estaba fuera de su casa y de sus capas de polvo. De aquel espeso olor de infelicidad.

Francesco no me llamaba. Dudo de que su madre le dijese que yo habia llamado, pero eso no era mas que un detalle. Aunque se lo hubiese dicho, el en aquellas semanas tenia otras cosas que hacer. Esas otras cosas no me incluian.

Despues de un par de semanas y cinco o seis de aquellas conversaciones esteriles con la anciana senora - nunca supe como se llamaba-, empece a no tener mas respuestas. Cada vez que telefoneaba, dejaba sonar el telefono diez o quince veces inutilmente. A todas horas. Una vez llame a las siete y media de la manana. Otra a las once de la noche. No contesto nadie. Entonces deje de hacerlo.

Un dia -ya era octubre- lo encontre por la calle. Tenia un aspecto insolito. Se habia dejado crecer la barba, pero no era eso lo que lo volvia diferente. Habia algo fuera de lugar. Tal vez la ropa o tal vez otra cosa, no lo se. Tenia los ojos muy abiertos y por algunos instantes me miro como si no me conociera. Luego, de pronto, empezo a hablarme como si alguien nos hubiera interrumpido solo por unos minutos. Me tocaba el hombro, me apretaba el brazo con fuerza, hasta hacerme dano.

– Como ves, amigo mio, es necesario, absolutamente necesario que nos encontremos para hablar largo y tendido y con la mayor tranquilidad. En este momento debemos hacer un cambio significativo en nuestras vidas. Hemos, como decirlo, emprendido un camino que es absolutamente necesario llevar a termino. Tu y yo. Y por lo tanto debemos elaborar un proyecto estrategico para conseguir nuestros autenticos objetivos.

Mientras tanto me habia cogido del brazo. Caminaba y yo me dejaba arrastrar. Estabamos en la calle Sparano entre boutiques de moda, senoras elegantes que hacian compras para el comienzo del otono, grupos de chiquillos; nos abriamos paso a traves del vocerio de la gente y, por lo que a mi se referia, una sensacion de amenaza igualmente concreta.

– Considera que nuestras peculiares identidades subjetivas estan, en esta fase, ante una alternativa crucial. Una posibilidad es la de dejar que sean los acontecimientos los que determinen lo que seremos. Entregarse, como fragmentos de madera, a la corriente de un rio. ?Quieres esto? No, naturalmente. La segunda posibilidad es la de nadar en ese rio. Nadar contra la corriente, con fuerza y determinacion, para realizar un proyecto consciente y vital. ?Comprendes lo que quiero decir, verdad?

Tuve la sensacion de que no recordaba mi nombre.

No, no es exacto. En aquel momento tuve la certeza de que no recordaba mi nombre. En mi mente se compuso una frase con los caracteres de una vieja maquina de escribir: «No recuerda como me llamo». Luego ese texto se transformo en una especie de letrero de neon reluciente: No recuerda como me llamo. Duro algunos segundos y desaparecio.

– … y por lo tanto tenemos un imperativo categorico al que debemos atenernos con rigurosidad. Realizar nuestra verdadera naturaleza. Transformar definitivamente en acto lo que nosotros, esto es, tu y yo, somos ahora en potencia.

Continuo hablando durante algunos minutos, siguiendo un ritmo enloquecido e hipnotico, cogiendome del brazo y cada tanto apretandomelo con fuerza justo por encima del codo. Luego termino con tanta brusquedad como habia empezado.

– Por lo tanto, amigo mio, creo que estamos de acuerdo en todo. Nos encontraremos con la debida calma, haremos todas las elaboraciones necesarias y formularemos las estrategias oportunas. Te abrazo.

Y desaparecio.

4

Una manana, un suboficial de la seccion de Narcoticos que acababa de regresar a Bari despues de tres meses de servicio en Calabria vio el dibujo sobre el escritorio de Pellegrini.

– Yo a este lo conozco. Lo vi una noche, el ano pasado, en un garito donde nos habiamos infiltrado cuando estabamos trabajando sobre aquel grupo que vendia en Madonnella. Jugaba al poquer. Y perdia, perdia como un condenado pero con calma, como si no fuera problema suyo. Aquella cara se me quedo grabada. Aquellos ojos. Espera, recuerdo que en un momento dado tuve la impresion de que se habia dado cuenta de quienes eramos. Por como nos miro. Estabamos yo y Popolizio, aquel de Altamura que fue transferido, y los dos tuvimos la misma impresion, hasta el punto de que nos fuimos y volvimos solo varias noches despues. Y el ya no estaba.

Se interrumpio y cogio la fotocopia del dibujo. La observo durante algunos segundos sin decir nada.

– Es el, estoy casi seguro.

Luego volvio a mirar a Pellegrini.

– Es bueno este dibujo. ?Quien lo hizo?

Entraron en el garito mientras los jugadores trataban de hacer desaparecer de las mesas cartas y fichas. Los ignoraron. Chiti se dirigio al suboficial de Narcoticos.

– ?Quien es el administrador?

El suboficial indico con la cabeza a un hombre de unos cincuenta anos, calvo, de tez oscura, que se estaba acercando.

– ?Eh!, ?que cono…?

La frase quedo interrumpida por una bofetada. Seca, a mano plena, casi tranquila. Una manera de ahorrar tiempo.

– Carabinieri. Tenemos que hablar. Portate bien y nos iremos sin escribir ni una palabra de sumario sobre lo que ocurre en esta cloaca. ?Hay algun lugar donde podamos estar en paz durante cinco minutos?

El calvo los miro a la cara, uno a uno. No dijo nada y despues les indico que le siguieran.

Entraron en una especie de oficina asquerosa, que apestaba a humo aun mas que la sala de juego. El calvo los miro con aire interrogativo. El suboficial le puso el retrato robot ante los ojos, le pregunto si lo habia visto alguna vez, le dijo que tuviera cuidado con lo que contestaba.

Tuvo cuidado y dijo que si, que lo habia visto y lo conocia.

A partir de aquel momento las cosas se movieron con rapidez. Con suma rapidez.

En un par de dias lo identificaron. Segun el registro vivia con la madre, viuda. Pero ya no se lo veia en aquella direccion. Llamaron por el interfono, muchas veces, pero no contestaba nadie.

Entonces preguntaron a algunos vecinos que salian del edificio. ?La senora Carducci? Habia muerto hacia veinte dias. Por lo tanto, el certificado de defuncion todavia no figuraba en el registro, penso Chiti. ?El chico? ?Querian decir, Francesco? Despues de la muerte de la madre no se le habia visto. Nadie sabia nada. Tal vez se habia ido a cualquier otra ciudad, a casa de algun pariente. No, no era que lo supieran, era solo una hipotesis. A decir verdad no sabian nada de nada. Ni el ni la madre habian sido nunca muy comunicativos; en definitiva, oscuridad total.

Fue en ese momento cuando Cardinale, una vez mas, tuvo una idea.

– Senor teniente, ?probamos a entrar en el apartamento?

– ?Entrar como, Cardinale? Ningun fiscal nos dara jamas una orden de registro. Por ahora no tenemos nada. Nada de nada. Solo conjeturas sobre conjeturas. Y tal vez este tipo no tenga nada que ver con este asunto. ?Que le digo al fiscal?

– En realidad yo no pensaba en la orden de registro…

– ?Y en que pensaba? Vamos con una palanca, entramos a escondidas en el edificio, tal vez un vecino nos descubre, llama al 113 y acabamos detenidos.

Cardinale no hizo comentarios. Pellegrini parecia ocupado en observar la punta de sus zapatos. Martinelli estaba rigido, con la mirada ausente. El teniente los miro, uno por uno, con la cara de quien finalmente comprende lo que ocurre a su alrededor.

– Entonces es asi. Quereis cometer un delito. Quereis forzar la puerta y…

– No es necesario forzar la puerta -dijo Cardinale-. Tengo un manojo de llaves que le sacamos a un ladronzuelo de pisos. -Despues, casi como para justificarse-: Lo arrestamos al menos por diez golpes. Antes de que usted llegase a Bari, y creo que todavia esta encerrado.

– ?Me esta diciendo que se apodero de un manojo de ganzuas, evidentemente sin anotarlo en el sumario de

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