian culpable: por ejemplo, Merriman, el jefe de estacion, y Bostock, el maestro de escuela, y Greensill, el carnicero, que a partir de entonces le recordaria siempre a Gurrin, el experto grafologo, el hombre que le creia capaz de escribir blasfemias e indecencias. Y no solo Gurrin: Merriman y Bostock y Greensill creerian que, ademas de rajar el abdomen de animales, George era el autor de blasfemias e indecencias. Y tambien la criada de la vicaria, y el coadjutor, y Harry Charlesworth, cuya amistad se habia inventado. Hasta Dora, la hermana de Harry -de haber existido-, le habria mirado con asco.

Se imagino la mirada de todas estas personas… a las que ahora se sumaba Hands, el botero. Hands pensaria que, despues de haberle tomado con mano experta las medidas para un par de botas, George se habia ido tranquilamente a su casa, habia cenado, fingido que se acostaba y luego se habia escabullido del dormitorio, cruzado los campos y mutilado a un pony. Y al imaginarse a todos aquellos testigos y acusadores, sintio tal oleada de pena por si mismo y por lo que le habian hecho a su vida, que habria querido que le permitieran quedarse para siempre en aquella penumbra subterranea. No obstante, antes de lograr siquiera controlarse en aquel grado de desdicha, volvio a sentirse arrastrado, ya que por supuesto toda aquella gente de Wyrley no le miraria de aquel modo acusatorio: no, como minimo, durante muchos anos. No, mirarian a sus padres: al padre en el pulpito, a la madre cuando hacia sus rondas parroquiales; mirarian a Maud cuando entrase en una tienda, a Horace cuando volviese de Manchester, si es que alguna vez volvia a pisar la casa tras el oprobio de su hermano. Todo el mundo miraria, senalaria, diria: su hijo, su hermano cometio las atrocidades de Wyrley. Y el habia infligido aquella publica y continuada humillacion a su familia, que lo era todo para el. Sabian que era inocente, pero solo servia para duplicar su sentimiento de culpa hacia ellos.

?Sabian que era inocente? Aqui se agravo su desesperacion. Sabian que era inocente, pero ?como dejarian de dar vueltas en la cabeza a lo que habian visto y oido en los cuatro ultimos dias? ?Y si su fe en el empezaba a flaquear? Cuando decian que sabian que era inocente, ?que querian decir en realidad? Para saberle inocente tendrian que haber velado toda la noche y haberle observado durmiendo, o bien tendrian que haber estado vigilando en el campo de la mina cuando llego un lunatico mozo de labranza con un instrumento malefico en el bolsillo. Solo asi tendrian la certeza absoluta. Lo que hacian era creer, creer firmemente. ?Y si, andando el tiempo, unas palabras de Disturnal, alguna afirmacion del doctor Butter o alguna duda personal sobre George, largo tiempo reprimida, empezaba a socavar la confianza en el de sus familiares?

Era una cosa mas que anadir a la lista de agravios. Les obligaria a emprender un penoso viaje de introspeccion. Hoy: conocemos a George y sabemos que es inocente. Pero quiza dentro de tres meses: creemos conocer a George y creemos que es inocente. Y dentro de un ano: sabemos que no conocemos a George, pero todavia le consideramos inocente. ?Quien podria reprocharles este declive progresivo?

No solo le habian condenado a el; tambien a su familia. Si era culpable, algunos pensarian que sus padres tenian que haber cometido perjurio. Y cuando el vicario predicase la diferencia entre el bien y el mal, su feligresia ?le tomaria por un hipocrita o un ingenuo? Cuando su madre visitara a los oprimidos, ?no le dirian que haria mejor guardandose la compasion para su hijo criminal en una carcel lejana? Era otro agravio: habia sentenciado a sus propios padres. ?No tendrian fin aquellas figuraciones atormentadas, aquel implacable vortice moral? Aguardo a que se produjera otra caida, que las aguas le arrastrasen, que se ahogara; pero penso en Maud. Sentado en el duro taburete, detras de los barrotes de hierro, mientras en algun lugar de aquella oscuridad el carcelero Dubbs silbaba una tonadilla desafinada, penso en Maud. Ella era su fuente de esperanza, ella impediria que cayese. Creia en Maud; sabia que ella no flaquearia porque habia visto su mirada en la sala. Era una mirada que no necesitaba descifrar, que no corromperian el tiempo o la maldad; una mirada de amor, de confianza y de certeza.

Cuando la muchedumbre congregada fuera del tribunal se hubo dispersado, George fue trasladado a la carcel de Stafford. Alli se produjo otro reajuste en su universo. Como habia estado encarcelado desde su detencion, habia llegado a considerarse un recluso. Pero de hecho le habian alojado en la mejor celda del hospital; recibia periodicos todas las mananas, asi como comida de su familia, y le permitian escribir cartas comerciales. Sin pararse a pensarlo, habia supuesto que sus circunstancias eran temporales, concomitantes, un breve purgatorio.

Ahora era un autentico preso, y para demostrarlo le quitaron la ropa. Lo ironico fue que llevaba semanas lamentando y quejandose del inadecuado traje de verano y el sombrero de paja superfluo. ?Le habria dado aquel traje un aspecto menos serio en el juicio y, en consecuencia, habria perjudicado su causa? No lo sabia. De todos modos, le despojaron del traje y el sombrero y se los trocaron por el peso gravoso y la aspereza como de fieltro de la ropa carcelaria. La chaqueta le colgaba de los hombros, los pantalones formaban bolsas en las rodillas y los tobillos; no le importaba. Tambien le dieron un chaleco, una gorra y un par de botas.

– Le dara un poco de grima -dijo el celador, haciendo un rebujo con el traje de verano-. Pero casi todos se acostumbran. Hasta personas como usted, sin animo de ofender.

George asintio. Advirtio, agradecido, que el funcionario le habia hablado con el mismo tono exacto y con la misma urbanidad que a lo largo de las ocho semanas anteriores. El hecho le sorprendio. Por alguna razon habia previsto que iban a escupirle y a injuriarle al regresar a la carcel, a un hombre inocente que volvia con la publica etiqueta de culpable. Pero quiza el cambio aterrador solo se hubiera producido en su mente. El carcelero mantuvo la misma actitud por una razon simple y desalentadora: desde el principio le habian considerado culpable, y el veredicto del jurado no habia sino confirmado esta presuncion.

A la manana siguiente, como un favor, le llevaron un periodico para que pudiera ver, por ultima vez, su vida convertida en titulares, su historial ya no discrepante sino consolidado como un hecho juridico, su personaje ya no como obra suya, sino perfilado por otros.

SIETE ANOS DE TRABAJOS FORZADOS

CONDENADO EL ASESINO DE

GANADO DE WYRLEY

EL REO NO SE INMUTA

Con desanimo, pero de forma automatica, George leyo el resto de la pagina. La historia de la senorita Hickman, la medico hallada muerta, tambien parecia haber alcanzado su epilogo y se habia sumido en el silencio y el misterio. George se entero de que Buffalo Bill, tras una temporada en Londres y una gira por provincias que duro 294 dias, habia terminado su programa en Burton-on-Trent y regresado a Estados Unidos. Y tan importante para la Gazette como la condena del «asesino de ganado» de Wyrley era la noticia que figuraba al lado:

CHOQUE FERROVIARIO EN YORKSHIRE

Dos trenes descarrilan en un tunel

Un muerto y 23 heridos

LA TERRIBLE EXPERIENCIA DE UN HOMBRE

DE BIRMINGHAM

Le tuvieron en Stafford otros doce dias, y durante este tiempo permitieron a sus padres que le visitaran a diario. Para George esto fue mas doloroso que si le hubieran arrojado dentro de un furgon y le hubieran llevado al paraje mas lejano del reino. En aquella larga despedida todos se comportaron como si las tribulaciones de George fueran un error burocratico que no tardaria en remediar la apelacion al funcionario preciso. El vicario habia recibido muchas cartas de apoyo y hablaba ya con entusiasmo de

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