de impedirle el paso a la esposa de Mao, a menos que el propio Mao, por alguna razon, hubiera dado ordenes especificas.

En lugar de explicar cual pudo ser el motivo, Bi se agacho, apago el cigarrillo aplastandolo contra una losa de piedra y metio la colilla en la bolsa que llevaba al hombro.

– Tengo que hacer mi recorrido habitual. A usted no le ha sido facil entrar, quedese el tiempo que quiera. Asi podra empaparse de la grandeza del presidente Mao.

Bi se marcho arrastrando los pies y tarareando una cancion en voz baja. «Rojo es el este, y por alli sale el sol. China nos ha dado a Mao Zedong, un gran salvador que trabaja en pos de la felicidad del pueblo.»

Era una tonada que los chinos cantaban todos los dias durante la Revolucion Cultural. Y que el gran reloj situado en lo alto del edificio de la Aduana del parque Bund tocaba cada hora. Mientras veia alejarse a Bi por el jardin desierto, Chen penso en un poema de la dinastia Tang titulado «El palacio exterior».

En el antiguo palacio exterior, ahora desierto,

florecen las flores

en una explosion escarlata

de esplendor solitario.

Esas damas palaciegas, abandonadas hace ya tanto,

permanecen sentadas alli, con el cabello blanco,

y hablan, ociosas,

sobre el emperador Xuan.

Por un momento, Chen se sintio confundido. No era ningun politico ni tampoco un historiador. Y ya no era un poeta, segun Ling, sino un poli que ni siquiera sabia que hacer ahi.

El arrendajo lo sobrevolo de nuevo; aun tenia las alas relucientes, como en un sueno perdido. Su movil sono de repente, interrumpiendo aquel momento de confusion. Era el subinspector Yu, desde Shanghai.

– Tenia que llamarlo, jefe. El Viejo Cazador me ha dado este numero de movil, dondequiera que este. Han matado a Song.

– ?Como?

Chen se levanto.

– No se los detalles de su muerte, solo que lo atacaron en una bocacalle.

– ?Lo atacaron en una bocacalle? ?Quien?

– Seguridad Interna no quiere darnos ninguna informacion. Pero por lo que he oido, es posible que lo atracaran unos gangsteres. Le propinaron un golpe mortal que le partio el craneo con una barra de hierro o con algun objeto similar.

– Una barra de hierro… -El arma era reveladora para Chen-. ?Quien esta al frente de la investigacion?

– Otro agente de Seguridad Interna. Llamaron al Departamento exigiendo saber donde se encontraba usted. El secretario del Partido Li me lo pregunto a mi, con la cara larga como la de un caballo.

– Volvere hoy, Yu -dijo Chen-. Busqueme el nombre del agente de Seguridad Interna, y tambien su telefono.

– Asi lo hare. ?Algo mas, jefe?

– Ha estado preguntando acerca de los amantes de Qian, tanto del primero como del segundo, ?verdad?

– Si, el Viejo Cazador le habra hablado de Peng, el segundo.

– En cuanto al primero, Tan, una escuadra de Pekin lo estuvo investigando antes de su muerte.

– ?Ha averiguado algo sobre esa investigacion?

– No. Vuelva a ponerse en contacto con el comite vecinal de Tan. Con el policia del barrio, quiero decir, porque lo conoce bien. En aquella epoca, el comite vecinal proporciono a la escuadra de Pekin una lista de personas a las que interrogar. Una lista de personas cercanas a Tan y a Qian.

– Ire hasta alli y conseguire la lista -aseguro Yu-. ?Algo mas?

– Llameme inmediatamente si hay alguna novedad.

Mientras cerraba el movil, Chen decidio que debia salir cuanto antes del Mar del Sur Central.

No tenia ganas de volver a las habitaciones de Mao, pese a haber bautizado el asunto como el «caso Mao», nombre que en su momento le parecio apropiado.

23

El tren traqueteaba en la creciente oscuridad.

Chen habia conseguido el billete a traves de un revendedor, al que habia pagado un precio mucho mas elevado del habitual. No intento regatear. No era posible comprar un billete de avion sin mostrar permisos oficiales, que el inspector jefe no tenia. Viajaba en un duro asiento de un vagon de tercera, pero Chen se consideraba afortunado de haber podido subir al tren en el ultimo momento.

Durante sus anos de universidad solia viajar con frecuencia entre Pekin y Shanghai sentado en los duros asientos del tren, leyendo y dormitando durante la noche. Ahora el viaje le parecia muy incomodo, tenia las piernas entumecidas y le dolia la espalda. No lograba echar una cabezadita, y mucho menos dormir. Los unicos libros que llevaba consigo eran Nubes y lluvia en Shanghai, que no le apetecia sacar, y las memorias del medico de Mao, que no podia leer abiertamente.

Sin duda estaba malacostumbrado por ser inspector jefe, reflexiono con cierta ironia. En los ultimos anos, Chen siempre habia viajado en avion o en comodos coches cama, por lo que habia olvidado cuan incomodo era viajar sentado en asientos como aquel.

Frente a el, al otro lado de una mesita, se sentaba una pareja joven, posiblemente en viaje de luna de miel. Ambos iban vestidos con ropa demasiado formal para un tren tan abarrotado como ese. El hombre llevaba una camisa nueva y pantalones de vestir muy bien planchados, la mujer un vestido rosa con finos tirantes. Inicialmente ella se sento recostada contra la ventana, pero no tardo en cambiar de posicion y se acurruco junto a el. No les importaban las incomodidades mientras pudieran ver el mundo reflejado en los ojos del otro.

Junto a Chen se sentaba una chica joven, posiblemente una estudiante universitaria, vestida con una blusa blanca y una falda de color verde hierba con un estampado de hojas de hiedra. Calzaba unas zapatillas de plastico de color verde claro. Sobre su regazo tenia la traduccion al chino de El amante de Marguerite Duras. Chen lo habia leido tiempo atras, y aun recordaba que al principio de la novela se citaban los versos de W.B. Yeats «Cuando seas vieja y canosa, y te venza el sueno…».

Se pregunto si el seria capaz de escribir, o incluso de decir, algo asi.

«El tren llegara a Tianjin en un par de minutos. Los pasajeros con destino a la ciudad de Tianjin…» La voz que se oyo por megafonia hablaba con el tipico acento melodioso de Pekin, en el que la erre se pronuncia de forma mas marcada que en el mandarin estandar.

El tren comenzo a aminorar la marcha. Chen miro por la ventanilla y vio en el anden gris a varios vendedores ambulantes que vendian «Los Perros no se Iran», nombre increible de una marca de bollos al vapor rellenos de carne de cerdo, una especialidad de Tianjin. Quizas el nombre tenia su origen en un cumplido: «Los bollos son tan buenos que los perros no se iran». Uno de los vendedores ambulantes que se acercaron al tren tenia aspecto de maton y empujaba un cesto lleno de bollos hacia las ventanillas con expresion casi feroz.

En Tianjin subio al tren un enjambre de pasajeros cargados con bultos y maletas, empujando y apretujandose en busca de algun asiento libre. Segun las normas ferroviarias, solo los pasajeros que subian en la primera parada tenian garantizado un asiento.

El tren arranco de nuevo. La bandera verde ondeaba en el anden en medio de una oscuridad casi absoluta.

Chen se recosto contra la ventanilla, intentando pensar en lo que acababa de suceder en Shanghai. El viento le alborotaba el cabello a medida que el tren cobraba velocidad.

Tras repasar mentalmente la escasa informacion de que disponia, Chen pronto vio que no tenia sentido especular. Pero la muerte de Song no se debia a un atraco callejero cometido al azar, de eso estaba seguro.

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