verguenza.
No sabria decir cuanto tiempo permanecimos en aquel supermercado. En un momento dado, Beppe se reunio conmigo, mientras yo estaba mirando como un autista un paquete de galletas rellenas de mermelada, y me dijo, con tono agitado, que teniamos que irnos antes de que la situacion se pusiese peligrosa. Preciso que uno del grupo, un tal Lino, se estaba pasando de la raya, igual que otras veces. Habia cogido demasiadas cosas, se estaba arriesgando a llamar la atencion y a que todo se fuera a la mierda. Palabras textuales. Fue entonces cuando se me ocurrio la idea. Astuta y cobarde.
– Beppe, vamos a hacer lo siguiente: yo compro algo, mientras pago entretengo a la cajera y vosotros aprovechais para salir sin problemas.
Beppe me miro durante unos instantes con expresion perpleja. No entendia. ?Yo era un autentico hijo de puta o, lo que debia parecerle mas verosimil, un cagado que queria ir de listillo? Probablemente, no encontro la respuesta, pero tampoco era ese el momento mas apropiado para hacerlo.
– Vale, llamo a los demas y les aviso. Estate dentro de un minuto en la caja; mientras pagas, nosotros nos piramos. Nos vemos en mi casa.
Senti un enorme alivio. Habia dado con la solucion perfecta: no me portaba como un gilipollas y un inutil (adjetivos con los que, mas de una vez, y no sin razon, me habian definido mis amigos), no corria, practicamente, ningun riesgo, no cometia -pense en esos momentos- ningun hurto. Sobre este ultimo punto tengo que decir que entonces no tenia muy claros el concepto de complicidad y los principios basicos de la participacion de otras personas en el delito.
Media hora despues estabamos todos en casa de Beppe y la mesa del comedor estaba literalmente cubierta de galletas, latas de Coca-Cola, zumos de fruta, chocolatinas, caramelos, bollos, quesitos y hasta dos salami. En medio de toda aquella mercancia robada destacaba, patetico, el paquete de Ciocori que yo habia comprado con mi dinero.
Me imagino que la escena, en su conjunto, debia parecer mas bien ridicula, pero en esos momentos a mi me resultaba muy dificil apreciar el lado comico del asunto. El momento de alivio ya habia pasado, y ahora me encontraba enfrentado a la desagradable verdad: habia contribuido a cometer un robo y era tan ladron como los demas, solo que, encima, yo era mucho mas cobarde.
Los otros chicos comian, bebian y comentaban la hazana. Yo estaba aterrorizado, temiendo que alguien se fijase en mi contribucion y destripase los motivos. No llego a ocurrir tal cosa, por suerte, pero al poco me resulto insoportable permanecer alli. Me invente una excusa que no le interesaba a nadie y que nadie escucho y sali corriendo. Dejando sobre la mesa el paquete de Ciocori.
– Guido, ?me estas escuchando?
– Perdona, Consuelo, me he distraido. Me he acordado de una cosa que me habia olvidado y…
– ?Va todo bien?
– Si, si, todo bien.
– Parecias ausente.
– Me pasa de vez en cuando. Pero, ultimamente, con mas frecuencia que antes.
Ella no dijo nada. Parecia como si estuviese buscando las palabras adecuadas o el valor para hacer una pregunta. No las encontro ni lo encontro.
– No es nada preocupante, de todas formas. Puedes preguntarselo a Maria Teresa. De vez en cuando, parece que se me ha ido la cabeza, pero soy inofensivo.
Mas o menos.
22
No di nuevas pruebas de desequilibrio mental, terminamos de estudiar el caso, Consuelo volvio a su despacho y, poco despues, antes de la hora que habiamos acordado, llego Caterina. Pasquale se asomo a mi despacho y me pregunto si podia recibir ya a la senorita o le decia que esperase hasta la hora de la cita. Le dije que la hiciera pasar, claro, pero esa falta de puntualidad a la inversa me produjo una leve e incomprensible sensacion de molestia.
– Llego antes de tiempo, si tienes cosas que hacer puedo esperar. Por otra parte me he dado cuenta de que te…, de que le…, bueno, de que por telefono le he tuteado -dijo mientras se sentaba frente a mi mesa.
– No te preocupes, ya he terminado con los otros asuntos. Y por lo del tuteo, tranquila, cero problemas.
?Cero problemas? ?Pero como estas hablando, Guerrieri? ?Te has vuelto loco? Despues de ese «cero problemas» ya solo te quedan tres pasos: «darle una torta», «a nivel de musica, el concierto estuvo bien», y «pienso de que si» para irte de cabeza al Infierno de Dante, al circulo de los asesinos del idioma.
– Es que tenia cosas que hacer y me he dado mas prisa de lo esperado. En vista de eso, he decidido venir aqui, total, lo peor que podia pasar es que tuviera que esperar un poco.
Asenti, esforzandome en mirarle la cara y no la blusa blanca, de corte masculino, y generosamente desabrochada, que llevaba debajo de una cazadora negra de cuero. Sospecho que mi expresion no era lo que se dice la mas inteligente de las que soy capaz.
– Me has dicho por telefono que Nicoletta no queria verse implicada. ?Ha dicho eso exactamente?
– Si, eso es lo que ha dicho. Estaba bastante nerviosa.
– Pero, ?por que? ?En que teme verse implicada?
– No lo se. He pensado que no era una buena idea preguntarselo por telefono y que, si quiero ser de ayuda, lo mejor era convencerla para que hablase contigo.
– Pero, ?ha sido ella la que te ha pedido que la acompanes?
Antes de contestar, Caterina se aparto el pelo de la frente y echo ligeramente la cabeza hacia atras.
– No es que me lo haya pedido, o que yo se lo haya propuesto. Me explico, hemos hablado, he notado que le costaba decirme que si y se me ha ocurrido esa idea, que yo estuviese con ella mientras hablaba contigo.
Habia algo en el discurso y los gestos de Caterina que se me escapaba, que no conseguia que me cuadrara, y que hacia que me sintiera a disgusto, como si en la escena hubiera un objeto fuera de su sitio y yo no lograra averiguar cual era. Como si no tuviese el control de la situacion.
– ?Y en que habeis quedado?
– Le he dicho que iriamos a Roma, nos veriamos, tu le harias algunas preguntas y que, vamos, no le iba a llevar mucho.
– ?Te ha preguntado que tipo de preguntas iba a hacerle?
– Le he contado lo que me has preguntado a mi, pienso que sera mas o menos lo mismo.
Evidentemente, ibamos a hacer lo que ella habia decidido y programado. Casi sin darme cuenta, pense que tendria que ocuparme personalmente de comprar los billetes y, en general, de organizar el viaje. No podia encargarselo a Pasquale o, peor aun, a Maria Teresa. Solo de pensar en las embarazosas explicaciones que iba a dar me sentia en una situacion insoportable. Pense que me dirigiria a una agencia que no fuera con la que trabajaba habitualmente, para evitar que me hicieran preguntas enojosas. Pense que me estaba precipitando hacia un interesante torbellino de reflexiones paranoicas. Caterina me interrumpio.
– ?Has hablado con alguien mas, mientras tanto? ?Has descubierto algo?
– Descubierto no es el termino exacto. Estoy haciendo algunas comprobaciones sobre el tema de la droga, aunque no tengo ni idea de a donde puedan llevarme.
– ?Que tipo de comprobaciones?
– Bueno, soy abogado. Tengo algunos contactos y estoy haciendo preguntas por ahi.
– ?En el mundo de los traficantes, quieres decir? -pregunto Caterina, apoyando las manos sobre la mesa y empujandose hacia mi. Estuve a punto de hablarle de Quintavalle, pero pense que no era buena idea entrar excesivamente en detalles.
– No, por ahi, ya te he dicho, un poco a voleo, para ver si aparece un hilo del que tirar…
Caterina permanecio apoyada en la mesa durante unos segundos, mirandome. Me parecio percibir un chispazo en su mirada y pense que estaba a punto de insistir y preguntarme algo mas: en ese instante comprendi que habia decidido utilizarme. Para descubrir que le habia pasado a su amiga, me dije. La idea me produjo una