escapa.

– La interrupcion, Woodie, la interrupcion. Los siete anos. «?Por que el intervalo, me preguntaba, por que el intervalo?» Y usted respondio: «Porque el estaba fuera». Y yo dije: «?Adonde se ha ido?». Y usted contesto: «Quiza se embarcara». Y esta es la primera carta anonima al cabo de un intervalo de siete anos. Lo comprobare, pero le apuesto el sueldo a que no hay una sola referencia en todas las cartas al acoso anterior.

– Bueno -dijo Wood, concediendose una pizca de satisfaccion-, parecia una explicacion posible.

– Y el remache, por si aun le caben dudas -aunque el secretario, tras haber sido felicitado por su brillantez, no se sentia inclinado a dudar-, es de donde llego la ultima broma.

– Me temo que tendra que recordarmelo, sir Arthur.

– Diciembre de 1895, ?se acuerda? Un anuncio en un periodico de Blackpool ofreciendo a la venta en una subasta el contenido completo de la vicaria.

– ?Si?

– Venga, hombre, venga. Blackpool, ?que es Blackpool? El centro de recreo de Liverpool. Alli tomo el barco, en Liverpool. Esta mas claro que el agua.

Alfred Wood tuvo trabajo esa tarde. Habia una carta al director de la escuela de Walsall preguntando acerca del estudio de Milton; otra a Harry Charlesworth encargandole que averiguara cuantos lugarenos se habian embarcado entre los anos 1896 y 1903, y tambien que siguiera el rastro de un hombre llamado Speck; y otra al doctor Lindsay Johnson solicitando una comparacion urgente entre las cartas adjuntas al expediente y las ya facilitadas con la letra de George Edalji. Entretanto Arthur escribio a su madre y a Jean para informarlas de sus progresos en el caso.

En el correo de la manana siguiente llego una carta en un sobre familiar. El matasellos era de Cannock:

Honorable senor:

Unas lineas para decirle que somos soplones de los detectives y sabemos que Edalji mato al caballo y escribio aquellas cartas. De nada sirve culpar a otros. Es Edalji y lo demostraremos porque no es de los nuestros ni…

Arthur dio la vuelta a la pagina, siguio leyendo y emitio un rugido:

… en Walsall no ensenaban nada cuando aquel punetero cerdo de Aldis era el jefe del instituto. Le pusieron de patitas en la punetera calle cuando mandaron cartas sobre el a los directores. Ja, ja.

Cursaron una peticion adicional al director de la escuela de Walsall, preguntando acerca de las circunstancias en que su antecesor dejo el puesto; despues, esta ultima prueba fue enviada al doctor Lindsay Johnson.

Undershaw estaba tranquilo. Los ninos estaban fuera: Kingsley interno en Eton y Mary en Prior's Field, en Godalming. El clima era lugubre; Arthur tomaba sus comidas solo junto a una chimenea encendida; por la noche jugaba al billar con Woodie. Veia su quincuagesimo cumpleanos en el horizonte, si dos meros anos de distancia podian considerarse un horizonte. Todavia jugaba al criquet, y de cuando en cuando los capitanes rivales tenian la amabilidad de comentar sus preciosos drives que desbordaban la linea. Pero mas a menudo se quedaba en la linea, veia llegar a un lanzador irrespetuoso que movia los brazos como aspas, sentia un impacto sordo en las rodilleras, miraba al arbitro al fondo del campo y oia, desde una distancia de veintidos metros, el pesaroso veredicto: «Lo siento mucho, sir Arthur». Una decision contra la que no se podia recurrir.

Era hora de admitir que su epoca gloriosa habia pasado. Siete a 6T contra Cambridgeshire una temporada, y el wicket de W. G. Grace en la siguiente. Cierto que el gran hombre ya habia marcado una centena cuando Arthur salio en el quinto cambio de lanzador y lo despacho con una off-theory [20] , una artimana que usaban las maletas. Pero aun asi: W. G. Grace catcher, W. Storer bowler, A. I. Conan Doyle no. Para celebrarlo habia escrito un falso poema epico en diecinueve estrofas; pero ni sus versos ni la gesta que cantaban basto para salir en el Wisden. ?Capitan del equipo de Inglaterra, como Partridge habia vaticinado un dia? Mas indicado para el fue capitanear, el verano anterior en el Lord's, al equipo de autores contra el de actores. Aquel dia de junio, habia empezado a batear con Wodehouse, que fue eliminado comicamente sin marcar un tanto. Arthur, por su parte, se anoto dos, y Hornung ni siquiera entro en la primera tanda. Horace Bleakley habia marcado cincuenta y cuatro puntos. Quiza cuanto mejor era como escritor, peor como jugador de criquet.

Y lo mismo ocurria con el golf, donde la sima entre sueno y realidad se ensanchaba cada ano. Pero el billar…, el billar era un juego donde el declive no era sistematicamente el orden del dia. Los jugadores seguian jugando sin dar muestras visibles de decadencia hasta los cincuenta, los sesenta e incluso los setenta. La fuerza no era primordial; contaban mas la experiencia y la tactica. Carambola directa, carambolas a dos, a tres bandas, masse, pique: que juego. ?Habia algun motivo para que, con un poco mas de practica y quiza el consejo de un profesional, no pudiese jugar el campeonato ingles de aficionados? Por supuesto, tendria que mejorar algunas tacadas. Se las recordaba a si mismo una y otra vez.

Frisando los cincuenta: la segunda mitad de su vida a punto de empezar, aunque con retraso. Habia perdido a Touie y encontrado a Jean. Habia abandonado el materialismo cientifico y habia abierto una rendija de la gran puerta que daba al mas alla. A los ingeniosos les gustaba repetir que los ingleses, como carecian de todo instinto espiritual, habian inventado el criquet para otorgarse un sentido de la eternidad. Los observadores cegatos se imaginaban que el billar era la misma carambola ejecutada una y otra vez. Majaderias, las dos ideas. Los ingleses no eran efusivos, cierto -no eran italianos-, pero tenian tanto caracter espiritual como la tribu de al lado. Y no habia dos carambolas iguales, asi como tampoco habia dos almas iguales.

Visito la tumba de Touie en Grayshott. Deposito flores, lloro y cuando se dio media vuelta para irse, se pregunto, sorprendido, cuando volveria la proxima vez. ?La semana siguiente o dentro de dos semanas? ?Y despues de eso? ?Y despues? En algun momento ya no habria mas flores y sus visitas se irian espaciando. Emprenderia una nueva vida con Jean, quiza en Crowborough, cerca de sus padres. Seria… inconveniente visitar a Touie. Se diria a si mismo que bastaria con pensar en ella. Jean, Dios mediante, podria darle hijos. ?Quien visitaria a Touie entonces? Movio la cabeza para ahuyentar este pensamiento. No tenia sentido prever la culpa futura. Tenias que actuar de acuerdo con tus principios, y afrontar lo que viniese con todas sus consecuencias.

No obstante, una vez en Undershaw -de nuevo en la casa vacia de Touie- se sintio atraido hacia el dormitorio de la difunta. No habia dado instrucciones de que lo reorganizaran o lo volviesen a decorar: ?como iba a hacerlo? Alli estaba, pues, la cama en que ella habia muerto a las tres de la manana, con el olor de violetas en el aire y la mano fragil descansando en la manaza torpe del marido. Mary y Kingsley, en sus asientos, guardaban una compostura exhausta y asustada. Touie se incorporo, casi en su aliento postrero, y le dijo a Mary que cuidase de Kingsley… Suspirando, Arthur cruzo el dormitorio hasta la ventana. Diez anos atras habia elegido aquella habitacion para ella porque tenia la mejor vista del jardin y del estrecho valle privado donde los bosques convergian. Su dormitorio, su cuarto de enferma, su lecho de muerte: el siempre procuro que fuese lo mas agradable e indoloro posible.

Era lo que se habia dicho, a si mismo y a otros, con tanta frecuencia que habia terminado por creerlo. ?Siempre se habia enganado a si mismo? Porque la alcoba era la misma donde, unas semanas antes de su muerte, Touie le habia dicho a su hija que su padre volveria a casarse. Cuando Mary refirio esta conversacion, el habia intentado tomarla a la ligera…, una decision estupida, comprendia ahora. Deberia haber aprovechado la oportunidad de ensalzar a Touie y tambien de preparar el terreno; en cambio, el panico lo habia empujado a la jocosidad y pregunto algo como: «?Y ya habia pensado en alguna candidata?». A lo cual Mary habia exclamado: «?Padre!». Y habia pronunciado la palabra con un tono de censura inconfundible.

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