fuentes en favor de presos. Pero el ministerio no disponia de medios ni de la potestad de volver a juzgar un caso; no podia entrevistar a testigos ni escuchar a abogados. Lo unico que estaba en su mano era examinar el papeleo y aconsejar en consonancia a la Corona. Esto se traducia en que un indulto era una rareza estadistica.
Quiza la situacion fuera distinta si hubiese la posibilidad de recurrir a un tribunal que asumiera un papel mas activo en reparar una injusticia. Pero tal como estaban las cosas, George juzgaba ingenuo el convencimiento del vicario de que una frecuente reiteracion de su inocencia, secundada por el poder de las oraciones, conseguiria la liberacion del hijo.
Le apenaba admitirlo, pero George pensaba que las visitas de su padre no servian de nada. Perturbaban el orden y la calma de su vida, cosas ambas sin las cuales no creia que pudiese sobrevivir a la condena. Otros presos contaban los dias que faltaban hasta su excarcelacion futura; George, para sobrellevar la reclusion, necesitaba pensar que era la unica vida que tenia o podria haber tenido. Sus padres, asi como la optimista confianza de su padre en Yelverton, trastornaban esta ilusion. Quiza Maud le infundiese fuerzas si la dejaban visitarle sola, pero sus padres solo le producian inquietud y verguenza. Sabia, de todos modos, que no permitirian que Maud fuese sin ellos.
Los registros continuaban, los restregones y los banos secos. Leia mas historia de la que pensaba que existia, se habia despachado todos los clasicos y ahora acometia los autores menores. Tambien se habia leido series enteras del
Una manana le llevaron al despacho del capellan, le fotografiaron de frente y de perfil y le ordenaron que se dejase crecer la barba. Le dijeron que al cabo de tres meses volverian a fotografiarle. George dedujo por si mismo la finalidad del tramite: que la policia tuviese su ficha si algun dia les daba motivos para buscarle.
No le gusto que le obligaran a dejarse barba. Habia llevado bigote desde que lo permitio la naturaleza, pero en Lewes le mandaron afeitarselo. No le gustaba el picor diario que se le esparcia por las mejillas y por debajo del menton: anoraba el tacto de la navaja. Tampoco le agradaba su aspecto con barba: le daba un semblante criminal. Los carceleros hicieron comentarios de que ahora tenia un nuevo escondrijo. Seguia trabajando con las fibras de coco y leyendo a Oliver Goldsmith. Le quedaban cuatro anos de condena.
Y de repente las cosas se volvieron confusas. Le llevaron a hacerle fotografias de frente y de perfil. Despues le mandaron afeitarse. El barbero le dijo que tenia suerte de que no estuviesen en Strangeways, donde le cobrarian dieciocho peniques por el servicio. Cuando regreso a su celda, le dijeron que recogiera sus pocas pertenencias y que se aprestase para un traslado. Le condujeron a la estacion y le subieron a un tren con una escolta. A duras penas se atrevio a mirar el campo, cuya existencia parecia burlarse de el, al igual que todos los caballos y vacas. Comprendio que los hombres enloqueciesen a falta de las cosas corrientes.
Cuando el tren llego a Londres, le subieron en un coche y le llevaron a Pentonville. Alli le dijeron que se preparase para su liberacion. Paso un dia encerrado solo; en retrospectiva, el dia mas desdichado de los tres anos completos que habia pasado en la carcel. Sabia que deberia ser feliz; por el contrario, le desconcertaba tanto su puesta en libertad ahora como antano la detencion. Llegaron dos detectives y le entregaron papeles; le ordenaron que se presentara en Scotland Yard para recibir nuevas instrucciones.
A la diez y media de la manana del 19 de octubre de 1906, George Edalji abandono Pentonville en un coche, acompanado de un judio que tambien fue liberado aquel dia. No pregunto si el hombre era un judio autentico o un judio carcelario. El coche lo deposito en la sociedad de asistencia a los presos judios y llevo a George a la sociedad benefica del Ejercito de Salvacion. Los reclusos que se habian afiliado a alguna de las dos tenian derecho a una gratificacion doble cuando los excarcelaban. A George le dieron dos libras, nueve chelines y diez peniques. Unos responsables de la sociedad le acompanaron despues a Scotland Yard, donde le explicaron los terminos de su libertad condicional. Tenia que dejar la direccion donde se hospedase; debia presentarse una vez al mes en Scotland Yard e informarles de antemano de cualquier proyecto de abandonar Londres.
Un periodico habia enviado un fotografo a Pentonville para sacar una foto de George Edalji en el momento de salir de la carcel. Por error, fotografio a un preso liberado media hora antes y el periodico, por tanto, publico una foto de otro hombre.
Desde Scotland Yard le llevaron a reunirse con sus padres.
Estaba en libertad.
Arthur
Y entonces conoce a Jean.
Le faltan unos meses para cumplir treinta y ocho anos. Sidney Paget le pinta ese ano sentado muy recto en una butaca tapizada, semicircular como una banera, la levita entreabierta, un reloj con leontina a la vista; en la mano izquierda tiene un cuaderno y la derecha sostiene un portaminas de plata. El pelo empieza a ralear por arriba de las sienes, pero minimiza esta perdida el esplendor compensatorio del bigote: le coloniza la cara por encima y mas alla del labio superior y las guias, como palillos encerados, rebasan la linea de los lobulos de las orejas. Confiere a Arthur el aire imperioso de un fiscal militar, cuya autoridad refrenda el escudo de armas acuartelado que se ve en la esquina superior del retrato.
Arthur es el primero en admitir que su conocimiento de las mujeres es mas el de un caballero que el de un canalla. En su juventud hubo algunos escarceos bullangueros, y hasta un episodio relacionado con un pez volador. Estaba Elmore Weldon que, si no fuese una observacion impropia de un senor, pesaba setenta kilos. Estaban Touie, que, con los anos, se convirtio en una hermana cordial y despues, de pronto, en una hermana invalida. Estaban, por supuesto, sus hermanas autenticas. Estaban las estadisticas de la prostitucion que lee en el club. Estaban las historias que se cuentan ante una copa de oporto y que en ocasiones prefiere no escuchar, relatos que hablan, por ejemplo, de habitaciones privadas en restaurantes discretos. Estaban los casos ginecologicos que ha conocido, los partos a los que ha asistido y las enfermedades que contraen los marineros de Portsmouth y otros hombres de moral licenciosa. Su comprension del acto sexual es diferente, aunque tiene mas que ver con sus desafortunadas consecuencias que con sus gozosos preliminares y procesos.
Su madre es la unica mujer cuyo gobierno esta dispuesto a acatar. Con otras mujeres ha desempenado las variadas funciones de hermano mayor, sustituto del padre, marido dominante, medico curativo, generoso redactor de cheques en blanco y Papa Noel. Suscribe plenamente la separacion y distincion de sexos desarrollada por la sabiduria de la sociedad a lo largo de los siglos. Se opone con firmeza a la idea del sufragio femenino: cuando un hombre vuelve del trabajo, no quiere tener a un politico sentado enfrente de el junto a la chimenea. Al conocer menos a las mujeres puede idealizarlas mas. Asi es como piensa que deberia ser.
Jean, por consiguiente, supone una conmocion. Hace mucho tiempo que no mira a las jovenes como las miran los jovenes. Considera que las mujeres -las jovenes- han de ser inmaduras; son maleables, acomodaticias y esperan que las moldee la impronta del hombre con quien se casan. Se ocultan; observan y esperan, se complacen en un decoroso lucimiento social (que nunca deberia llegar a la coqueteria) hasta que llega el momento en que el hombre manifiesta interes y luego un interes mayor y luego un interes especial; para entonces ya pasean juntos, las familias respectivas se han conocido y por fin el pide su mano y a veces, quiza, en un ultimo acto de ocultamiento, ella le hace esperar la respuesta. Asi es como ha evolucionado todo esto, y la evolucion social, al igual que la biologica, tiene sus leyes y necesidades. No seria asi si no hubiese buenos motivos para que asi fuera.
Cuando le presentan a Jean -en el te de la tarde en casa de un prominente escoces de Londres, una de esas reuniones que suele evitar-, advierte de inmediato que es una muchacha muy atractiva. Sabe por larga experiencia lo que cabe esperar: la beldad le preguntara cuando va a escribir otro relato de Sherlock Holmes, y si ha muerto de verdad en las cataratas de Reichenbach, y si no seria