«Intermezzo» de Cavalleria Rusticana, lo que me hizo sentirme Robert De Niro en Toro Salvaje.
Mientras me doy de punetazos, con la musica y la concentracion adecuadas, a veces salen a la luz recuerdos inesperados, se abren de par en par puertas tras las que hay escenas, sonidos, rumores, voces, a veces hasta olores largo tiempo olvidados.
Esa noche, mientras trabajaba a Mister Saco, que se dejaba hacer con paciencia, recorde, como si la memoria fuera una pelicula, mi primer combate como pugil aficionado, peso welter, categoria juvenil.
Tenia poco mas de dieciseis anos, era alto y delgado, y estaba muerto de miedo. Mi adversario era mas bajo y mucho mas pesado que yo, tenia la cara picada de viruela y expresion de asesino. O, al menos, eso me parecio entonces. Habia decidido practicar boxeo precisamente para vencer el terror que me inspiraban tipos como aquel. En los interminables minutos que precedieron al inicio del combate pense, entre otras mil cosas, que la terapia, obviamente, no habia funcionado. Me temblaban las piernas, respiraba con dificultad y sentia que se me habian paralizado los brazos. Pensaba que no iba a ser capaz de levantarlas para protegerme, mucho menos para asestar golpes. El terror se volvio tan intenso que pense en fingir que estaba enfermo -quiza dejandome caer al suelo, simulando un desmayo- con tal de evitar el encuentro.
Pero en vez de eso, cuando sono la campana me puse en pie e inicie el combate. Entonces sucedio algo extrano.
Sus golpes no me dolian. Los recibia en el casco y, sobre todo, en el cuerpo, dado que el era mas bajo que yo y que estaba intentando, por todos los medios, acortar distancias. A cada nuevo golpe echaba fuera el aire con un grunido gutural, como si quisiese asestar el golpe definitivo. Pero sus punetazos eran lentos, debiles e inofensivos, y no dolian. Yo daba vueltas alrededor de el, intentando explotar mi ventaja, y le tocaba continuamente con la izquierda.
En el tercer asalto se enfurecio. Quiza su entrenador le habia dicho que estaba perdiendo el combate o quiza se habia dado cuenta el solo. El hecho es que cuando sono la campana se me echo encima como una furia, girando freneticamente los brazos, como si fueran aspas de molino. Mi derechazo directo partio y llego directamente a su cabeza sin que yo fuera totalmente consciente de lo que acababa de hacer, y sin que consiga recordar que movimiento hice exactamente. Lo que recuerdo -o, probablemente, creo recordar- es una especie de imagen congelada, la fraccion de segundo inmediatamente posterior a mi golpe pero anterior a que el cayera a tierra, desmanadamente, igual que se me habia echado encima.
En los combates de boxeo de aficionados es muy raro que uno de los dos pugiles bese la lona, y el KO mas raro todavia. Es un acontecimiento extraordinario, todos lo saben. Cuando vi a mi adversario tendido sobre la lona senti como una llamarada, una corriente de calor y de felicidad salvaje, partia desde la frontera que marcaba mi cinturon y me llegaba hasta la nuca.
El arbitro me ordeno que me retirase a mi esquina y empezo el conteo. El otro se levanto de inmediato y alzo los guantes para indicar que podia continuar el combate. Este se reanudo, si, pero ya habia acabado. Yo contaba ya con una ventaja insalvable, el tipo picado de viruelas tendria que haberme tumbado y noqueado para ganar. No estaba en condiciones de hacerlo. Volvi a dar vueltas a su alrededor, evitando con facilidad sus golpes, cada vez mas desmadejados y mas debiles, y segui castigandole con la izquierda hasta que la campana marco el final del asalto y del combate.
Esa noche no dormi. Todavia era un crio y, precisamente por eso, supe, como pocas otras veces en mi vida, lo que era sentirme un hombre.
Deje de golpear el saco. Me quede quieto frente a el, intentando controlar la respiracion, notando violentas pulsaciones en las sienes y dejandome invadir por una ternura desesperada hacia ese nino-hombre, despierto en la oscuridad, envuelto en su manta, asomado a ese todo que aun no le habia ocurrido.
Cuando la frecuencia de sus oscilaciones, y la de mi respiracion, se redujo, me sacudi a mi mismo de esa especie de trance.
Nico, con la Velvet Underground, cantaba «I'll be your mirror».
– Ok, Mister Saco, voy a darme una ducha y luego me ire a la cama a dormir. Espero. En cualquier caso, siempre es un placer pasar media hora contigo.
El asintio bamboleandose, haciendose cargo de ello. Tambien el me tenia carino, a pesar de todo.
10
El maresciallo Navarra es un tipo simpatico, con poca pinta de policia y menos aun de militar. Conserva la cara de un jovencito, un jovencito algo mas gordo de lo que debiera, y nadie se lo imaginaria irrumpiendo, pistola en mano, en una guarida de traficantes de droga o interrogando a un sospechoso a ritmo de guantazos. Esta casado con una ingeniera, investigadora del CNR, a la que conocio en la universidad cuando el tambien estudiaba Ingenieria. Luego hizo las oposiciones para subinspector de los carabinieri, las saco y dejo de estudiar. Tiene tres hijos, un perro, un destello de tristeza en la mirada y una pasion bellisima: construye aviones de papel.
Dicho asi, puede parecer un hobby de crios, una de esas cosas que solo se hacen para matar el rato en la sala de espera del medico.
Pero no es el caso. El se pasa dias haciendo bocetos para cada modelo, proyectando, probando, perfeccionando, hasta que el avion vuela. Y cuando digo vuela quiero decir que vuela de verdad. Mucho rato, un rato increiblemente largo, como si tuviese motor y un piloto, o vida propia. Para darme las gracias por un consejo legal que le di a su hermana, me regalo tiempo atras uno de sus aviones. Aun lo conservo y es uno de los pocos objetos de los que me doleria desprenderme.
Tenia el numero del movil de Navarra, asi que lo llame a la manana siguiente.
– Maresciallo Navarra, soy el abogado Guerrieri.
– Buenos dias, abogado, ?que tal esta? ?Conserva aun mi avion?
– Buenos dias. Lo conservo aun, claro. Lo miro de vez en cuando, preguntandome como consigue hacer algo asi con dos simples trozos de papel.
– ?Puedo ayudarle en algo? -me dijo.
– Si, me gustaria hablar de una cosa con usted, como una media hora. ?Quedamos?
– ?De que se trata?
– De la desaparicion de Manuela Ferraro. Sus padres vinieron a verme hace unos dias, he leido el dosier y me gustaria comentarlo con usted, si tiene un rato.
– ?Tiene que ir hoy al juzgado?
– No, pero si usted tiene que ir nos podemos ver alli.
– Si tiene que ir expresamente no merece la pena. Mejor les pido a los del juzgado que me dejen declarar lo antes posible, le llamo y me acerco a verle a su bufete.
Le dije que no queria hacerle perder el tiempo y el me contesto que le apetecia ir a verme. Dijo que yo le resultaba simpatico, a diferencia de la mayoria de mis colegas. Dijo que, segun el, yo deberia ser fiscal porque le habia gustado como lleve la defensa en un caso por usura que el habia investigado. Dijo que, de haber sido por el fiscal, el cabron del acusado habria salido absuelto. Si los jueces condenaron a aquella panda de usureros fue gracias a mi, dijo. Le apetecia verme, repitio.
Me llamo antes de lo previsto. Su juicio se habia pospuesto porque faltaban algunas notificaciones, asi que ya estaba libre. Veinte minutos despues estaba sentado frente a mi.
– ?No estaba usted antes en otro bufete?
– Si, nos hemos mudado hace cuatro meses.
– Tiene un aire americano. Pero me gusta, es bonito. A mi tambien me gustaria hacer algunos cambios, pero trabajando de carabiniere no es facil, vives estrictamente de tu sueldo y no tienes horarios. Habia pensado en matricularme en la universidad.
– ?Para terminar Ingenieria?
Me miro sorprendido.
– Tiene buena memoria. Pero no, no. No podria ponerme otra vez a estudiar aquellas asignaturas. Habia pensado en algo de letras, de filosofia. Pero quiza es una veleidad mia. Lo que pasa es que, cumplidos los cuarenta anos, empiezas a hacerte preguntas molestas sobre el sentido que tiene lo que haces y, sobre todo,