– En efecto. Pero el problema surge cuando las sangres se mezclan. Se crea una division irreconciliable. ?Por que las sociedades de todas partes aborrecen a los mestizos? Porque tienen el alma escindida entre el impulso de la civilizacion y la atraccion de la barbarie.
– ?Y considera responsable de barbarie a la sangre escocesa o parsi?
– Que gracioso es usted, Doyle. Cree en la sangre. Cree en la raza. Me ha dicho en la cena que su madre se preciaba de haber seguido durante un periodo de cinco siglos la linea de sus antepasados. Disculpe si me equivoco al citarle, pero recuerdo que muchos de los grandes de la tierra se han posado en su arbol genealogico.
– La cita es correcta. ?Esta diciendo que George Edalji abria la panza a caballos porque era lo que sus ancestros habian hecho hace cinco siglos en Persia o dondequiera que estuvieran entonces?
– Ignoro si realizaban practicas barbaras o rituales. Quiza si. Puede que el propio Edalji no supiera lo que le impelia a actuar asi. Un impulso de siglos atras, sacado a la superficie por aquel mestizaje repentino y deplorable.
– ?Cree de verdad que es eso lo que ocurrio?
– Algo asi, si.
– ?Y Horace, entonces?
– ?Horace?
– Horace Edalji. Nacido de la misma mezcla de sangre. Actualmente un respetable empleado del gobierno de Su Majestad. En la inspeccion de impuestos. ?No estara sugiriendo que Horace formaba parte de la banda?
– No.
– ?Por que no? Tiene buenas credenciales.
– Que gracioso es usted, insisto. Para empezar, Horace Edalji vive en Manchester. Ademas, lo unico que estoy sugiriendo es que la mezcla de razas produce una tendencia, una propension, bajo determinadas circunstancias extremas, a volver a la barbarie. Naturalmente, muchos mestizos viven una vida del todo respetable.
– A no ser que algo les desate…
– Como la luna llena puede desencadenar locura en algunos gitanos e irlandeses.
– Nunca ha ejercido ese efecto en mi.
– En irlandeses de extraccion baja, Doyle. No hablaba de usted.
– ?Cual es entonces la diferencia entre George y Horace? ?Por que, en su opinion, uno ha retornado a la barbarie y el otro no… o todavia no?
– ?Tiene usted un hermano, Doyle?
– Si. Mas pequeno. Innes. Es funcionario.
– ?Por que no ha escrito novelas de detectives?
– No soy yo el teorico esta noche.
– Porque las circunstancias varian, incluso entre hermanos.
– Repito, ?por que no Horace?
– Tiene la evidencia delante de las narices, Doyle. La propia familia la proporciono en el juicio. Me extrana que usted la pasara por alto.
«Era una lastima -penso Doyle-, que no hubiera reservado una habitacion en el hotel White Lion de la acera de enfrente. Quiza tuviera la necesidad de emprenderla a patadas contra algunos muebles antes de que finalizara la velada.»
– Casos como este, que al profano le parecen desconcertantes y repulsivos, a menudo giran, segun mi experiencia, sobre cuestiones de las que no se habla durante el juicio, por razones obvias. Cuestiones que por lo general quedan reservadas para el salon fumador. Pero usted es un hombre de mundo, como ha indicado con sus anecdotas sobre Oscar Wilde. Tambien, que yo recuerde, posee un titulo de medicina. Y creo que ha viajado con nuestro ejercito a la guerra de Sudafrica.
– Todo eso es cierto.
?Adonde queria ir a parar el capitan?
– Su amigo Edalji tiene treinta anos. Es soltero.
– Como muchos hombres de su edad.
– Y es probable que se quede soltero.
– Sobre todo por su condena de carcel.
– No, Doyle, no es ese el problema. Siempre hay mujeres de baja estofa a las que atrae el tufillo de Portland. El obstaculo es otro. El obstaculo es que su amigo es un mestizo de ojos saltones. No hay muchas candidatas para eso, no en Staffordshire.
– ?Y bien?
Pero Anson no parecia tener mucho afan en aclararlo.
– El acusado, como consto en acta, no tenia amigos.
– Crei que era miembro de la famosa banda de Wyrley.
Anson no presto atencion a esta replica.
– Ni companeros ni, en realidad, amigas del otro sexo. Nunca se le ha visto con una chica del brazo. Ni siquiera con una doncella.
– No sabia que le hubiera seguido tan de cerca.
– Tampoco practica actividades deportivas. ?Se habia fijado? Los grandes juegos ingleses para hombres, el criquet, el futbol, el golf, el tenis, el boxeo, le son totalmente ajenos. El tiro al arco… -anadio el jefe de policia; y luego, como si lo hubiera olvidado-: La gimnasia.
– ?Espera que un hombre con ocho dioptrias se suba a un ring de boxeo y, si no lo hace, le manda usted a la carcel?
– Ah, su vista defectuosa, la respuesta a todo. -Anson notaba como crecia la crispacion de Doyle, y se propuso espolearla aun mas-. Si, un pobre chico solitario, un raton de biblioteca con los ojos saltones.
– ?Y bien?
– Creo que fue usted oftalmologo, ?no?
– Tuve una consulta durante una temporada en Devonshire Place.
– ?Y examino muchos casos de exoftalmia?
– No muchos. A decir verdad, no tuve muchos pacientes. Tan pocos, en realidad, que pude consagrar mi tiempo a la composicion literaria. Asi que esa carencia, contra todo pronostico, habria de resultar beneficiosa.
Anson advirtio el despliegue ritual de fatuidad, pero siguio adelante.
– ?Y con que estado asocia usted la exoftalmia?
– A veces se produce como consecuencia de la tos ferina.
Y, por supuesto, como un efecto secundario de la estrangulacion.
– La exoftalmia suele asociarse normalmente con un grado enfermizo de deseo sexual.
– ?Patranas!
– Sin duda, sir Arthur, sus pacientes de Devonshire Place eran en conjunto gente fina.
– Es absurdo.
?Habian descendido al nivel de las tradiciones populares o los cuentos de viejas? ?Era posible que dijera aquello un jefe de policia?
– No es, claro esta, una observacion que surgiria durante una declaracion. Pero suele aparecer en los informes de quienes tratan con un tipo determinado de criminales.
– Sigue siendo una patrana.