George descubrio que no solo a los judios los llevaban a Parkhurst; tambien despachaban a los invalidos y a los que pasaban por no estar del todo en sus cabales. Tal vez no se pudiese cambiar de religion en Portland, pero si podian trasladar a alguien que se derrumbase fisica o mentalmente. Se decia que algunos reclusos se herian adrede los pies con las piquetas o simulaban haber perdido la chaveta -aullaban como perros y se arrancaban el pelo a punados- en un intento de conseguir el traslado. La mayoria, sin embargo, iba a parar al calabozo y a lo sumo obtenian un par de dias a pan y agua.

«Portland disfruta de una situacion muy saludable -escribio George a sus padres-. El aire es muy sano y tonificante, y no hay muchas enfermedades.» Era como si les estuviese escribiendo una postal desde Aberystwyth. Pero lo que escribia era cierto, y habia que consolarlos con todo lo que pudiera.

Pronto se habituo a su estrecho hospedaje y decidio que Portland era mejor que Lewes. Habia menos burocracia y no existian reglas estupidas sobre el afeitado y los cortes del pelo a la intemperie. Ademas, eran mas relajadas las normas que regulaban la conversacion entre prisioneros. Tambien la comida era mejor. Pudo informar a sus padres de que habia una cena distinta cada noche y dos clases de sopa. El pan era integral; «mejor que el del panadero», escribio, no para intentar eludir la censura ni para congraciarse, sino porque era una opinion sincera. Y les daban verduras y lechuga. El cacao era excelente, aunque el te no valia gran cosa. Con todo, si uno no queria te, podia tomar dos tipos de gachas, y a George le sorprendio que muchos se empenaran en preferir un te de calidad inferior que algo mas nutritivo.

Pudo decir a sus padres que tenia mucha ropa interior caliente, asi como jerseis, leotardos y guantes. La biblioteca era incluso mejor que la de Lewes, y las condiciones de prestamo mas generosas: cada semana podia sacar dos libros «de biblioteca», amen de cuatro educativos. Las principales revistas eran asequibles en forma de volumen, aunque las autoridades de la carcel habian expurgado los libros y las publicaciones de todo material indeseable. Al pedir una historia del arte britanico reciente, George descubrio que todas las ilustraciones de la obra de sir Lawrence Alma-Tadema habian sido pulcramente recortadas por las tijeras del censor. La portada del volumen ostentaba la advertencia escrita en todos los libros de la biblioteca: «No doblar las paginas». Debajo, un gracioso de la carcel habia escrito: «Tampoco arrancarlas».

La higiene en Portland no era mejor que en Lewes, aunque tampoco peor. Si alguien queria un cepillo de dientes tenia que solicitarlo al director, que al parecer respondia si o no de acuerdo con algun baremo personal y arbitrario.

Una manana en que necesitaba un limpiametales, George pregunto a un carcelero si habia alguna posibilidad de conseguir una marca fabricada en Bath.

– ?Un limpiametales, D462! -contesto el celador, elevando las cejas hacia la gorra-. ?Un limpiametales! Vas a arruinar a la empresa. Luego pediras perfumes.

Y no se volvio a hablar del asunto.

George cosechaba todos los dias fibras de cascara y pelos; hacia ejercicio, segun estaba prescrito, aunque sin gran entusiasmo; pedia a la biblioteca su lote entero de libros. En Lewes se acostumbro a comer con solo un cuchillo de hojalata y una cuchara de madera, y se habituo a que el cuchillo a menudo fuese insuficiente para la carne de vacuno o de cordero. Ya no notaba la falta de un tenedor, como tampoco la de periodicos. En realidad, consideraba una ventaja la ausencia de diarios: careciendo de aquel acicate cotidiano del mundo exterior se adaptaba con mas facilidad al paso del tiempo. Los sucesos que acontecian en su vida ocurrian dentro de los muros de la carcel. Una manana, un recluso -el C183, que cumplia una condena de ocho anos por robo- consiguio trepar al tejado y desde alli proclamo a los cuatro vientos que era el hijo de Dios. El capellan se brindo a subir por una escalera para hablar de las repercusiones teologicas del hecho, pero el director decreto que era solo otra intentona de lograr un traslado a Parkhurst. Al final el hombre sucumbio a la inanicion y lo pusieron a la sombra. C183 termino reconociendo que era hijo de un ceramista y no de un carpintero.

Cuando George llevaba unos meses en la carcel, hubo un intento de fuga. Dos hombres -C202. y B178- se las ingeniaron para esconder una palanca en su celda; rompieron el techo, bajaron al patio con ayuda de una cuerda y escalaron un muro. La siguiente vez que resono la orden «?Gorras al suelo!» hubo un alboroto: faltaban dos gorras. Se hizo otro recuento, seguido del de personas. Izaron la bandera negra, dispararon el canon y encerraron a los presos entretanto. A George no le importo la reclusion, aunque no compartiese la agitacion general ni participara en las apuestas cruzadas sobre el desenlace.

Los dos hombres contaban con un par de horas de ventaja, pero a juicio de los «ordinarios» tendrian que esconderse hasta la caida de la noche y solo entonces aventurarse a huir. Cuando soltaron a los perros en los terrenos de la carcel, B178 fue descubierto enseguida, guarecido en un taller y maldiciendo el tobillo que se habia roto al saltar desde un tejado. Tardaron mas en encontrar a C202. Apostaron centinelas en todos los cerros de Chesil Beach; patrullaron en barcas por si el fugitivo habia decidido ganar a nado la playa; pusieron una barrera de soldados en Weymouth Road. Registraron las canteras y las fincas perifericas. Pero a C202 no lo encontraron soldados ni celadores; lo llevo, atado con una cuerda, el dueno de una posada que lo habia localizado en su bodega y lo habia reducido con la ayuda de un carretero. El hombre insistio en entregarlo al funcionario responsable de la carcel para recibir por la captura un pagare por la suma de cinco libras.

El barullo entre los presos degenero en decepcion, y el registro de celdas se volvio mas frecuente durante una temporada. Era una faceta que a George le parecia mas fastidiosa que en Lewes, y no solo porque los registros eran en su caso absolutamente inutiles. Primero les ordenaban «desabrocharse»; despues los celadores «restregaban» al preso para cerciorarse de que no ocultaba nada entre la ropa. Le palpaban todo el cuerpo, le examinaban el bolsillo y hasta desdoblaban el panuelo. Era bochornoso para el recluso y George pensaba que seria odioso para los funcionarios, pues las ropas de muchos presos estaban sucias y grasientas a causa del trabajo. Algunos carceleros hacian cacheos muy minuciosos, mientras que otros no se enteraban de que un preso tenia un martillo y un cincel escondidos encima.

Luego estaba el «patas arriba», que parecia consistir en la sistematica destruccion de una celda, en derribar libros de las superficies que ocupaban, deshacer la cama y buscar los potenciales escondrijos que George jamas habria imaginado. Lo peor de todo, sin embargo, era el cacheo del «bano seco». Te llevaban a los banos y te ponian de pie sobre los listones de madera. Te quitabas toda la ropa, excepto la camisa. Los celadores inspeccionaban cada prenda a conciencia. Despues te sometian a humillaciones: levantar las piernas, agacharte, abrir la boca, sacar la lengua. Habia veces en que estos cacheos eran generales y otras en que eran aleatorios. George calculo que sufria esta vejacion por lo menos tantas veces como sus companeros. Quiza cuando expreso su reluctancia a fugarse lo habian tomado por un farol.

Y asi pasaron los meses y despues el primer ano y despues gran parte del segundo. Cada seis meses sus padres hacian el largo viaje desde Staffordshire y pasaban una hora con su hijo bajo la vigilancia de un guardian. Estas visitas eran atroces para George, no porque no amase a sus padres, sino porque detestaba ver su sufrimiento. Por entonces su padre parecia hundido y su madre ni siquiera se atrevia a examinar el sitio donde habian encarcelado a su hijo. A George le costaba encontrar el tono justo para hablar con ellos: si era alegre pensarian que estaba fingiendo; si triste, les entristeceria aun mas. Asi pues, adoptaba una voz neutra, servicial pero inexpresiva, como la de una taquillera.

Al principio estimaron que Maud era demasiado sensible para estas visitas; pero un ano reemplazo a su madre. Tuvo poca ocasion de decir algo, pero cada vez que George la miraba, topaba con aquella mirada serena e intensa que recordaba de la sala de Stafford. Era como si Maud intentase infundirle fuerzas, comunicarse con la mente de George sin la mediacion de palabras o gestos. Mas tarde el se pregunto si no se habria -y se habrian-equivocado creyendo en la supuesta fragilidad de Maud.

El vicario no lo advirtio. Estaba abstraido informando a George de que, a la luz del cambio de gobierno -una cuestion de la que George apenas sabia nada-, el infatigable Yelverton iba a reanudar su campana. Voules proyectaba una nueva serie de articulos en Truth; el vicario, a su vez, se proponia publicar un folleto propio sobre el caso. George simulo que se sentia animado, pero en su fuero interno el entusiasmo de su padre le parecia una necedad. Podrian recabar mas firmas, pero la esencia de su caso no cambiaria y, por ende, ?por que habria de cambiar la respuesta de las autoridades? El, como abogado, lo veia.

Tambien sabia que el Ministerio del Interior estaba inundado de peticiones de todas las carceles del pais. Recibia cuatro mil memorandum al ano, y otros mil enviados desde otras

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