amanecer unico en el mar, luego el envio de la droga, los olores, las luces, los ruidos, mi temor, todo quedaba muy lejos. Parecia que hubiera ocurrido mucho tiempo atras o en un sueno. Y en efecto, debia hacer un esfuerzo de voluntad para convencerme de que todo eso habia ocurrido en realidad.
Luego, caminando hacia casa, pense por primera vez en mis padres y en que dentro de poco los encontraria, si es que habian regresado a Bari. No habia vuelto a llamar desde la manana de la partida, en la carretera. Pense en lo que me dirian, con razon, por haber desaparecido, que habian estado preocupados, que estaba desconocido, y otras cosas mas. Aquella sensacion de ligereza que me habia inundado instantes antes se deshizo rapidamente. Senti el impulso de cambiar de rumbo, de huir a otra parte.
Pero despues me dije que estaba cansado, demasiado cansado, y que solo queria ir a dormir. En mi cama. Me dije que todo se arreglaria, de uno u otro modo.
De un modo.
O de otro.
TERCERA PARTE
1
Noche. Sillon. Calor. Recuerdos confusos en la niebla penetrante y sorda de la migrana.
Naturalmente, lo habia decidido su padre, el general. Giorgio seria oficial de los carabinieri. Igual que su padre y su abuelo. El tema nunca habia sido objeto de discusion.
Habia cursado el colegio militar y luego la academia con facilidad, como quien nada bajo el agua. Contenia la respiracion y los seres que giraban a su alrededor eran mudos y extranos. Como peces en un acuario.
No tuvo ningun problema para adaptarse a la disciplina. Bastaba con ausentarse, no estar ahi. Una estrategia que habia aprendido muy bien desde nino.
El ultimo ano de la escuela de oficiales habia conocido a una chica. Habia salido con ella durante unas semanas y luego no volvio a verla. Mas adelante Giorgio tendria dificultades para recordar su cara, su voz. Hasta su nombre.
Despues no habia habido otras.
Un psicoanalista habria dicho que el joven Giorgio tenia graves problemas para relacionarse con las figuras femeninas. Problemas de inadaptacion, heridas narcisistas de la infancia, traumas remotos y profundos.
Un complejo de Edipo no resuelto.
?El suicidio de tu madre, cuando todavia no tienes nueve anos, basta para explicar un Edipo no resuelto? ?Y tendra que ver el suicidio de tu madre cuando todavia no tienes nueve anos con esa necesidad desesperada y dolorosa de cosas que no sabes ni siquiera nombrar porque te dan miedo, por lo menos cuando las deseas?
Miedo y deseo a la vez son peligrosos.
Giorgio lo intuia confusamente. En las noches de insomnio, bajo los golpes despiadados de la migrana. En las pausas de aquella anestesia del alma que habia debido aprender demasiado temprano. Para sobrevivir al silencio.
Miedo y deseo y silencio juntos son peligrosos.
Uno puede perderse.
Uno puede volverse loco.
2
La verja automatica se movio hacia dentro a pequenos impulsos. Cuando se abrio del todo entre con el coche y baje en primera la rampa que llevaba al garaje subterraneo. Habia un espacio destinado a los invitados y alli me ubique disciplinadamente.
Habia transcurrido una semana desde nuestro regreso a Bari. Cuando estaba empezando a preocuparme, a pensar que Francesco habia realizado solo la entrega, guardandose el dinero, llego su llamada.
– Vamos esta manana. Pasa a buscarme dentro de dos horas.
Ya habia recuperado el paquete y me guio hacia un barrio residencial, fincas con jardines y garajes, gente adinerada.
– Subo yo solo, esperame en el coche. No hace falta que vengas tu tambien. Se trata de una persona de la que me fio, pero nunca se sabe.
Tuve un momento de contrariedad. Me habria gustado participar materialmente en la entrega, pero Francesco tenia razon. Era un riesgo inutil. Y tal vez el cliente mismo no tuviera ninguna intencion de que le vieran.
Francesco tomo la mochila -la misma que teniamos en Espana- y desaparecio en el ascensor. Yo me quede en el coche a esperarlo. Me dije que probablemente cortarian el envoltorio con un cortaplumas para probar la calidad de la mercancia. Despues pense que era una tonteria de pelicula.
Pasaron unos diez minutos, la luz roja del ascensor se encendio y yo vi mentalmente una veloz pelicula. Las puertas automaticas se abrian con lentitud pero no salia Francesco. En su lugar aparecian dos hombres con grandes pistolas. Eran policias que me gritaban que saliera del coche con las manos en alto. Me hacian apoyar las manos en el capo, me obligaban a abrir las piernas y me registraban.
Debia decir que no sabia lo que estaba sucediendo. Cuando me preguntaran por la cocaina diria que yo no sabia nada. Mi amigo Francesco me habia pedido que lo acompanara a casa de una persona para un recado. Yo lo habia acompanado y eso era todo. ?Que pasaba? ?Que querian de mi? Tenia un tono decidido pero sentia que estaba a punto de ponerme a llorar.
Las puertas del ascensor se abrieron muy despacio y salio Francesco, con la mochila en los hombros. Mientras el caminaba apresuradamente hacia el coche, me di cuenta de que una vez mas habia contenido la respiracion.
– Hecho -dijo mientras se subia.
Puse en marcha el coche, salimos por la rampa, baje la ventanilla y pulse el boton para abrir la verja. Mientras enfilabamos la calle, Francesco me tiro de la manga. Me volvi y vi la mochila abierta, llena de billetes. Repleta. Todavia no sabia cuanto era, pero sabia que nunca habia visto tanta pasta. Me vinieron ganas de reir. Me vinieron ganas de abrazarlo. Habia sido tan malditamente facil que todas mis dudas y todos mis temores me parecieron absurdos. Ademas, que cono, no habiamos hecho nada malo. Si aquel, quienquiera que fuese, queria meterse la cocaina a kilos, era asunto suyo. En mi euforia pense que debiamos hacer una decena de operaciones por el estilo, guardar un buen monton de dinero y despues estaba bien, basta.
Ese pensamiento me gusto. Perfecto, ahora tenia un proyecto para el futuro. Las cosas podian tener un sentido, ?y eso era tan alentador! Barria cualquier resto de sensacion de culpa. Un concepto como el ultimo cigarrillo de Zeno. * Con cierta elasticidad. Obviamente, me habia olvidado por completo de mis propositos de antes del viaje. Como, por ejemplo, volver a estudiar, volver a una vida normal, etcetera. Ahora pensaba que habia una montana de dinero para ganar sin hacerle dano a nadie. No nos dedicabamos a robar bancos. Y tampoco teniamos por que continuar asi toda la vida. Me repetia con una obsesion de demente que bastaba una decena de operaciones por el estilo y despues pensaria en el futuro. Pero sin problemas, ningun problema. Si queria, hasta podia comprarme una casa. Diria a mis padres que habia ganado en las apuestas del futbol o cualquier otra cosa. Quien sabe cuanto habia exactamente en aquella mochila. No me importaba nada mas que aquellos billetes. Queria tocarlos, hundir las manos en ellos. Era un chico normal de veintidos anos.
Fuimos a casa de Francesco y los dividimos. Eran noventa millones. Noventa fajos de billetes de cien mil liras. Noventa increibles fajos de billetes.
Francesco saco su parte, la separo y me entrego la mochila con mi dinero.
– No los deposites en el banco, por supuesto -dijo.
– ?Y que hacemos? -pregunte, esperando que propusiera alguna otra actividad para hacer fructificar aquel