hablar de mi futuro. ?En que puedo ayudarle?
– A decir verdad, no estoy muy seguro de para que te necesito. No se por donde empezar.
– Intentelo por el principio.
Era un buen consejo. Lo segui y le conte toda la historia. Le dije que estaba intentando descubrir que le habia ocurrido a Manuela (de la que el no habia ni oido hablar) y que las unicas perspectivas de conseguirlo estaban ligadas a Michele Cantalupi, un consumidor habitual y tirando a consistente de cocaina. ?Conocia a Cantalupi? ?Habia sido alguna vez cliente suyo o habia oido hablar de el por ahi?
– ?Ha dicho Michele Cantalupi?
– Si. No se si el dato te sera de ayuda, pero parece ser que es un tipo muy guapo.
– Michele. Me suena, pero tampoco es que sea un nombre muy raro. No tendra una foto, ?no?
– No, no tengo ninguna. Puedo intentar conseguir una. Pero, fotos aparte, me gustaria que me aclararas una cosa. Si este tipo traficara en ambientes bien, ?tu lo conocerias?
– No tiene por que. Obviamente, conozco a un monton de gente, pero la ciudad es muy grande y hay mas gente que consume de la que usted se imagina. Hay veces en las que llevo cincuenta gramos a una fiesta y luego me entero de que se los han esnifado todos. En una sola noche, no se si se hace cargo.
– ?Te molesta si te pregunto algunas cosas sobre como funciona el sistema?
– No, claro. Usted es mi abogado y, ademas, es para algo importante. Pregunteme todo lo que quiera, sin cortarse.
– ?Como es posible que un chico que asiste a estas fiestas pase de ser un simple consumidor a…?
Me di cuenta de que emplear la palabra camello me costaba trabajo, como si me diese miedo ofender a Quintavalle que, de hecho, se dedicaba a ese oficio, definido con una palabra un tanto asquerosa. El se dio cuenta de lo incomodo que me sentia.
– A convertirse en un camello. No se preocupe, abogado, no crea que me siento ofendido. El asunto sigue un mecanismo bastante tipico. Imagine que un grupo de gente quiere comprar una cierta cantidad, para repartirla o para consumirla, todos juntos. Hacen una colecta y luego alguien se encarga de ir a comprarla. Entre otras cosas, la ley dice que comprar para el consumo propio no es delito y…, pero bueno, estas cosas no se las tengo que explicar a usted. Resumiendo, este chico, el que se encarga de comprar para su panda de amigos, se da cuenta en un momento dado de que puede sacarse un dinero. Asi que empieza a comprar la farlopa por su cuenta y a revendersela a los amigos un poco mas cara. Luego, se corre la voz: ese chico puede conseguir droga rapidamente, siempre que haga falta puede recurrirse a el. Poco a poco, se va haciendo una clientela, conoce a mas de un tio que le suministre, puede que fuera de la ciudad, que siempre es mas seguro, y, bueno, asi es como uno termina haciendose camello.
– ?Fue lo que te paso a ti?
– Mas o menos. A mi me pasaron tambien otras cosas, pero no creo que eso le interese ahora.
Asenti, como haciendome cargo. En realidad, era para darme un respiro, porque despues de la conversacion estaba exactamente igual que antes. Durante unos segundos me senti, con una intensidad insoportable, un perfecto e injustificable canalla. Luego, la sensacion fue pasando, dejandome solo una nausea de fondo, leve pero inexorable.
– Esta bien, Damiano, gracias. Intento conseguir una foto del tipo este y te llamo.
– Yo, mientras, empiezo a hacer preguntas por ahi.
– Con cuidado, por favor, no corras riesgos.
Quintavalle me sonrio, mientras se ponia de pie para despedirse.
Su sonrisa queria decir que agradecia mi recomendacion, pero que era totalmente innecesaria. No correr riesgos formaba parte de su forma de vida y de su trabajo desde hacia muchos anos.
20
Llegado a este punto, me plantee como pedirle a Fornelli una foto de Cantalupi, y el asunto me parecio absurdamente dificil.
Apenas se lo pidiera, el, justamente, me preguntaria que para que. No tenia ganas de responder a esa pregunta y de explicarle que estaba haciendo. No de momento, al menos. Quiza me intimidaba decirle que me habia puesto a hurgar en el ambiente de los traficantes, en el que evidentemente contaba con buenos contactos. Quiza no queria que mis veleidades de investigador se concretaran difamando objetivamente a alguien -Cantalupi- que lo mismo no tenia nada que ver ni con la desaparicion de Manuela ni con el trafico de drogas. Quiza me producia malestar la idea de que acudiese a los padres de Manuela y, para justificar la peticion, les dijese que habia buenas noticias y que el sabueso de Guerrieri estaba en la pista correcta, dandoles falsas esperanzas. O quiza, mas sencillo, no queria que Quintavalle, al ver la foto, me dijese que no conocia de nada a ese tipo, acabando de golpe con mi brillante pista.
En vista de eso, me limite, simplemente, a dejar que pasara todo el fin de semana sin hacer la llamada.
El lunes siguiente fui al bufete despues de una audiencia que se habia alargado mucho. Era ya demasiado tarde como para ir a comer, pero tambien era demasiado pronto como para acudir a la primera cita. Asi pues, me tome un capuchino en la libreria Feltrinelli y me compre un libro. Se titulaba Los misterios de Bari y la contraportada prometia el relato de algunas de las leyendas ciudadanas mas impresionantes de Bari, con la resena de los inquietantes hechos historicos que las habian originado.
Al salir de la libreria, con la idea de estar todavia otra media hora a mis anchas, vi llegar al senor Ferraro, el padre de Manuela.
Caminaba con paso decidido, la vista al frente, justo en direccion hacia mi, y durante unos segundos pense que estaba alli porque iba a verme y decirme algo. Prepare la cara para una expresion de saludo y los musculos del brazo para extenderle la mano y estrechar la suya.
Ferraro, sin embargo, me atraveso, literalmente, con la mirada, y paso de largo. Sin verme, y su expresion, en apariencia vigilante pero, en realidad, abstraida y ausente, me produjo un escalofrio.
Me di la vuelta, lo mire durante unos segundos y luego, casi sin querer, empece a seguirlo.
Al principio, actue con cautela, pero luego me di cuenta de que no hacia ninguna falta. Ferraro no miraba a su alrededor, mucho menos hacia atras. Caminaba a buen ritmo, y la mirada con la que me habia atravesado estaba dirigida solo hacia delante, hacia el vacio. O hacia algun lugar peor que el vacio.
Llegamos a la calle Sparano y el giro hacia la estacion.
Ni siquiera me pregunte que estaba haciendo y por que. Era presa de un instinto febril que me empujaba a seguirle, sin pensar.
Cuando me convenci de que no habia reparado en mi ni siquiera si me plantaba delante de el, bloqueandole el paso -se habria limitado a evitarme y continuar su camino-, me volvi mas audaz y me acerque mucho mas a el, empece a caminar casi a su lado, a no mas de un par de metros de distancia.
Si alguien hubiese observado la escena desde lejos habria podido pensar, incluso, que ibamos juntos.
Mientras caminabamos me ocurrio algo singular. Me parecio percibir toda la escena -incluido yo mismo- desde un punto de vista distinto al mio. Una especie de vision disociada, como si me encontrase en un balcon, en un primer o segundo piso, situado a nuestras espaldas.
Lo que observe no me gusto. Hay algunas fotos, tratadas por ordenador, en las que todo esta en blanco y negro y en el medio hay una mancha de color: un objeto, un detalle, una persona. La escena que estaba observando estaba tratada al reves. Toda ella estaba en color, era normal, pero en el centro habia un ente en blanco y negro, casi fluorescente, y tristisimo. Ese ente era el padre de Manuela.
Solo duro unos segundos, pero me helo el corazon como en una pesadilla.
Llegamos a los jardines de la plaza Umberto, dejamos atras el Ateneo, alcanzamos la plaza Moro. Al llegar alli, se detuvo unos instantes frente a la fuente, en direccion contraria al viento, y me parecio que queria, deliberadamente, dejarse golpear por las salpicaduras del agua. Luego dejo atras tambien la fuente, entro en la estacion, se dirigio resueltamente al paso subterraneo, bajo, evito a un mendigo, y subio al anden 5.
En el anden habia gente aguardando el tren. Mire los paneles que indicaban que tren estaba llegando y supe lo que ya habia intuido.
Ferraro se sento en un banco y encendio un cigarro. Senti el impulso de acercarme a el y pedirle otro para