Siguio mirando por la ventana del dormitorio, mas alla de la pista de tenis descuidada, al valle que una vez, en un momento de fantasia, le habia parecido reminiscente de un cuento popular aleman. Ahora solo parecia el paisaje de Surrey que era en realidad. Apenas podia reanudar la conversacion con Mary. Pero una cosa era cierta: si Touie lo sabia, entonces el estaba destruido. Si Touie y Mary sabian, entonces estaba doblemente acabado. Si Touie sabia, Hornung tenia razon. Si Touie sabia, la madre de Arthur se equivocaba. Si Touie sabia, el habia sido el hipocrita mas burdo del mundo con Connie y habia manipulado de una forma vergonzosa a la anciana senora Hawkins. Si Touie sabia, era una farsa todo el concepto que tenia Arthur de una conducta honorable. En el paramo encima de Masongill, le habia dicho a su madre que el honor y el deshonor estaban tan cerca el uno del otro que era dificil separarlos, y ella habia respondido que por eso era el honor tan importante. ?Y si habia estado chapoteando en el deshonor todo aquel tiempo, enganandose a si mismo pero a nadie mas? ?Y si el mundo le tomaba por un adultero normal y, aunque no lo fuese, era como si lo hubiese sido? ?Y si Hornung estaba en lo cierto y no habia diferencia entre la culpabilidad y la inocencia?
Asento en la cama todo el peso del cuerpo y penso en aquellos viajes ilicitos a Yorkshire: no podian alegar inocencia, puesto que el y Jean llegaban y partian en trenes distintos. Ingleton estaba a cuatrocientos kilometros de Hindhead; alli estaban a salvo. Pero el habia confundido la seguridad con el honor. En el curso de los anos habia llegado a ser una evidencia para todo el mundo. ?No eran los pueblos ingleses un torbellino de chismorreos? Por mucha carabina que acompanase a Jean, por muy claro que estuviese que Jean y el nunca se alojaban bajo el mismo techo, alli estaba el famoso Arthur Conan Doyle, casado en la iglesia de la parroquia, paseando por los paramos con otra mujer al lado.
Y ademas estaba Waller. En todo aquel tiempo, en su risuena suficiencia, Arthur nunca se habia preguntado que pensaria Waller. Bastaba con que la madre hubiera aprobado su linea de conducta. No importaba lo que pensase Waller. Y como Waller era un hombre tranquilo y tratable, nunca habia sido grosero. Se habia comportado como si creyese de pe a pa cualquier historia que le contaran. Que los Leckie eran viejos amigos de los Doyle; que la madre de Arthur tenia mucho carino a la hija de los Leckie. Waller nunca habia dicho ni mas ni menos de lo que dictaban la cortesia y la prudencia ordinarias. Cuando jugaban al golf, no intentaba entorpecer el
No, debia parar. Ya conocia muy bien aquella espiral, conocia la pendiente de sus tentaciones y sabia con exactitud donde llevaba: al letargo, la desesperacion y el autodesprecio. No; debia aferrarse a los hechos conocidos. La madre habia aprobado sus actos. Todo el mundo los habia aprobado, menos Hornung. Waller no habia dicho nada. Touie se habia limitado a prevenir a Mary de que no se escandalizara si su padre volvia a casarse: las palabras de una madre y esposa amante y considerada. Touie no habia dicho nada mas y, por consiguiente, no sabia nada mas.
Mary no sabia nada. Que el se torturase no beneficiaba ni a los vivos ni a los muertos. Y la vida debia proseguir. Touie sabia aquello y no le habia dolido. La vida tenia que seguir.
El doctor Butter accedio a verle en Londres; pero otros corresponsales no alentaron esperanzas. George nunca habia tenido asuntos de ningun genero en Walsall. Mitchell, el director de la escuela de Walsall, le informo de que no habia ningun Speck entre los alumnos de los ultimos veinte anos: ademas, que su antecesor, el senor Aldis, habia prestado servicios meritorios durante dieciseis anos y que era una patrana toda insinuacion de que le hubieran denunciado o despedido. El ministro del Interior, Herbert Gladstone, presentaba sus respetos a sir Arthur y, al cabo de varios parrafos de estupideces y pamplinas, lamentaba tener que oponerse a cualquier revision del ya muy revisado caso Edalji. La ultima carta de la serie estaba escrita con el papel de escribir de la policia del condado de Staffordshire.
«Querido senor -empezaba-: tomare nota con mucho interes de lo que Sherlock Holmes tenga que decir sobre un caso de la vida real…» Pero la jocosidad no era un heraldo de colaboracion: el capitan Anson declinaba prestar la menor ayuda a sir Arthur. No existia precedente de la entrega de expedientes policiales a un particular, por distinguido que fuese; tampoco de permitir que ese particular entrevistara a oficiales de la fuerza al mando del capitan. En realidad, puesto que la intencion evidente de sir Arthur era desacreditar a la policia de Staffordshire, su jefe juzgaba que la colaboracion con el enemigo no era tactica ni estrategicamente aconsejable.
Arthur prefirio la franqueza beligerante del ex oficial artillero a los miramientos untuosos del politico. Quiza fuera posible ganarse al capitan Anson; no obstante, el hecho de que emplease una metafora militar indujo a Arthur a preguntarse si en vez de responder educadamente a sus adversarios tiro por tiro -su experto contra los de la policia- no deberia lanzar una descarga de artilleria y hacer saltar su posicion por los aires. Si, ?por que no? Si ellos tenian un grafologo, el presentaria varios: no solo el doctor Lindsay Johnson, sino quiza tambien Gobert y Douglas Blackburn. Y por si alguien dudaba de Kenneth Scott, de Manchester Square, enviaria a George a la consulta de otros especialistas. Yelverton habia optado por una guerra de desgaste que habia cosechado resultados satisfactorios hasta el punto muerto al que habian llegado; Arthur recurriria a la maxima fuerza y a un avance en todos los frentes.
Se entrevisto con el doctor Butter en el Grand Hotel de Charing Cross. Esta vez no iba con retraso, cuando doblo en Northumberland Avenue; tampoco se entretuvo subrepticiamente en observar al medico de la policia. De todos modos, de su testimonio en el estrado habria podido deducir de antemano el caracter del hombre. Era comedido, cauteloso y nada dado a especulaciones alocadas o frivolas. En el juicio no habia afirmado mas de lo que le autorizaban sus observaciones: habia favorecido a la defensa en la cuestion de las manchas de sangre, y la habia perjudicado con su dictamen sobre los pelos. Habia sido la declaracion de Butter, aun mas que la del charlatan Gurrin, la que habia condenado a George a Lewes y Portland.
– Es muy amable por su parte dedicarme este tiempo, senor Butter.
Estaban en la misma habitacion de escribir donde solo un par de semanas antes Arthur habia obtenido sus primeras impresiones de George Edalji.
El medico sonrio. Era un hombre apuesto, de pelo canoso, unos diez anos mayor que Arthur.
– Es un placer hacerlo. Me alegro de tener la oportunidad de dar las gracias al hombre que escribio -y aqui parecio que hacia una pausa microscopica, a no ser que solo transcurriese en el cerebro de Arthur-
Arthur sonrio a su vez. Siempre habia considerado no solo agradable sino instructiva la compania de medicos de la policia.
– Doctor Butter, quisiera saber si accederia a hablar con franqueza. Es decir, tengo un gran respeto por su testimonio, pero tambien diversas preguntas y, en realidad, algunas conjeturas que exponerle. Todo lo que usted me diga sera estrictamente confidencial, y no repetire una sola palabra sin que usted me de ocasion de refrendarlo, corregirlo o retirarlo todo. ?Le parece aceptable?
El doctor Butter lo acepto y Arthur repaso, para empezar, las partes de su testimonio que eran menos controvertidas, o al menos irrefutables por parte de la defensa. Las navajas, las botas, las manchas de diversos tipos.
– ?Le sorprendio, doctor Butter, que hubiese tan poca sangre en la ropa, habida cuenta del delito de que acusaban a George Edalji?