una campana publica. A George aquel fervor le parecio rayano en la histeria, y sus origenes implantados en la culpa. No juzgaba su situacion transitoria, y los planes de su padre no le procuraron el menor consuelo. Mas que nada, le parecian una expresion de fe religiosa.

Doce dias despues, fue transferido a Lewes. Alli le entregaron un uniforme nuevo de lino burdo y color galleta. Tenia dos anchas franjas verticales por delante y por detras, y unas flechas gruesas, torpemente impresas. Le dieron unos bombachos que le quedaban grandes, calcetines negros y botas. Un funcionario le explico que era un hombre estrella y, por consiguiente, empezaria su condena permaneciendo tres meses separado: el plazo podria ser mas largo o mas corto. Separado queria decir incomunicado. Asi empezaban todos los hombres estrella. Al principio George lo entendio mal: penso que le llamaban hombre estrella porque su caso habia alcanzado notoriedad; quiza a los autores de delitos especialmente atroces se les mantenia apartados de otros presos para impedir que diesen rienda suelta a su colera contra un mutilador de caballos. Pero no: un hombre estrella era el simple vocablo para designar a un condenado por primera vez. Le dijeron que si reincidia le clasificarian como preso intermedio; y si volvia a prision con mayor frecuencia, como preso ordinario o profesional. George dijo que no tenia intencion de volver.

Le llevaron a presencia del director, un viejo militar que le sorprendio porque miraba el nombre que tenia delante y, educadamente, le pregunto como se pronunciaba;

– Aydlji, senor.

– Ay-dl-ji -repitio el director-. Aunque aqui no sera mucho mas que un numero.

– No, senor.

– Iglesia anglicana, dice aqui.

– Si. Mi padre es vicario.

– En efecto. Su madre…

Parecia que el director no acertaba a encontrar la forma de preguntarlo.

– Mi madre es escocesa.

– Ah.

– Mi padre es parsi de nacimiento.

– Ahora caigo. Estuve en Bombay en los anos ochenta. Hermosa ciudad. ?La conoce bien, Ay-dl-ji?

– Me temo que nunca he salido de Inglaterra, senor. Aunque he estado en Gales.

– Gales -dijo el director, pensativo-. En eso me gana. Abogado, dice.

– Si, senor.

– En este momento tenemos sequia de abogados.

– ?Perdon?

– Abogados. Nos faltan, de momento. Solemos tener uno o dos. Un ano, recuerdo, tuvimos mas de media docena. Pero hace unos meses nos libramos del ultimo. La verdad es que tampoco pude hablar mucho con el. El reglamento de aqui le parecera estricto, y se aplica rigurosamente, senor Ay-dl-ji.

– Si, senor.

– Pero tenemos un par de corredores de bolsa y un banquero, tambien. Yo le digo a la gente que si quiere tener un muestrario representativo de la sociedad, venga a la carcel de Lewes. -Estaba acostumbrado a contar esto e hizo una pausa para que surtiera el efecto habitual-. Aunque me apresuro a decirle que no tenemos miembros de la aristocracia. Ni tampoco -lanzo una ojeada al expediente de George- un pastor de la Iglesia anglicana. Pero si hemos tenido alguno que otro. Por obscenidad, esas cosas.

– Si, senor.

– Pues bien, no voy a preguntarle que ha hecho o por que o si fue usted quien lo hizo o si una solicitud que quisiera cursar al ministro del Interior tiene o no mas posibilidades que un raton con una mangosta, porque segun mi experiencia todo eso es una perdida de tiempo. Esta en la carcel. Cumpla su condena, obedezca las reglas y no se metera en mas lios.

– Como abogado, estoy acostumbrado a las reglas.

George lo dijo con neutralidad, pero el director alzo la vista como si se tratara de una frase insolente. Al final se contento con decir: «Perfecto».

Habia, en efecto, gran numero de reglas. George comprobo que los carceleros eran buena gente, aunque estaban atados de pies y manos por la burocracia. Estaba prohibido hablar con otros presos. Estaba prohibido cruzar los brazos o las piernas en la capilla. Los reclusos se banaban una vez cada quince dias, y se les hacia un registro corporal y de sus pertenencias siempre que se considerase necesario.

El segundo dia entro un celador en la celda de George y le pregunto si tenia una manta.

George juzgo la pregunta superflua. Era de todo punto evidente que tenia una manta, multicolor y de un peso razonable: imposible que el funcionario no la viera.

– Si, tengo, muchas gracias.

– ?Que es eso de muchas gracias? -pregunto el carcelero, con una voz mas que belicosa.

George recordo los interrogatorios de la policia. Quiza su tono habia sido muy osado.

– Quiero decir que si tengo -dijo.

– Entonces hay que destruirla.

Ahora si que George no entendia nada. Aquella norma no se la habian explicado. Cuido su respuesta y en especial el tono.

– Disculpe, pero no llevo aqui mucho tiempo. ?Por que quiere destruir mi manta, que es para mi una prenda comoda y una necesidad, me figuro, en los meses mas recios?

El carcelero le miro y poco a poco se echo a reir. Se rio tanto que un companero se colo en la celda para ver que pasaba.

– No una manta, numero 247, sino chinches [12].

George, a su vez, sonrio a medias, ignorando si el reglamento le permitia sonreir. Tal vez solo si pedia permiso. En todo caso, el episodio se divulgo por la carcel y siguio a George durante los meses siguientes. Aquel indio vivia una vida tan regalada que ni siquiera sabia lo que era una chinche.

En su lugar descubrio otras molestias. No habia retretes propiamente dichos ni intimidad cuando mas falta hacia. El jabon era de pesima calidad. Existia ademas la regla estupida de que los afeitados y los cortes de pelo se hacian al aire libre, lo que motivaba que muchos reclusos -George entre ellos- pillasen resfriados.

Enseguida se habituo al ritmo alterado de su vida. 5.45: hora de levantarse. 6.15: abrian las puertas, recogian los cubos, colgaban la ropa de cama para orearla. 6.30: repartian herramientas; a continuacion, trabajo. 7.30: desayuno. 8.15: plegar la ropa de cama. 8.35: capilla. 9.05: regreso. 9.20: salida para ejercicio. 10.30: regreso. Rondas del director y otros tramites burocraticos. 12: comida. 13.30: recogida de los cubiertos de hojalata, seguido de trabajo. 17.30: cena, recogida de herramientas que se guardaban fuera para el dia siguiente. 20: hora de acostarse.

La vida era mas ruda, mas fria y mas solitaria que la que habia conocido hasta entonces, pero le ayudaba la rigida estructura cotidiana. Siempre se habia cenido a un horario estricto; tambien, como estudiante y como abogado, habia asumido una fuerte carga de trabajo. Se habia concedido muy pocas vacaciones -aquella excursion a Aberystwyth con Maud fue una rara excepcion- y aun menos lujos, salvo los de la mente y el espiritu.

– Lo que mas echan de menos los presos estrella es la cerveza -dijo el

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