dinero.
– Lo que te parezca, pero sin llamar la atencion y sin dejar huellas visibles. Si quieres poner en el banco dos millones, lo digo por decir, hazlo. Si dentro de dos meses quieres poner mas, como lo de las cartas, no hay problema. No debes poner veinticinco millones de golpe porque algun dia te pueden pedir que expliques de donde vienen.
Ese fue un pensamiento molesto y lo rechace enseguida. Tome la mochila, la cerre con cuidado, introduje los brazos en las correas, pero de manera inversa a la acostumbrada. Me la cargue adelante, como un marsupial, pensando que asi seria mas facil desalentar una tentativa de robo. Me despedi de Francesco, que no me contesto, y me fui. Por la calle, con las manos apoyadas en la tela rustica, un poco caminaba, un poco corria.
Tal como habia esperado, en casa no habia nadie. Despues de tocarlos largo rato, incluso despues de haberlos olido, escondi los billetes en el cajon donde conservaba las viejas historietas de Tex y del Hombre Arana. Fue raro ver todos aquellos billetes en medio de mis revistas de nino. Fajos de billetes mezclados con anos de fantasias perdidas. Fajos de billetes mezclados con los despojos consumidos de mi infancia.
Un rato despues, aquella imagen me dio un poco de tristeza y tuve que desviar la mirada, hacer otra cosa.
Puse mi casete preferido en el equipo, hice correr la cinta hasta que, despues de algunos intentos, llegue a Born to run. Pulse la tecla play y me tendi en la cama justo cuando comenzaba a sonar furiosa la bateria.
Las carreteras estan atestadas de heroes destruidos
que buscan su ultima oportunidad.
Todos se fugan esta noche
pero no ha quedado ningun lugar donde esconderse.
3
Siguieron semanas sin sentido. La pelicula, en mi memoria, es toda en blanco y negro, con agotadoras tomas en camara borrosa y algun angustioso campo larguisimo.
Por supuesto, no sabia que hacer con el dinero. Tenia mucho mas de lo que podia gastar. Cada tanto cambiaba el escondrijo, por temor de que mi madre -o la mujer que venia dos veces por semana a hacer la limpieza- pudiera descubrirlo.
Francesco habia desaparecido despues de la entrega de la droga y la division del dinero. Se lo habia tragado la nada. No me telefoneaba y era imposible encontrarlo en su casa. Algunas veces pase por el bar donde nos encontrabamos a menudo y donde teniamos la costumbre de sentarnos a charlar. Esperaba encontrarlo, pero eso no ocurrio.
No sabia que hacer. Daba vueltas por la casa y despues por las calles con la misma sensacion de insatisfaccion, de inquietud, parecida a una ligera y molesta fiebre del alma. A veces cogia el coche y me iba a correr por la autopista. A doscientos por hora por los carriles, jugando a no tocar el freno -solo aminoraba un poco- cuando llegaba a las curvas, adelantandome por la derecha, entrando a velocidades enloquecidas y homicidas en las rampas de acceso de las estaciones de servicio.
Otras veces me iba al mar siguiendo calles secundarias. En cada recorrido encontraba una playa diferente, me banaba y me tumbaba en la toalla pensando que me dormiria al sol tibio de septiembre. Pero me resultaba imposible, nunca me dormia. A los diez minutos empezaba a revolverme. Poco despues estaba dominado por el ansia, y entonces me vestia y regresaba al coche.
Luego el verano se extinguio y mis erraticos paseos terminaron.
Una manana intente telefonear a Maria. Respondio un hombre con fuerte acento bares, voz ronca y tono poco cordial. Colgue con rapidez, preguntandome si habria podido identificar la llamada. Algunos dias despues intente de nuevo y esta vez respondio una mujer. No pude reconocer si era ella.
– ?Maria?
– ?Quien habla?
Colgue, y esa fue la ultima vez.
Ya no me preocupaba por hacer creer a mis padres que, de algun modo, estaba estudiando. Me deslizaba ante ellos ausente como un fantasma. Intuia su pena, que seguramente agudizaba porque no podian comprenderme. Ellos no me decian nada, pero en su silencio ya no habia agresividad. Solo una especie de muda e indescifrable preocupacion. Una sensacion de derrota que me resultaba insoportable.
Y en efecto no la soportaba. Desviaba la mirada, llenaba mis oidos de musica, me atrincheraba en mi cuarto, salia a vagabundear.
Ni siquiera conseguia leer. Comenzaba un libro y a las pocas paginas me aburria o me desconcentraba. Asi que lo hacia a un lado y no lo volvia a retomar. Algunos dias despues elegia otro y volvia a probar, pero ocurria lo mismo, incluso en menos tiempo. Despues, simplemente deje de probar.
Solo conseguia leer los periodicos. Unicamente los periodicos porque podia pasar de una pagina a otra sin ninguna obligacion de respetar una secuencia, de entender lo que estaba escrito en ellas, de concentrarme.
Ademas habia desarrollado un morboso interes por las noticias policiacas. Un interes, digamoslo asi, de adepto al trabajo. Leia sobre arrestos y procesos a los camellos con el mismo espiritu maligno de ciertos viejecitos que leen las necrologicas y piensan que todavia, por una vez, le toco a otro.
Leia sobre las penas aplicadas por la venta de algunos gramos de cocaina y hacia la cuenta de cuanto habia arriesgado -y esquivado- por haber vendido un kilo. Cada vez tenia escalofrios, de miedo y placer al mismo tiempo. Como quien se acurruca entre las mantas, al calor, mientras fuera llueve y hace frio.
Un dia lei que habia habido una pelea con cuchilladas en un garito del barrio Liberta. Busque con ansiedad los nombres en aquel articulo de cronica local, con el fuerte presentimiento, casi una certeza, de que en aquel episodio estaba envuelto Francesco. Me equivocaba, como ocurre casi siempre con los presentimientos, pero igualmente, despues de la lectura, me quedo una sensacion desagradable y confusa. De alguna manera, Francesco y yo teniamos que ver con lo que ocurriria tarde o temprano.
No seria nada bueno.
Muchas veces lei articulos alarmantes sobre la serie de violaciones que se sucedian en Bari desde hacia meses. Los investigadores teorizaban acerca de que se trataba siempre del mismo maniaco, aconsejaban a las mujeres que no salieran solas de noche y pedian la colaboracion ciudadana.
Resbalaba sobre las otras paginas sin atencion y sin conciencia. Solo de tanto en tanto alguna noticia me sacudia de aquella especie de entorpecimiento mental.
Recuerdo bien una en especial.
Un dia lei que habia muerto Scirea, el defensor de la seleccion nacional que fue campeon del mundo en el Mundial de Espana de 1982. Yo tenia quince anos cuando, en una progresion increible e irrepetible, un grupo de jugadores cualesquiera se transformo en el equipo mas fuerte del mundo. Ganaron a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania. Como si el destino en persona hubiese estado de parte de ellos. De nuestra parte. Aun ahora, solo repetirlo parece algo descabellado y conmovedor.
Scirea tenia treinta y seis anos en aquel septiembre del 89, y los tendria para siempre. Viajaba en un viejo Fiat 125 por una carretera apartada y perdida en medio de Polonia. El conductor habia adelantado peligrosamente y habian ido a aplastarse sobre un camion que viajaba ajeno, tranquilo y mortal por su carril. ?Puede uno pensar, mientras se convierte en campeon del mundo, que le quedan solo pocos anos? ?O puede pensar, mientras sube a un inofensivo Fiat 125, en una estupida carretera de Polonia, que le quedan solo pocos minutos?
Llame muchas veces a casa de Francesco. Los primeros dias siempre me respondia la madre con su pesado acento bares, con aquella voz de anciana sombria que olia a naftalina, a infelicidad y resentimiento. Francesco no estaba y no, no sabia cuando regresaria. ?Podia decirle, por favor, que habia llamado? Pausa prolongada, un suspiro y despues si, podia decirselo, pero no sabia cuando volveria. ?Quien era? Era siempre Giorgio. Buenas noches -o buenos dias-, senora. Gracias. Cuando intentaba terminar la palabra senora ella ya habia colgado. Entonces repetia gracias, solo, en voz alta.
No la tenia conmigo en especial. Pienso que odiaba al mundo con metodo y obstinacion. A todo el mundo que