consistia en acatarlo. Pero otra parte de el queria ser libre al dia siguiente, abrazar a su madre y a su hermana, obtener el reconocimiento publico de la gran injusticia cometida con el: era la parte a la que no podia dar rienda suelta, porque podria acabar causandole el mayor dolor.
Procuro, por tanto, permanecer impasible cuando supo que ya se habian reunido diez mil firmas, encabezadas por la del presidente del Colegio de Abogados, la de sir George Lewis y la de sir George Birchwood, K.C.I.E. [13], la mas alta autoridad medica. Habian firmado centenares de abogados, no solo de la zona de Birmingham; tambien miembros del King's Counsel, parlamentarios -entre ellos los de Staffordshire- y ciudadanos de todas las ideologias. Se recabaron declaraciones juradas de testigos que habian visto a obreros y curiosos pisando el terreno donde ulteriormente el policia Cooper habia descubierto las huellas de botas. Ademas, Yelverton habia obtenido un informe favorable de Edward Sewell, un veterinario consultado por la acusacion y al que luego no llamaron a testificar. La peticion, las declaraciones juradas y los testimonios formaban en su conjunto «el memorandum» que seria enviado al Ministerio del Interior.
En febrero ocurrieron dos cosas. El 13 de este mes, el
No le dijeron el motivo del traslado y el no lo pregunto. Supuso que era una manera de decir: ahora seguiras cumpliendo tu condena. Puesto que siempre habia previsto hacerlo, en cierta medida -aunque no muy grande- podia afrontar la noticia con filosofia. Se dijo que habia cambiado el mundo de las leyes por el de las reglas, y quiza no fuesen muy distintos. La carcel era un entorno mas simple porque las normas no dejaban un margen de interpretacion; pero era probable que el cambio le resultase menos desconcertante a el que a quienes siempre habian pasado su vida fuera de la ley.
Las celdas de Portland no le impresionaron. Estaban hechas con calamina y al verlas le parecieron perreras. Tambien era mala la ventilacion, que se obtenia abriendo un agujero en la parte inferior de la puerta. No habia campanas para los reclusos y si alguno queria hablar con un carcelero depositaba la gorra debajo de la puerta. Para pasar lista se utilizaba este mismo metodo. Al grito de «?Gorras al suelo!», las colocaban en el agujero de ventilacion. Pasaban lista cuatro veces al dia, pero como el recuento de gorras demostraba ser menos fiable que el de personas, a menudo habia que repetir el laborioso proceso.
Le dieron un nuevo numero, el D462. La letra indicaba el ano de la condena. El sistema habia comenzado con el siglo: 1.900 era el ano A; George, por tanto, habia sido condenado en el ano D, 1903. Cosian en la chaqueta del preso, y tambien en la gorra, una chapa con su numero y los anos de prision. En Portland se usaban los nombres con mayor frecuencia que en Lewes, pero persistia la tendencia de conocer a un hombre por su chapa. Asi pues, George era el D462-7.
Tuvo la consabida entrevista con el director. Aunque muy educado, desde sus primeras palabras fue menos alentador que su colega de Lewes.
– Debe saber que es inutil intentar una fuga. Nadie se ha fugado nunca de Portland Bill. Lo unico que se consigue es perder la remision de la pena y descubrir los placeres de la incomunicacion.
– Creo que probablemente soy la ultima persona en toda la carcel que intentaria fugarse.
– Eso ya lo tengo oido -dijo el director-. La verdad es que ya lo he oido todo. -Consulto el expediente de George-. Religion. Aqui dice anglicana.
– Si, mi padre…
– No puede cambiarla.
George no entendio esta observacion.
– No quiero cambiar de religion.
– Bien. De todos modos, no puede. No piense que va a esquivar al capellan. Es perder el tiempo. Cumpla su condena y obedezca a los carceleros.
– Siempre ha sido mi intencion.
– Entonces es mas sensato o mas insensato que la mayoria.
Tras este comentario enigmatico, el director hizo una sena de que se llevaran a George.
Su celda era mas pequena y mas misera que la de Lewes, aunque un celador que habia servido en el ejercito le dijo que era mejor que un cuartel. George no disponia de medios para saber si esto era cierto o si solo pretendia ofrecer un consuelo no verificable. Le tomaron las huellas dactilares, por primera vez en su historial carcelario. Temia el momento en que el medico evaluase su aptitud para el trabajo. Todo el mundo sabia que a los enviados a Portland les entregaban una piqueta y les mandaban a picar piedras en una cantera; por anadidura, les ponian grilletes. Pero su inquietud se revelo infundada: solo un pequeno porcentaje de reclusos trabajaba en las canteras, y nunca mandaban alli a los hombres estrella. Ademas, a causa de su vision defectuosa, George solo fue juzgado apto para trabajos livianos. Como el medico considero ademas que no debia subir y bajar escaleras, le destinaron al pabellon numero I, en la planta baja.
Trabajaba en la celda. Arrancaba fibras de la cascara de coco para rellenar camas, y pelos para rellenar almohadas. Primero habia que alisar las fibras encima de una tabla y luego seleccionar las que eran finas como hebras; solo asi, le dijeron, servirian para hacer las camas mas blandas que existian. No le facilitaron pruebas de este aserto; George nunca vio la fase siguiente del proceso, y su colchon no estaba ciertamente relleno de fibras finas.
Hacia la mitad de la primera semana en Portland, le visito el capellan. Su talante jovial parecia dar a entender que se entrevistaban
en la sacristia de Great Wyrley, en vez de en una perrera con un agujero de ventilacion recortado en la parte inferior de la puerta.
– ?Acomodandote? -pregunto, con tono alegre.
– Parece que el director cree que solo pienso en fugarme.
– Si, si, se lo dice a todo el mundo. Que quede entre nosotros: creo que le gusta que haya alguna que otra fuga. La bandera negra izada, el retumbar del canon, el registro a fondo de los barracones. Y siempre gana la partida; eso tambien le gusta. Nadie se escapa de aqui. Si los soldados no atrapan a un fugado, lo hacen los ciudadanos. Dan una recompensa de cinco libras por entregar a un fugitivo, con lo que no hay incentivo para hacer la vista gorda. Despues le meten en una celda de castigo y le privan de la remision. No vale la pena.
– Y la otra cosa que me ha dicho el director es que no puedo cambiar de religion.
– En efecto.
– Pero ?por que querria cambiar?
– Ah, eres un preso estrella, claro. Todavia no conoces los entresijos. Veras, en Portland solo hay protestantes y catolicos. La proporcion es de seis a uno. Pero no hay ningun judio. Si fueras judio te enviarian a Parkhurst.
– Pero no soy judio -dijo George, tozudo.
– No. No lo eres. Pero si fueras un veterano, un ordinario, y decidieras que Parkhurst es un alojamiento mas llevadero que Portland, podrian liberarte de Portland este ano como un ardiente anglicano y, para la proxima vez que la policia te enganchara, haberte hecho judio. Entonces te mandarian a Parkhurst. Pero han decretado que no se puede cambiar de religion en medio de una condena. De lo contrario los presos, solo por hacer algo, se cambiarian cada seis meses.
– El rabino de Parkhurst debe de llevarse algunas sorpresas.
El capellan se rio.
– Es curioso como una vida delictiva puede convertir a un hombre en judio.