mintiendo-, que no es nada urgente. ?Cuando vuelves?

– Dentro de tres semanas.

– Cuando estes de vuelta, llamame, asi nos vemos. Charlamos un rato, y te cuento.

– ?Estas seguro de que no me lo quieres contar ahora?

– Segurisimo, de verdad. Gracias, Carmelo, y pasatelo bien, nos vemos a tu regreso.

– De acuerdo. Me lo paso que no veas. Me gustaria que vieras a mis companeros de curso. El mas simpatico es un turco cristiano que desde que se entero de que vengo de Bari no para de repetirme que los de Bari (y, como tu sabes, yo no soy de Bari) les hemos robado los huesos de San Nicolas de Mira y que tenemos que devolverselos. Y luego no hay ningun sitio, pero lo que se dice ninguno, salvo las cercanias de algun vertedero, donde uno pueda fumarse un cigarro. Pero bueno, basta de charlas. Nos vemos a mi regreso.

Colgamos, y yo, al pensar en Tancredi a miles de kilometros de alli, me senti muy solo. Para alejar aquella sensacion me dije que debia hacer algo util, practico por lo menos, y decidi llamar a Fornelli.

La forma en la que alguien contesta al telefono -al menos cuando no saben quien esta al otro lado, y evidentemente Fornelli no tenia memorizado mi numero- dice mucho acerca de como es. La voz de Fornelli, con su fuerte acento de Bari, era debil y gris.

– Hola, Sabino, soy Guido.

La voz se reanimo, cobro cuerpo, y tambien algo de color.

– ?Anda!, hola, Guido.

– Hola, Sabino.

– ?Has podido leer el dosier?

Le dije que si, que lo habia leido. No le dije, en cambio, ni una palabra de mi conversacion con Navarra: como habiamos acordado, aquella conversacion nunca habia tenido lugar.

– ?Te has hecho una idea? ?Crees que podras hacer algo?

– Con franqueza, no creo que tengamos muchas posibilidades de encontrar algo que no haya salido ya a la luz en la investigacion de los carabinieri. De todas formas, no estaria de mas que hiciera algunas comprobaciones para no quedarnos con dudas.

– Perfecto. ?Que quieres hacer exactamente?

Su voz era ahora completamente distinta de la del senor un poco deprimido que habia contestado al telefono hacia apenas unos instantes. Parecia casi excitado. Manten la calma, pense. No saldra nada de todo esto. No te hagas ilusiones y, sobre todo, mucho cuidado con lo que vayas a decirles a esos pobres padres.

– He pensado en hablar con el ex novio de Manuela, con las dos amigas que estudian en Roma y tambien, quiza, con la chica que la acompano a la estacion el dia en que desaparecio.

Le dije que necesitaria su ayuda para ponerme en contacto con esas personas. El dijo que claro, que el se encargaba de eso. Llamaria a la madre de Manuela -el padre, como ya habia podido ver, no estaba en condiciones de ayudarnos- y le pediria que localizase a los jovenes. Tendria noticias suyas lo antes posible. Sabia que habian hecho bien dirigiendose a mi, dijo al final, con un tono de voz incongruentemente alegre, apenas un instante antes de volverse a arrojar de cabeza a la zona pantanosa de su subconsciente desde la que me habia cogido el telefono.

Pense que ahora, quiza, podria ponerme a trabajar en serio.

A trabajar como abogado, despues de jugar a los detectives: al dia siguiente me aguardaba uno de los juicios mas surrealistas de mi, asi llamada, carrera. Llame a Consuelo, a la que le habia encargado que se estudiase el caso, y le dije que se reuniera conmigo para prepararlo juntos.

12

Mi cliente era un joven de veinticinco anos acusado de un delito de estragos en grado de tentativa.

Dicho asi, el asunto produce una cierta impresion y evoca imagenes tragicas, el acre olor de la polvora disparada, muertos, gritos, heridos, sangre y sirenas de ambulancia.

Leyendo el encabezamiento del auto de imputacion y los autos del proceso, las cosas eran muy distintas. El auto de imputacion especificaba que Nicola Costantino estaba imputado por el «delito contemplado y castigado por el articulo 422 apartado 2? del Codigo Penal porque, con el fin de suicidarse, habia realizado actos susceptibles de poner en peligro la seguridad publica, en particular habia abierto las bocas de gas en su domicilio con la intencion, cuando la atmosfera estuviese saturada, de producir una explosion, potencialmente capaz de destruir todo el inmueble; suceso destructivo que no llego a verificarse solo gracias a la intervencion de los carabinieri».

Nicola Costantino, que llevaba ya un tiempo en tratamiento psiquiatrico, habia intentado suicidarse inhalando gas. Estaba solo en casa, se habia encerrado en la cocina, se habia tomado media botella de ron y una dosis importante de ansioliticos y luego habia abierto todos los hornillos. Una vecina con el olfato muy sensible se dio cuenta casi en el acto de que algo no iba bien y aviso a los carabinieri. Los militares -que «se personaron en el acto», segun se leia en el informe-, tras derribar puertas y abrir ventanas de par en par, encontraron al joven en el suelo, inconsciente pero, milagrosamente, todavia en este mundo. Resumiendo, que le salvaron la vida. Pero, tras consultarlo con el letrado de turno, tambien lo arrestaron. Acusado de estragos.

Si se consulta un manual de derecho penal se descubre que para que exista un delito de estragos no es necesario que muera alguien: basta con que se verifique que ha existido peligro y que los actos se realizaron con el especifico fin de asesinar.

El ejemplo mas claro es el del terrorista que coloca en un lugar publico una bomba de alta potencia, lista para explotar. El artefacto no explota, quiza por un defecto de funcionamiento, pero el terrorista tiene que responder igualmente de un delito de estragos porque su intencion era asesinar a un numero indeterminado de personas y sus actos se corresponden con la intencion de producir dicho resultado.

La historia de mi cliente era, como decirlo, ligeramente distinta. Nicola Costantino no era un terrorista, solo era un chico debil, perturbado, inevitablemente propenso al fracaso. Habia decidido quitarse la vida y no lo habia logrado, demostrando que su capacidad para fracasar en todo cuanto se propusiera era extensible al campo de las actividades autolesivas.

No habia dudas de que al cometer la idiotez de abrir el gas habia puesto en peligro la integridad de todos los vecinos del edificio; no habia duda, igualmente, de que con esa idiotez no perseguia asesinar a nadie, salvo a si mismo.

Este era el elemental argumento que intente exponer ante la fiscalia y el Tribunal Superior para sostener que el delito de estragos no podia configurarse y que no existia, por lo tanto, una base juridica para retener en la carcel a mi cliente.

No estuve lo bastante persuasivo. Los jueces del Tribunal Superior escribieron, al justificar el rechazo a mi instancia, «que es suficiente, para que se realice el delito de estragos en grado de tentativa, que alguien tenga la intencion de asesinar a quien sea, por lo tanto, tambien a si mismo».

El argumento estaba dotado de una fuerza paradojica y casi hipnotica.

?Acaso Costantino no habia puesto en peligro la integridad publica con su intento -fracasado solo gracias a la rapida intervencion de las fuerzas del orden- de acabar con su vida? Era, por lo tanto, indiscutiblemente responsable de un delito de estragos, del que existian todos los requisitos, objetivos y subjetivos.

Y ya que la modalidad del hecho y la personalidad inestable del indagado (el unico punto en el que estaba de acuerdo con los jueces) permitian establecer la duda razonable de que se reiterara una actuacion de las mismas caracteristicas, parecia inevitable que se tomasen medidas cautelares en su expresion mas contundente: la reclusion en la carcel.

Justo cuando me disponia a recurrir ante el Tribunal Supremo contra esta estrambotica interpretacion del Codigo Penal, los padres del joven vinieron a verme. Al principio, parecian sentirse en una situacion algo embarazosa pero luego, tras algunos titubeos, consiguieron decirme, de forma clara y directa, que no querian que presentara el recurso.

– ?Por que? -pregunte, estupefacto.

Ambos se miraron a los ojos, como decidiendo cual de los dos debia responder.

– Si el problema es por mis honorarios -dije, recordando cuanto les habia pedido por el recurso-, no se

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