– ?Que suerte! Yo, setenta y uno. A su edad, yo escupia fuego.
– Perdone, ?como dice?
– Que era puro fuego con las mujeres, que iba a querer decir… No perdonaba a ninguna. La asistenta…, me la cepillaba. La secretaria…, me la cepillaba. La mejor amiga de mi mujer…, me la cepillaba. Hasta a una monja, una vez. No tenia…, como decirlo…, no tenia compasion, eso es.
Y sigues sin tenerla, me dije, pensando en como me estaba tratando y en que iba a tener que estar con el al menos cuatro horas mas.
– No es que ahora me haya retirado, sigo corriendome mis buenas juergas, pero antes…
No se expreso exactamente asi. Fue mas preciso e indico el instrumento personal e intransferible con el que aun se corria sus buenas juergas. Asenti, con aire comprensivo y expresion de idiota, mientras reprimia la idea de imaginarme a mi mismo con setenta y un anos, los bigotes tenidos, y hablando de las buenas juergas de las que todavia era capaz.
– ?Esta usted casado, abogado?
– No. Es decir, lo estuve, pero ya no.
– Entonces esta usted libre. Pues un jovenzuelo como usted…
Temi que, llegados a este punto, me preguntase si yo tampoco perdonaba, que se yo, a mi asistenta. En mi caso, a dona Nennella, una fornida sesentona, de un metro cincuenta de estatura y provista de unas tetas, mas que caidas cercanas al prolapso mamario, que situaban su talla en algun punto localizable mucho mas alla de la XXL.
El pensamiento, lo reconozco, me produjo una cierta turbacion. Me dije que tenia que refugiarme en el escondite zen de mi mente y hacer caso omiso de todos los estimulos procedentes del exterior. Me dije que si hacia eso, antes de que me diera cuenta, todo habria acabado.
De Santis advirtio mi silencio y penso que quiza se debia a que estaba preocupado por mi salud. Obviamente, a un problema relacionado con el urologo.
– No le pasara nada, ?no?
– ?Pasarme? ?El que? -conteste, mientras pensaba que quiza habia llegado el momento de ser mas selectivo a la hora de aceptar clientes.
El se volvio hacia mi, desentendiendose del detalle irrelevante de la carretera que teniamos por delante y por la que ibamos ya a ciento setenta kilometros por hora. Miro hacia abajo, mas o menos a la altura de mi asiento, y me guino un ojo. Las notas de los Teppisti dei Sogni invadian el habitaculo como melaza vaporizada.
– Todo bien, ?no?
Para en la primera area de descanso que veamos y deja que me baje, viejo loco. Luego, ve a estamparte contra un arbol o un poste de la luz, eso si, procurando no llevarte por delante a terceras victimas inocentes.
No dije eso.
– Si, todo bien, gracias.
A De Santis la respuesta no debio parecerle satisfactoria y considero oportuno insistir, siempre dentro de la misma tematica.
– ?Y la prostata? ?Se la revisa?
– La verdad es que no.
– Si va al urologo, seguro que se la encuentran mas grande de lo normal. Me parece que usted no va porque le da miedo, el urologo, sabe, le mete el dedo…
– Se en que consiste una revision urologica.
Siguieron unos minutos de silencio. Parecia como si la referencia a las revisiones urologicas hubiese puesto meditabundo a mi cliente. Me hice la vana ilusion de que el silencio durase hasta llegar a Lecce. Me equivocaba.
– ?Ha tomado viagra alguna vez, abogado?
– La verdad es que no.
– Yo no salgo sin ella, aunque mi medico dice que no debo abusar, que es malo para el corazon. Pero, bueno, como yo le digo, no puede haber mejor muerte, si me tiene que dar un infarto, que me de mientras me estoy tirando a una tia buena.
Siguio con el mismo tema hasta Lecce, y hasta la sala en la que se celebraba el juicio, y hasta que este empezo. Solo entonces De Santis se vio obligado a dejarlo. Escuchamos a los testigos, escuchamos al ayudante del fiscal y, a la hora de oir a los testigos de la defensa, el tribunal aplazo la vista. Al llegar ese momento, por si acaso habia tenido alguna duda antes, ya estaba totalmente seguro de que mi cliente iba a ser condenado. Pero, pensando en mi salud mental -teniamos por delante el viaje de regreso-, considere mas prudente no comunicarle mi convencimiento al Hombre Que No Perdonaba a Ninguna.
Cuando por fin llegamos a Bari, ya por la tarde, le pedi que me dejara delante de una agencia de viajes, situada lejos del bufete y que no era con la que trabajo habitualmente. Compre dos billetes de ida y vuelta a Roma, reserve dos habitaciones en un hotel cerca de la plaza del Popolo, le explique a la empleada, a la que el asunto no pudo importarle menos, que iba en viaje de trabajo con una colaboradora y, en definitiva, me di cuenta de que me estaba portando como un criminal cuando planea su fuga.
Mientras salia de la agencia, recibi una llamada de Quintavalle.
– Buenas tardes, abogado.
– Buenas tardes, Damiano, ?alguna novedad?
– Tengo una informacion que podria resultarle util.
– Dime.
Quintavalle, sin embargo, permanecio en silencio, y un par de segundos despues me di cuenta de la estupidez que acababa de decir. Y pense en todas las veces en las que habia tildado de mentecatos a los que hablaban por telefono cuando habrian hecho bien en evitarlo y que luego terminaban con las esposas puestas.
– ?Nos vemos y me lo dices en persona?
– ?Me acerco a su bufete?
– Estoy en la calle, por la zona del paseo Sonnino. Si no estas muy lejos y no te viene mal, podiamos vernos por aqui, en un bar, quiza.
– Estoy con el vespino. ?Nos vemos dentro de diez minutos en el Riviera?
– De acuerdo.
24
En unos pocos minutos llegue al Riviera, que a esas horas estaba semivacio. Me sente en una mesa del piso de arriba, desde donde se veia el mar hasta que se perdia la vista. Era exactamente el mismo sitio en el que me sentaba en la epoca de la universidad, con mis amigos, durante algunas tardes de interminables, insensatas, maravillosas conversaciones.
Recorde una de aquellas tardes en concreto. Habiamos salido del seminario de economia politica y, despues de una hora dando vueltas sin rumbo fijo, habiamos acabado en el Riviera. Estoy seguro de que, como de costumbre, empezamos hablando de chicas; no se como, sin embargo, de las chicas pasamos a fantasear con personajes de novela: con cuales nos identificabamos mas, cuales nos hubiera gustado ser. Andrea dijo que Athos, Emilio que Phillip Marlowe, yo dije que el Capitan Fracassa, Nicola dijo, por ultimo, que el tambien aspiraba al papel de Athos. Siguio una animada discusion sobre cual de los dos tenia mas dotes para interpretar al conde de la Fere. Andrea sostenia que Nicola, debido al abuso de perfumes, podia, como mucho, identificarse con Aramis, pero que, para ser totalmente sinceros, todavia mas con Milady. Esta precision subio el tono de la disputa y Nicola aseguro que cualquier duda sobre su virilidad podian aclararla, con toda profusion de detalles, la madre y la hermana de Andrea.
Entrecerre los ojos y me parecio oir nuestras voces, intactas y autenticas, como me las restituia el archivo de la memoria. La voz profunda de Emilio; la nasal de Nicola; la acelerada, a veces con notas algo estridentes, de Andrea; la mia, que nunca he sido capaz de definir, estaban alli, aleteaban por el aire de la sala desierta para recordarme que los fantasmas existen y habitan entre nosotros.