En el dosier habia tambien diversas cartas anonimas dirigidas directamente a la comisaria. En ellas se hablaba de trata de blancas, de complots internacionales, de servicios secretos turcos e israelies, de sectas satanicas y misas negras. Me impuse a mi mismo el leerlas todas, de cabo a rabo, y sali de la experiencia totalmente hundido y sin un solo dato que me pudiera ser de utilidad.
Manuela habia sido silenciosamente engullida por la nada banal e inquietante de aquel domingo de finales del verano, y yo no tenia ni la mas minima idea de que otras investigaciones se podian emprender para mantener con vida la desesperada esperanza de papa y mama Ferraro.
Fui a la nevera, me servi otro vaso de vino. Volvi a echarle un vistazo a las pocas notas que habia tomado y pense que eran unas notas totalmente insulsas.
Me estaba empezando a poner nervioso e, incapaz de controlar mis pensamientos, me pregunte que habrian hecho en mi lugar los protagonistas de las novelas policiacas americanas que anos atras devoraba en cantidades industriales. Me pregunte, por ejemplo, que habrian hecho Matthew Scudder, o Harry Bosch, o Steve Carella si hubiesen tenido que ocuparse de ese caso.
La pregunta era ridicula pero, paradojicamente, me ayudo a reorganizar mis ideas y dar con un punto de partida.
Los detectives de las novelas, sin excepcion, lo primero que habrian hecho seria hablar con el policia encargado del caso para preguntarle que idea se habia formado, con independencia de lo que hubiera escrito en el informe. Luego habrian contactado con las personas que habian sido interrogadas, para intentar sacar a la luz algun detalle que no habian recordado, no habian contado o no constaba en la declaracion.
Fue entonces cuando me di cuenta de una cosa. Un par de horas antes pensaba que no iba a encontrar ningun hilo del que tirar al leer el dosier. Y, en efecto, su lectura habia confirmado mi hipotesis. Pero tambien pensaba que asi debia decirselo a Fornelli y a los Ferraro, antes de devolverles el dinero y de quitarme de en medio en un asunto que no tenia ni las competencias ni los medios necesarios para aclarar. Era lo unico correcto y razonable que podia hacer. Pero en esas dos horas, por razones que podia intuir vagamente pero que no queria concretar, habia cambiado de idea.
Me dije que iba a intentarlo. Solo eso. Y que lo primero que iba a hacer era ir a hablar con el subinspector que habia llevado el caso, el maresciallo Navarra. Lo conocia, nos llevabamos bien y, sin duda, me diria que opinion se habia formado del asunto, con independencia de lo que hubiera puesto por escrito. Luego ya decidiria que pasos dar y que hacer.
Al salir a la calle, con un gesto estudiado, me subi el cuello de la gabardina, aunque no hacia falta alguna.
Los que hemos leido demasiados libros hacemos, con frecuencia, cosas totalmente inutiles.
9
Mientras volvia a casa decidi que iba a emplearme a fondo, como una media hora, con el saco de boxeo. La idea, como siempre, me produjo una cierta euforia. Creo que a un buen psicologo le resultaria interesante interpretar mi relacion con el saco. Le doy muchos punetazos, obviamente. Pero antes de eso, y en las pausas entre asalto y asalto y, sobre todo, despues, puede que mientras me tomo una cerveza bien fria o un vaso de vino, hablo con el.
El fenomeno comenzo cuando Margherita se fue de casa, a Nueva York, y se agravo cuando me escribio diciendome que no tenia intencion de regresar a Italia. Aquella carta -una carta de verdad, escrita a mano y sobre un papel, no un correo electronico- certifico lo que ya sabia: nuestra historia se habia acabado, ella tenia una nueva vida, en otra ciudad, en otro mundo. A mi me quedaban las migajas de la misma vida, la misma ciudad y el mismo mundo de siempre. En los meses siguientes le hablaba -al saco, quiero decir- sobre todo de Margherita y de las otras mujeres de las que he estado enamorado. Tres, en total.
– Amigo, ?sabes que es lo que me produce mas tristeza?
– …
– No consigo recordar aquel sentimiento devorador. Lo que senti, aunque fuera de diversas formas, con Tiziana, Margherita y Sara. No consigo recordarlo realmente, se que existio, pero tengo que convencerme de que lo experimente porque no lo recuerdo.
Saco se bamboleaba y yo entendia que queria alguna aclaracion. Probablemente, yo no me habia expresado bien. ?Que queria decir con eso de que no recordaba aquel sentimiento devorador?
– ?Recuerdas la cancion de De Andre, «La canzone dell'amore perduto» [Cancion del amor perdido]? ?Recuerdas esa estrofa que dice: «No queda mas que alguna caricia desganada y un poco de ternura»?
– …
– No, no la recuerdas. Probablemente nunca has escuchado la letra con atencion, pero la cancion la has oido seguro. Hubo una epoca en que la ponia mucho. Si, ya se que es un poco patetico. Pero en el fondo solo hablo contigo. De todas formas, me gustaria decirte algo, si me prometes que no saldra de nosotros.
– …
– Tienes razon, perdona. Nadie es capaz de guardar un secreto como tu. ?Sabes que a veces me entran ganas de llorar?
– …
– Te lo explico encantado. En realidad, necesito hablar de ello. Me entran ganas de llorar cuando pienso que el recuerdo de las mujeres que he amado no me hace sufrir. Como mucho, me produce una vaga tristeza, debil y lejana. Algo muy pobre, como el agua estancada.
– …
– Si, vale, no es una gran metafora. Y, si, tienes razon, hago muchas divagaciones y no me explico bien. El motivo por el que me entran ganas de llorar es que todo me parece desvaido, silencioso. Tambien el dolor. Mi vida afectiva es como una pelicula muda. Ya se que tu eres un tipo poco inclinado a las sutilezas, pero yo estoy triste y tengo ganas de llorar porque no consigo reencontrar la tristeza. Esa tristeza sana, la que es como la sangre que te corre por las venas, la que hace que te sientas vivo. No esta cosa debil y blanda y miserable. ?Lo entiendes?
Llegados a ese punto de la conversacion, Mister Saco se habia parado del todo. Los ultimos restos de las oscilaciones causadas por los punetazos que, muy amablemente, habia encajado, propinados por su desequilibrado amigo -yo-, se habian agotado y ahora estaba inmovil. Como si lo que le habia contado lo hubiese turbado hasta tal punto que se habia quedado paralizado. Estaba meditando sobre ello aunque, como de costumbre, no iba a contestarme, a darme su opinion, algun consejo.
Y, sin embargo, lo creais o no, despues de aquellas conversaciones con un alto indice de patologia psiquiatrica -y despues de los punetazos, naturalmente-, yo me sentia mejor, a veces incluso bien.
En realidad, Mister Saco es un psicoterapeuta perfecto. Te escucha sin interrumpirte, no expresa juicios (como mucho, se bambolea un poco) y no te causa problemas con sus honorarios. Tambien es inofensiva la transferencia: consiste en una especie de ternura sin implicacion sexual ninguna. Por eso no lo cambiaria ni loco. Cuando se rompe en algun punto en el que le he dado demasiado fuerte, lo reparo envolviendolo con cinta adhesiva. Me gusta mucho su aire de soldado veterano y creo que el me esta agradecido porque no me deshago de el para reemplazarlo por otro, nuevo, brillante y anodino.
Entre en casa deshaciendome el nudo de la corbata y, nada mas llegar, lo primero que hice fue poner un CD que habia grabado yo mismo, con una veintena de temas de todo tipo. Dos minutos despues ya me habia quitado los pantalones y la camisa (es decir, ya me habia quedado en calzoncillos), ya tenia vendadas las manos y puestos los guantes y estaba empezando a dar punetazos.
Hice un primer asalto ligero, para calentar. Combinaciones ligeras de tres, cuatro golpes con las dos manos, sin hundir el puno. Jab, derecha, gancho por la izquierda. Gancho por la derecha, gancho por la izquierda, montante. Jab, jab, directo por la derecha. Asi, los tres primeros minutos, como calentamiento. Durante la pausa intercambie un par de frases con Mister Saco, aunque la verdad es que esa noche ninguno de los dos tenia muchas ganas de hablar. Cuando empece el segundo asalto, golpeando con mas fuerza, el CD casual dejo oir el