Habia querido tener una nina, y ya la tenia. Creia, cosa rara, que un hijo varon se habria disputado con el tiempo el afecto de Barbara, y por eso solo queria ninas. En aquella epoca no solia ver casi nunca a los dos ninos que habia tenido con Linda. Era como si el padre de estos hubiera sido otro hombre, y no Richard. No se sentia ligado con aquellos ninos como con Merrick.
Cuando llegaron a casa con Merrick, toda la familia de Barbara fue a verlo. Todos estaban emocionados por Barbara, sabiendo que habia perdido tres ninos seguidos. La Nana Carmella de Barbara fue a la iglesia a poner velas para dar gracias a Dios, pues estaba seguro de que habia intervenido para enviar a su hija la bendicion de una nina hermosa y sana. Se sirvieron bebidas. Se hicieron brindis efusivos. Richard repartio puros, orgulloso, en el papel de padre sonriente. Que bella era la vida.
Pero pronto descubrieron que Merrick no estaba tan sana como parecia. Tenia una obstruccion urinaria que le producia problemas renales, fiebre alta, convulsiones. Sufria constantemente, y tenia que ir con frecuencia al medico para someterse a muchas intervenciones y operaciones.
Mientras tanto, Barbara se habia quedado embarazada otra vez. Su quinto embarazo fue relativamente sencillo, aunque sus ultimos meses tuvo que pasarlos otra vez en la cama. Fue una epoca dificil para ella. No era persona de trato facil; a veces era exigente y cortante. Tenia que hacer visitas frecuentes al medico. Las facturas se acumulaban. Richard tenia la sensacion de que iba nadando contracorriente y no avanzaba por mucho que lo intentara. Se buscaba la vida, corria riesgos, pero le seguia costando trabajo salir adelante. Se sentia atrapado. Barbara tuvo una segunda hija a la que llamaron Christine.
Merrick se convirtio en una nina atractiva de grandes ojazos redondos que tenia que estar ingresada en el hospital con frecuencia. Richard le dedicaba toda su atencion. Se quedaba junto a su hija mayor, le acariciaba el pelo, corria a llevarle cualquier cosa que le hiciera falta. Hasta dormia con ella, como hacia Barbara, en su habitacion del hospital, en el suelo, sin mas que una almohada y una manta delgada. Fue una agradable sorpresa para Barbara ver que Richard era un padre bueno y carinoso. Se dio cuenta por primera vez de que Richard podia ser un hombre verdaderamente bueno, y se alegro de tenerlo a su lado en aquella situacion dificil.
Las facturas de los medicos y del hospital se acumulaban. La pareja no tardo en estar hundida en las deudas. Aunque la madre y la abuela de Barbara hacian lo que podian, Richard tenia que pasarse cada vez mas horas trabajando en el laboratorio. A veces hacia su turno de trabajo y se quedaba despues toda la noche sacando copias piratas de peliculas y dibujos animados populares. Pero por mucho que trabajaba, por muchas horas extra que hiciera, por muchas peliculas pirateadas que copiase y vendiese, nunca habia dinero suficiente. Barbara se quedo embarazada otra vez. La familia se traslado a un piso mayor en Cliffside Park. Las deudas se acumulaban. Asi lo recuerda Richard: Me parecia que me estaba hundiendo en un hoyo, y que cuanto mas trabajaba, cuanto mas me esforzaba, me hundia mas y mas. ?Esa vida honrada no me daba resultado!
Richard llamo a John Hamil, de Jersey City.
– ?Teneis algo bueno? -le pregunto.
– La verdad es que si, Rich.
El botin de aquel trabajo era un camion de relojes de pulsera Casio, que eran populares y faciles de convertir en dinero. Habia un tipo de Teaneck que estaba dispuesto a comprar todo el cargamento. Richard, John y Sean fueron a verlo. Tenia un almacen muy cerca de la Ruta 4. Era un tipo grande y corpulento que hablaba por un lado de la boca, como si tuviera la mandibula paralizada. Confirmo que se llevaria todo el cargamento; se acordo un precio.
– Todo el mundo quiere esos putos relojes. Me llevaria cinco camiones si pudierais ponerles las manos encima -les aseguro.
Una vez acordado aquello, Richard y sus socios se dispusieron a robar el cargamento de relojes Casio. Les habian dado el soplo de donde y cuando estaria el cargamento. Siguieron al camion e hicieron detenerse al conductor ensenandole placas de Policia falsas. Richard se subio a la cabina y se pusieron en camino, dejando al conductor atado al borde de al carretera. Richard llevaba guantes, como siempre. Siempre que hacia algo ilegal, fuera lo que fuera, llevaba guantes. Consiguieron llegar al almacen de Teaneck. El hombre que habia accedido a comprarles la carga se deshacia en sonrisas. Pero se empeno en que su equipo de tres hombres descargara el camion para asegurarse de que estaba toda la carga… cien mil relojes de pulsera.
– Escucha, amigo, estan todos -le dijo Richard-. Ni siquiera hemos abierto el trailer.
– Tengo que comprobar -respondio el.
– De acuerdo. Sin problema, amigo -dijo Richard, deseando acabar con aquello, recibir el dinero y volverse a su casa con su familia. Naturalmente, iba armado. Llevaba dos pistolas bajo la chaqueta, metidas en los pantalones.
Los otros tres tipos descargaron los pales del trailer con carretillas elevadoras. Richard, Sean y John, impacientes, los veian trabajar.
Cuando la carga estuvo en el suelo del almacen, abrieron las cajas y contaron los estuches de relojes. Eran exactamente cien mil. Toda aquella operacion habia durado dos horas.
Richard se estaba impacientando.
– Ya lo ves, amigo: te lo dije -espeto, sabiendo que el riesgo que corria se acumulaba cuanto mas tiempo pasara alli. Richard se estaba poniendo tenso, y cuando Richard se ponia tenso, era frecuente que muriera gente de manera repentina.
– Pasad a la oficina -dijo el comprador. Richard tenia una mala impresion, de que se avecinaba algo desagradable.
– ?Quereis una copa? -le ofrecio el comprador, hablando por un lado de la boca.
– No, gracias; solo el dinero -dijo Richard.
– ?Sabes? De eso queria hablarte -insinuo el comprador, que tenia mas cara de comadreja a cada momento que pasaba.
– ?De que? -pregunto Richard, sabiendo de antemano la respuesta.
– Del dinero.
– ?Que hay que decir de eso, amigo? Hemos acordado un precio. Ya tienes los relojes. Ya es hora de que nos des el dinero. Asi de sencillo.
– No es tan sencillo. He pensado que me gustaria… renegociar.
– ?Como dices? -solto Richard, frunciendo el ancho ceno, con ojos que se volvian frios, helados, distantes.
– Cincuenta de los grandes en vez de setenta y cinco. Eso me vendria mejor -dijo la comadreja.
– Y una leche -contesto Richard. Acordamos setenta y cinco. ?Y ahora que has hecho que los tuyos descarguen los relojes, quieres renegociar? Que gracia. Eres muy gracioso, amigo, ?lo sabias?
Richard echo una mirada a Sean y a John, diciendoles con los ojos que estuvieran listos porque ahi iba a haber problemas. Tiros.
– Ya conoces a Tommy Locanada, de Hoboken. Es mi goombah [2]. Vamos a llamarlo, y el te dira que cincuenta es un buen precio.
Eso termino de enfadar a Richard.
– Puedes llamar a Jesucristo mismo si te da la gana, joder. No vamos a aceptar cincuenta. Acordamos setenta y cinco y asi sera.
– No sera -dijo el comprador; y entonces a Richard se le termino la paciencia, saco la pistola y le pego un tiro al comprador en la cabeza. Estaba muerto antes de llegar al suelo,