Toma su mano y mira a Jean. La mirada de Jean no es timida ni osada; es franca y constante. No sonrie. El sabe que uno de los dos tiene que hablar, pero parece haber perdido su familiaridad cotidiana con las palabras. Pero da igual. Y entonces ella esboza una media sonrisa y dice:

– No podia esperar a la nieve.

– Te regalare una edelweiss cada aniversario del dia en que nos conocimos.

– El 15 de marzo -dice ella.

– Lo se. Lo se porque lo llevo grabado en mi corazon. Si me lo abrieran leerian la fecha.

Hay un nuevo silencio. Sentado en el borde del sofa, se esfuerza en concentrarse en las palabras de Jean, en la fecha y la idea de las edelweiss, pero todo lo borra la conciencia de que tiene la ereccion mas tremebunda de toda su vida. No es la decorosa turgencia de un chevalier de corazon puro, es una presencia descomunal e ineludible, algo pendenciero, algo que procede de la calle y que expresa bien esa palabra, «empalmarse», que nunca ha proferido pero que le bulle, apremiante, en la cabeza. La otra cosa que piensa es que por suerte lleva un pantalon holgado. Se desplaza un poco para aliviar la opresion y al hacerlo se situa, sin percatarse, unos centimetros mas cerca de Jean. Ella es un angel, piensa, tiene un aire tan puro, una tez tan blanca, pero ha entendido que el movimiento de Arthur indica que se dispone a besarla y, confiada, le ofrece la cara, y el como caballero no puede desairarla y como hombre no puede abstenerse de besarla. Como no es un calavera ni un seductor, sino un hombre corpulento y honorable, ya en el umbral de la madurez, se inclina con torpeza sobre el sofa y procura no pensar en nada mas que en el amor y la galanteria cuando los labios femeninos se dirigen hacia el bigote y buscan con impericia la boca que hay debajo; sin soltar aun la mano que ha tomado desde su llegada, pero ya comenzando a aplastarla, Arthur nota que una vasta y violenta erupcion tiene lugar dentro de sus pantalones. Y es casi seguro que la senorita Jean Leckie interpreta mal el gemido que el emite, asi como la brusquedad con que se separa de ella, como si le hubieran clavado una azagaya entre los omoplatos.

Una imagen surge en la memoria de Arthur, una imagen que data de hace decadas. Es de noche en Stonyhurst y un jesuita sigiloso hace la ronda de los dormitorios para impedir cochinadas entre los chicos. Y lo que ahora necesita, y durante todo el tiempo que preve, es su propio jesuita de ronda. Lo que ocurrio en esa habitacion no debe repetirse. Como medico, podria parecerle explicable un momento de debilidad parecido; como caballero ingles, lo juzga turbador y vergonzoso. No sabe a quien ha traicionado mas: si a Jean, a Touie o a si mismo. A los tres hasta cierto punto, desde luego. Y no debe repetirse.

Ha sido tan repentino que no ha podido evitarlo; ha sido tambien la sima que separa el sueno y la realidad. En la caballeria romantica, el caballero ama a un objeto imposible -la esposa de su senor, por ejemplo- y realiza acciones valientes en nombre de su amada; la pureza del guerrero es igual a su valor. Pero Jean es menos que un objeto imposible y Arthur no es un oscuro galan ni un caballero sin dama. Mas bien es un hombre casado que por orden del medico observa castidad desde hace tres anos. Pesa noventa y cinco -no, mas de cien kilos- y es sano y energico; y ayer eyaculo dentro de su ropa interior.

Pero en cuanto el dilema se ha planteado en toda su claridad y crudeza, Arthur puede encararlo. Su cerebro empieza a trabajar sobre los aspectos practicos del amor, del mismo modo que estudio en otro tiempo los aspectos practicos de la enfermedad. Define el problema -?el problema! ?El doloroso, convulsivo gozo y suplicio!- de la siguiente manera: es imposible para el no amar a Jean, y que Jean no le ame. Es imposible para el divorciarse de Touie, la madre de sus hijos, por la que sigue sintiendo afecto y respeto; ademas, solo un canalla abandonaria a una invalida. Por ultimo, es imposible convertir este idilio en una aventura haciendo de Jean su amante. Cada uno de los tres interesados tiene su honor, aunque Touie ignora que el suyo es considerado in absentia. Hay, en efecto, una condicion esencial: Touie no debe saberlo.

En el encuentro siguiente con Jean, el asume el mando. Debe hacerlo. Es el hombre, es mas viejo; ella es una muchacha, posiblemente impetuosa, cuya reputacion no puede mancillarse. Al principio Jean se muestra inquieta, como si el fuera a desecharla; sin embargo, cuando queda claro que Arthur solo esta estipulando las clausulas que rijan su relacion, ella se relaja y casi parece que no le escucha. Se inquieta de nuevo cuando el recalca la extrema cautela que deben adoptar.

– Pero ?podemos besarnos? -pregunta ella, como comprobando las clausulas de un contrato que ella ha firmado felizmente con los ojos vendados.

El tono derrite el corazon de Arthur y le nubla el pensamiento. Se besan, para ratificar el contrato. A ella le gusta picotearle con los ojos abiertos, atacarle a la manera de un pajaro; el prefiere la larga fusion de los labios con los ojos cerrados. Le cuesta creer que de nuevo besa a alguien, y no digamos besar a Jean. Procura no pensar en que se diferencia de besar a Touie. Sin embargo, al cabo de un rato, la turbacion se reanuda y el se retrae.

Van a verse, estaran juntos durante lapsos limitados; pueden besarse; no deben apasionarse. Su situacion es peligrosisima. Pero de nuevo parece que ella le escucha solo a medias.

– Es hora de que me vaya de casa -dice ella-. Puedo compartir un apartamento con otras mujeres. Asi podras venir a verme cuando quieras.

Es tan distinta de Touie: directa, franca, sin prejuicios. Desde el principio ha tratado como un igual a Arthur. Y ella es su igual, por supuesto, en el amor que les une. Pero el es el responsable de los dos y de ella. Ha de velar para que la franqueza de Jean no llegue a deshonrarla.

En las semanas siguientes, hay veces en que se pregunta incluso si ella no estara esperando que la haga su amante. La avidez de sus besos; la desilusion cuando el la rehuye; la forma en que se aprieta contra el, la sensacion que Arthur tiene a veces de que ella sabe con toda exactitud como se siente. Con todo, rechaza esta idea. Ella no es esa clase de mujer; que carezca de falsa modestia es un indicio de que confia en el por completo, y que confiaria aunque no fuera el hombre de principios que es.

Pero no basta con resolver los escollos practicos de su relacion; el tambien necesita aprobacion moral. Arthur sube en St. Paneras al tren a Leeds en un estado de desazon. Su madre sigue siendo el arbitro definitivo. Lee cada palabra que el escribe antes de que se publique; y ella ha hecho en su vida afectiva lo mismo que Arthur. Solo su madre puede corroborar que es correcta la linea de accion que el se propone.

En Leeds toma el tren a Carnforth y hace transbordo en Clapham para ir a Ingleton. Ella le espera en la estacion, con su carro de mimbre tirado por un pony; lleva una chaqueta roja y el gorro de algodon blanco del que se ha encarinado en los ultimos anos. A Arthur le parece interminable la ambladura de cuatro kilometros en el carro de dos ruedas. La madre cede continuamente ante el pony, que se llama Mooi y tiene sus excentricidades, como negarse a pasar por delante de una maquina de vapor. Esto implica que hay que evitar las obras viadas y aplaudir cada capricho de distraccion equina. Por fin llegan a Masongill Cottage. Arthur desembucha de inmediato. Se lo cuenta todo a su madre; es decir, todo lo que importa. Todo lo necesario para que ella le aconseje sobre ese elevado amor que siente el hijo, un regalo de los dioses. Todo sobre el subito prodigio y la subita imposibilidad de su vida. Todo sobre sus sentimientos, su sentido del honor y su sensacion de culpa. Todo sobre Jean, su caracter dulcemente directo, su inteligencia incisiva, su virtud. Todo. Casi todo.

Da marcha atras, vuelve a empezar; entra en detalles diversos. Realza la ascendencia de Jean, su estirpe escocesa, un linaje a proposito para cautivar a cualquier genealogista aficionado. Desciende de Malise de Leggy en el siglo XIII, y por otra linea del propio Rob Roy. Su situacion actual: vive con sus padres acaudalados en Blackheath. La familia Leckie, respetable y religiosa, que hizo su fortuna comerciando con te. La edad de Jean: veintiuno. Su hermosa voz de mezzosoprano, educada en Dresde y que pronto perfeccionara en Florencia. Su destreza suprema de amazona, que el aun no ha presenciado. Su rapida comprension, su sinceridad, su entereza. Y despues su apariencia personal, que en Arthur provoca un trance. Su cuerpo delgado, sus manos y pies pequenos, su pelo rubio oscuro, sus ojos verde avellana, la cara suavemente alargada, su delicada tez blanca.

– Me pintas una foto, Arthur.

– Ojala tuviera una. Se la pedi, pero dice que no es fotogenica. Es reacia a sonreir a la camara porque tiene verguenza de sus dientes. Me lo dijo sin tapujos. Cree que los tiene muy

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