fumar juntos. Tenia un paquete de Camel y me habria fumado con autentico gusto un hermoso Camel para quemar, junto al tabaco y el papel, esa tristeza viscosa y desgarrada que me habia infectado como si fuera una enfermedad.
Luego pense que no debia estar alli: espiar a alguien, en terminos generales, no es bonito. Espiar los recovecos de los demas, como el dolor que vuelve loco, es algo feo y peligroso. El dolor puede ser contagioso, lo sabia. Pese a todo, no me fui. Permaneci alli, con mi traje gris y mi cartera de abogado, y aguarde a que el tren procedente de Lecce, Brindisi, Ostuni, Monopoli llegara a la estacion. Aguarde a que el senor Ferraro recorriese el anden mirando, uno por uno, a todos los viajeros que salian de los vagones. Aguarde a que las puertas se volvieran a cerrar y a que el tren se volviese a poner en marcha, y tuve que vencer la tentacion de continuar siguiendole, cuando el se enfilo de nuevo en la linea de sombra de las escaleras y del paso subterraneo para desaparecer.
Cuando estuve de nuevo en la plaza de la estacion, reencendi el movil. Lo habia apagado en el juzgado y luego se me habia olvidado encenderlo. Un mecanismo inconsciente de autodefensa, supongo.
Tenia muchas llamadas perdidas y bastantes mensajes. Uno de ellos decia lo siguiente:
«Su tel siempre apagado hable con nicoletta llameme y le cuento besos caterina».
21
La llame enseguida, procurando ignorar el efecto que me habia causado aquel «besos» al final del mensaje.
– Soy Guido Guerrieri, me he encontrado un mensaje…
– He llamado un monton de veces pero tu movil estaba siempre apagado.
?Tu movil? ?Ya no me hablaba de usted?
– Si, estaba en el juzgado y lo tenia apagado. ?Querias decirme algo?
– Si, he hablado con Nicoletta.
– Bien, ?le has pedido que hable conmigo?
– He tenido que llamarla varias veces. Al principio me ha dicho que no queria.
– ?Por que?
– No lo se. Se sentia confusa y ha dicho que no queria verse implicada.
– ?Implicada en que? Solo quiero hacerle un par de preguntas.
– Eso mismo le he dicho yo. Le he insistido mucho y al final la he convencido.
– Bien, gracias. ?Como hacemos, entonces?
– Dice que solo esta dispuesta a hablar contigo si yo la acompano.
Permaneci unos segundos en silencio.
– Le he dicho que no tenia nada de que preocuparse, que solo querias hacerle algunas preguntas acerca de Manuela y, al final, como ella seguia negandose, le he dicho que podia acompanarla. Pense que eso la tranquilizaria.
– ?Y en que hemos quedado?
– Tenemos que ir a verla a Roma, los dos juntos.
Esa respuesta me produjo un efecto totalmente esquizofrenico. Por un lado, me molesto que invadieran mi campo; por otro, me excito ligeramente el tono de seduccion, casi explicita, que habia en las palabras de Caterina. No sabia que decir y, como me ocurre siempre en estos casos, intente ganar tiempo.
– De acuerdo. ?Puedes pasarte esta tarde por el bufete? Asi lo hablamos con calma.
– ?A que hora?
– Si no te viene mal, ya hacia el final de la tarde.
– ?A las ocho y media es buena hora?
– Es una hora perfecta. Entonces, hasta luego, gracias.
– Hasta luego, adios.
La conversacion habia concluido pero yo me quede con el telefono en la mano, mirandolo. Por la cabeza me estaba pasando un monton de pensamientos, y algunos de ellos no eran ni profesionales ni licitos. Me senti confuso y de la confusion, pense, podia pasar muy facilmente al ridiculo. Entonces arroje el telefono al bolsillo, casi con rabia, y me apresure en ir al bufete.
Tenia la tarde muy ocupada, asi que se me paso el tiempo rapido. Al dia siguiente Consuelo tenia su primer juicio ella sola, en un juzgado de la provincia, y me habia pedido que lo repasaramos juntos.
Era un juicio por robo improprio. Tres chicos que aun iban al instituto, uno de ellos mayor de edad, los otros dos menores, habian robado galletas, chocolate y refrescos en un supermercado. El vigilante se habia dado cuenta y habia conseguido interceptar a uno de ellos. Los otros dos volvieron para ayudar a su amigo y se produjo una pelea bastante violenta. Habian conseguido escapar, pero la escena la presenciaron muchos testigos y los carabinieri los localizaron en unas pocas horas. Los dos chicos por debajo de la edad penal en el momento de los hechos pasaron a disposicion del tribunal de menores. Nuestro cliente era el mayor de edad. Acudio a nosotros despues de que lo reenviaran a juicio, cuando llegar a un pacto -la mejor eleccion en un caso de este tipo- ya no era posible. La defensa que habiamos acordado era hacer recaer sobre uno de los dos menores de edad que, mientras tanto, habian obtenido el perdon judicial, es decir, que ya no se arriesgaban a nada, toda la responsabilidad de la agresion al vigilante. Entre parentesis, no habia que excluir que esta fuera la verdad, dado que uno de los menores en cuestion era jugador de rugby y pesaba al menos noventa kilos.
Al dia siguiente yo iba a estar ocupado en el Tribunal Superior de Lecce, asi que decidimos que el juicio por el robo de galletas fuera el primero del que Consuelo se iba a ocupar ella sola.
Mientras me resumia el contenido de sus notas para el dia siguiente, mi concentracion se desgrano, como me ocurre muchas veces, y comenzo a perseguir un recuerdo.
Eramos un grupo de adolescentes de 4? curso, en una tarde de invierno. Estabamos dando vueltas por la ciudad sin saber que hacer, aburriendonos de esa forma en la que uno solo se aburre cuando tiene todo el tiempo del mundo.
En un momento determinado, uno de nosotros -Beppe, creo que se llamaba- dijo que sus padres no estaban en la ciudad y que podiamos ir a su casa a escuchar musica y, quiza, a gastar alguna broma por telefono. Algun otro dijo que antes, sin embargo, teniamos que hacernos con algo de comida y bebida.
– Pues vamos a robar a un supermercado -dijo un tercero.
Nadie tuvo nada que objetar a la propuesta, es mas, fue acogida con entusiasmo: por fin se iba a producir un vuelco excitante en aquella tarde tan aburrida. Yo no habia ido a robar en mi vida, aunque sabia de sobra que algunos de mis amigos se dedicaban habitualmente a realizar ese tipo de hazana. Era la primera vez que me veia implicado en algo asi, la idea no me hacia ninguna gracia, pero no tuve valor para decir que no. No queria que, una vez mas, se confirmase el juicio de mis amigos, para los que mi nombre de batalla era: El Que Se Caga En Los Pantalones.
Me sume, pues, a la mayoria, aunque a medida que nos acercabamos al supermercado elegido para perpetrar el robo, notaba como crecia en mi interior una inquietud formada, a partes iguales, por el miedo a que algo saliera mal y una verguenza reptante y preventiva.
La cosa empeoro cuando entramos en el supermercado. Mis amigos se desplegaron entre las estanterias y empezaron a llenarse de cosas los bolsillos de los pantalones, las cazadoras, hasta los calcetines. Actuaban freneticamente, como hormigas enloquecidas, cogiendo la mercancia y escondiendosela con toda desenvoltura, sin mirar siquiera a su alrededor para comprobar que no los estuviera viendo nadie.
Yo, en cambio, me habia quedado inmovil frente a la estanteria de los bollos y los chocolates. Tenia una bolsa de barritas de chocolate en la mano y la sopesaba, lanzando miradas furtivas a derecha e izquierda. No habia nadie a la vista, y yo me repetia que ese era el momento oportuno para deslizar la bolsa dentro de los calzoncillos y acabar de una vez con el asunto. Pero no lo conseguia. No lograba dejar de pensar que, en el instante mismo en que lo hiciera, alguien asomaria desde alguna parte, daria la voz de alarma, llegarian los vigilantes, y, en una fraccion de segundo, yo me veria esposado y en direccion al correccional, hundido en la humillacion y la