Yo conducia siguiendo las indicaciones de Francesco. Ibamos al edificio central de correos, desde donde enviariamos el paquete y despues partiriamos con tranquilidad.

Facilisimo y limpio. Pero yo me moria de miedo.

Iba conduciendo, pero me parecia tener ojos en la nuca. Ojos que no conseguian apartarse de aquel pequeno equipaje que tendria dentro una decena de anos de carcel si algo de aquel asunto facil y limpio anduviera mal. Me moria de miedo y Francesco estaba de buen humor. Bromeaba, decia que habian bastado cuatro dias -?nos habiamos quedado solo cuatro dias?- para estar hasta los huevos de Valencia. Que la proxima vez tendriamos unas vacaciones de verdad. Etcetera. Yo me moria de miedo.

Llegamos ante un gran edificio que debia de ser el de correos. Era grande y feo, pero no recuerdo nada mas. Pasamos lentamente con el coche frente a la entrada principal. Francesco me dijo que diera la vuelta a la manzana y, cuando estuvimos en la fachada posterior, me hizo frenar.

Saco un paquete marron con forma de caja de zapatos, todo envuelto en papel de embalaje y cerrado con cinta de color marron claro. Con rotulador negro habia escrito la direccion de un apartado postal de Bari.

Francesco me tendio el paquete.

– Ahora vas, te pones en la fila y lo envias, obviamente poniendo un nombre falso para el remitente. Yo te espero aqui, en el coche. En cuanto vuelvas nos vamos y que se vayan a la mierda esta ciudad y su asqueroso calor.

Vas.

Habia dicho: vas. El me esperaria en el coche.

?Y si me pillan? ?Y si me encontrara con policias, si yo les levantara sospechas, si me hicieran abrir el paquete? Etcetera, etcetera. ?El que haria? ?Que haria yo?

Me asalto un terror ciego, un verdadero panico. Una sola vez habia sentido un terror semejante en mi vida. Tenia tres o cuatro anos, mi madre me habia llevado a un parque y yo me habia perdido. No recuerdo nada de aquella tarde de primavera aparte del miedo absoluto, de la perdida total del sentido de la orientacion, mis sollozos desesperados que continuaron mucho tiempo despues de que mi madre me encontrara.

Permaneci un tiempo indefinido con aquel paquete marron sobre las rodillas. Estoy seguro de que Francesco sabia lo que ocurria. Estoy seguro aunque no dijo y no hizo absolutamente nada.

Habria querido preguntarle por que no ibamos juntos a enviarlo, o habria querido decirle que habia cambiado de idea y no queria entrar en aquel asunto. Que hiciera solo el envio y se quedase toda la ganancia.

No consegui abrir la boca. Nada de nada. El silencio, lleno del zumbido del aire acondicionado, se rompio con su voz.

– Vamos, date prisa. Asi nos ponemos en marcha y hacemos una buena parte del camino con luz.

Tenia un tono tranquilo. Me decia que me apresurase a hacer un tramite comun, que debiamos partir y no tenia ningun sentido perder mas tiempo.

Abri la portezuela y, mecanicamente, saque las llaves del contacto.

– ?Que haces? ?Te llevas las llaves? Supongamos que viene un policia… -Su voz era neutra, sin ninguna tension, casi alegre. Yo, en cambio, senti que se me helaba la sangre. Me estaba diciendo que si aparecia la policia tendria que huir-…y hay que mover el coche. Estamos en doble fila. Vamos, rapido, que estoy hasta las pelotas.

Le di las llaves y baje del coche, al calor. Atontado por el terror y por una sensacion de impotencia cuyas proporciones solo comenzaba a calibrar en aquel momento.

En la oficina no habia aire acondicionado. Detras del mostrador un viejo y ruidoso ventilador trataba de brindar cierto alivio a dos empleados de aspecto abatido. Habia una corta fila en la ventanilla de envios. Olia a humanidad, a polvo y a algo que no conseguia distinguir. Me precedia una senora alta y robusta, con un vestido floreado sin mangas y largos pelos negros que le salian de las axilas.

Los empleados no tenian prisa, y tampoco parecian tenerla las otras personas que esperaban en la fila. Para pasar el tiempo empece a apostar conmigo mismo acerca de quien entraria en la oficina o cual de las personas que estaban ante la ventanilla acabaria antes.

Si la proxima persona que entra es un hombre, todo andara bien y me salvare. Si el viejo que esta delante termina de una vez, todo ira bien.

Si la proxima persona que entra es una mujer -me dije cuando delante de mi quedaba solo el marimacho de las axilas peludas- seguro que me salvare.

Con el rabillo del ojo vi entrar un uniforme.

?La policia!

Ese aviso aterrador se me aparecio escrito en la cabeza. Estaba escrito hasta con los signos de exclamacion en rotulador negro, sobre una especie de cartel blanco que emergia de alguna parte de mi cerebro. Parecia un desquiciado aviso de una farsa de teatro parroquial.

En aquel momento comprendi lo que significa quedar sin aliento. Despues de haber entrevisto aquel uniforme que entraba en la oficina, desvie la vista y la fije en un punto en el suelo, entre mis zapatos. Sentia el impulso de escapar, pero incluso en mi paroxismo mental, me daba cuenta de que habria llamado la atencion y habria resultado mucho peor. Sobre todo si, tal vez, el policia no habia entrado por casualidad. Estaba alli por mi. Habia habido una denuncia, nos habian seguido y habian esperado el momento mas apropiado para detenernos. O mas bien para detenerme, porque Francesco habria logrado huir con mi coche. De un momento a otro me tocarian el brazo y me dirian que los siguiera.

El uniformado paso junto a mi, siguio, abrio una portezuela que habia en un lateral del mostrador y entro al otro lado. Llevaba una bolsa de cuero con correa.

Un cartero.

Fueron necesarios unos segundos todavia para que me diese cuenta de mi apnea y pudiera respirar.

Tal vez un cuarto de hora despues estaba de nuevo en el coche y fumaba aspirando con fuerza, la cabeza vacia, las manos que me temblaban sin poder evitarlo.

29

El viaje de regreso fue una carrera ininterrumpida y extenuante, como el de ida.

Avanzabamos pisando el acelerador como locos, relevandonos sin tomarnos un respiro, rehaciendo el camino de algunos dias antes como si fuese el rebobinar rapido e indescifrable de un video sin sentido.

De todo el viaje, treinta horas tal vez, recuerdo solo las curvas y los viaductos aterradores de la autopista en la zona fronteriza entre Italia y Francia, de noche, inmediatamente antes del alba. Me tocaba conducir a mi mientras Francesco dormia tendido, con el asiento por completo reclinado. Yo estaba exhausto y pensaba que con seguridad tendria un golpe de sueno, que nos iriamos contra el quitamiedos y despues caeriamos por el vacio espantoso que se entreveia mas alla del asfalto, de las vallas y de los pilares. Francesco ni siquiera se daria cuenta de lo que sucedia. Yo, en cambio, lo habria visto y oido todo hasta el ultimo momento.

Ese pensamiento no me asusto y continue avanzando a una velocidad loca por aquella carretera; casi sin tocar el freno; a veces pasando las senales con el motor que rugia, alegre y rabioso; bordeando muchas veces el abismo. Los ojos me ardian; los entrecerraba y los abria de nuevo, apenas a tiempo para girar con suavidad a una fraccion de segundo de lo irreparable.

Llegamos a Bari una suave noche de agosto, insolitamente fresca y angustiante. Una de esas noches en las que se percibe que dentro de poco terminara el verano, aunque todavia dura. Cuando se es joven y en agosto aparecen estas advertencias del otono, asalta una melancolia ligera y especial, hecha de recuerdos y nostalgia mezclados con la certeza, o la ilusion, de tener todavia todo el tiempo por delante.

La ciudad estaba igual y pense que todo volvia a su lugar.

Aunque no sabia cual era.

De todas maneras, estaba a punto de conseguir un monton de dinero y esa idea me ocupaba la cabeza casi por completo, me daba una sensacion de ebriedad y de vertigo. Naturalmente, no sabia que haria con aquel dinero, pero en eso no pensaba.

Mientras tanto el viaje, Espana, Angelica, mis paseos semiconscientes en aquella ciudad irreal, aquel

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