de Shang algo mas? Por ejemplo, cuando Mao le escribia un poema a alguien, solia anadir una frase breve como dedicatoria, y un sello oficial rojo como muestra de su autenticidad. ?Vio su companero algo asi en el pergamino?

– No, apenas alcanzo a verlo. Ya sabe, Shang lo tenia en su dormitorio. Pero este actor estaba seguro de que no era una fotocopia, ya que no habia fotocopiadoras en aquella epoca.

– Si es posible, me gustaria conocer a ese companero de Shang. Podria ser crucial para establecer la identidad de la persona a la que Mao escribio el poema. No tenemos que incluir detalles explicitos en nuestro libro, por supuesto.

– No estoy seguro de que este aun en la ciudad. Hace ya varios anos de nuestro encuentro, pero lo intentare.

– Seria estupendo. Brindemos por nuestra colaboracion…

La puerta se abrio inesperadamente, sin que ninguno de los dos llegara a oir el ruido de la llave que giraba en la cerradura.

La esposa de Long, una mujer baja, de pelo gris y con gafas de montura negra, entro en la habitacion y fruncio el ceno al ver las sobras en la mesa.

– ?Ah! Este es el inspector jefe Chen, del Departamento de Policia de Shanghai, tambien miembro destacado de la Asociacion de Escritores de Shanghai. -El repentino tartamudeo de Long llevo a Chen a pensar que se trataba de un marido dominado por su esposa-. Ha traido un cesto de bambu lleno de cangrejos. Te he guardado unos cuantos.

Era impensable continuar hablando sobre Mao en presencia de la mujer.

– ?No deberias haber bebido tanto! -se quejo la esposa de Long, senalando la botella vacia de vino amarillo de Shaoxing que reposaba sobre la mesa como un signo de admiracion invertido-. Tienes la tension alta.

– El inspector jefe Chen y yo vamos a colaborar en una nueva traduccion de la poesia de Mao; se publicara aqui y en el extranjero. Asi no tendre que seguir preocupandome por si me consideran o no un «escritor profesional».

?No me digas! exclamo ella con incredulidad.

– Esto hay que celebrarlo. Y ahora ya, podemos seguir comiendo cangrejos.

– Lo siento, senora Long. No sabia que su marido tuviera la tension alta, pero sepa que me esta ayudando muchisimo en mi proyecto literario -dijo Chen, levantandose-. Ahora tengo que irme. La proxima vez le prometo que solo comeremos cangrejos. No probaremos ni una gota de alcohol.

– Usted no tiene la culpa, inspector jefe Chen. Me alegra que no se haya olvidado de el. -La mujer se volvio hacia su marido y le dijo en voz baja-: Ve a mirarte en el espejo. Tienes la cara tan roja como El libro rojo de Mao.

– Fijese en la mesa -dijo Long con voz un poco pastosa, mientras acompanaba a Chen hasta la puerta-. Parece un campo de batalla abandonado por las tropas nacionalistas en 1949. ?Recuerda el poema sobre la liberacion de Nankin?

Mas tarde, Chen penso que, ciertamente, la mesa llena de sobras guardaba cierto parecido con un campo de batalla abandonado -patas rotas, caparazones aplastados, ovarios rojos y dorados desparramados aqui y alla-, pero no consiguio recordar la imagen de aquel poema de Mao.

11

El subinspector Yu decidio interrogar a Peng, el segundo amante de Qian.

Yu no conocia demasiado bien al presidente del comite vecinal del barrio en que vivia Peng, por lo que tuvo que ponerse en contacto con el por su cuenta, sin contarselo a nadie ni revelar que era policia. Era preciso hablar con Peng, despues de que el Viejo Cazador presenciara inesperadamente un encuentro sospechoso entre Jiao y el antiguo amante de Qian. Tuvo lugar en una tienda de comestibles, donde Jiao le entrego cierta cantidad de dinero a Peng.

?Que tipo de relacion los unia?

Peng fue encarcelado medio ano despues de iniciar una relacion sentimental con Qian. Cuando salio de la carcel apenas podia cuidar de si mismo, y menos aun de Jiao. No tuvieron ningun contacto durante anos. Jiao no era su hija, ni siquiera su hijastra.

El Viejo Cazador tenia mas experiencia que su hijo en labores de seguimiento, por lo que quiso centrarse en Jiao. Yu se encargaria de Peng.

A primera hora de la manana, Yu llego al mercado donde Peng trabajaba como mozo, pero no lo encontro. Al parecer, lo habian despedido.

– Es un inutil, solo sabe comer arroz blando -dijo un antiguo colega de Peng, mientras partia una cabeza de cerdo congelada sobre un tajo y escupia en el suelo cubierto de hojas de col podridas-. Lo mas seguro es que lo encuentre comiendo arroz blanco en su casa.

Era un comentario muy duro, particularmente lo de «comer arroz blando», expresion que solia emplearse para describir a un parasito mantenido por una mujer. Con todo, la descripcion no se ajustaba a la relacion que Peng mantuvo con Qian. Habia sucedido mucho tiempo atras, en una epoca en la que Qian tenia poco dinero. Como reza un refran que solia citar el Viejo Cazador, es facil tirar piedras a alguien que se ha caido al fondo de un pozo. Yu le dio las gracias al hombre, que le facilito la direccion de Peng.

Siguiendo las indicaciones que le habia dado, el subinspector cambio dos veces de autobus antes de llegar a un sucio callejon situado en las inmediaciones de la calle Santou.

El subinspector vio a un hombre corpulento agazapado a la entrada del callejon como si fuera un leon de piedra, con el rostro semioculto en un gran cuenco de fideos. En la mano sostenia un diente de ajo. El hombreton, vestido con una camiseta destenida que le iba demasiado pequena, parecia una bolsa a punto de reventar. Yu no pudo evitar mirar de nuevo al hombre, el cual le devolvio la mirada sin dejar de engullir ruidosamente.

– ?Es usted el senor Peng? -pregunto Yu, tras reconocerlo por la fotografia del expediente. A continuacion le ofrecio un cigarrillo.

– Soy Peng, pero hace veinte anos que nadie me llama «senor». Es una palabra que me pone los pelos de punta -explico Peng cogiendo el cigarrillo-. Caramba con China. Un pitillo cuesta mas que un cuenco de fideos. ?En que puedo ayudarlo?

– Bueno… -empezo a decir Yu. Pensaba interpretar un papel, como solia hacer su jefe, quien a veces se presentaba como escritor o como periodista cuando investigaba un caso-. Soy periodista. Me gustaria hablar con usted. Vayamos a algun sitio tranquilo. ?Un restaurante cercano, quiza?

– El restaurante que esta enfrente ya va bien -respondio Peng, sosteniendo el cuenco de fideos en una mano-. Tendria que haber venido cinco minutos antes.

Era un restaurante familiar, sencillo y destartalado. A aquella hora, entre el desayuno y la comida, no habia ningun cliente.

El viejo propietario del local miro con curiosidad a los dos hombres, que ofrecian un marcado contraste: Peng era un vagabundo andrajoso, mientras que Yu llevaba un blazer de tela ligera que Peiqin habia elegido, e incluso planchado, para la ocasion.

– Usted conoce el restaurante, Peng. Pida lo que quiera.

Peng pidio cuatro platos y seis botellas de cerveza, lo que era casi un banquete en un sitio como aquel. Por suerte, ninguno de los platos de la carta era caro. Peng pidio en voz tan alta que cualquiera que pasara frente al restaurante lo habria oido. Tal vez fuera tambien un mensaje dirigido a sus vecinos: Peng querria que supieran que aun era alguien, y que habia personas ricas dispuestas a pagarle una comilona.

– Ahora -Peng solto un ruidoso eructo despues de beberse de un trago el primer vaso de cerveza- ya puede empezar a preguntar.

– Solo le hare un par de preguntas sobre sus experiencias durante la Revolucion Cultural.

– Ya se por donde va -Peng empezo a beberse el segundo vaso-. Es sobre mi maldita relacion con Qian, ?no? Dejeme decirle algo, senor periodista. Solo tenia quince anos cuando la conoci. Ella me llevaba mas de diez anos, y me sedujo. Si le ponen delante un cuerpo blanco y voluptuoso, como una botella de cerveza fria en verano, y resulta que es gratis, ?usted que haria?

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