sensacion indefinible, intente descifrarla, pero no lo consegui. Pasaron bastantes segundos antes de que ella rompiera el silencio.
– ?Como quedamos, entonces? Yo estoy libre los proximos dias, asi que por mi podemos ir manana mismo.
– Manana tengo un juicio importante y no puedo faltar. Podiamos ir pasado manana.
– ?Como vamos?
– Lo mejor es ir en avion. Es lo menos cansado, si queremos hacerlo todo en el dia. Salimos por la manana, vemos a Nicoletta, y volvemos por la tarde, en el ultimo vuelo. Como es logico, los billetes y los gastos del viaje corren de mi cuenta.
– Tampoco tenemos por que darnos ese palizon en un solo dia. Llamo ahora a Nicoletta y le pregunto cuando podemos quedar. Segun lo que me diga, decidimos a que hora salimos y si nos quedamos a pasar la noche en Roma.
Lo dijo en un tono muy natural y practico: el propio de quien, sencillamente, esta organizando un viaje de trabajo. La alusion a la posibilidad de pasar juntos la noche en Roma, sin embargo, me dejo sin aliento.
Caterina intento llamar a Nicoletta, pero no tenia el movil operativo, asi que le envio un mensaje.
– Si te viene bien asi, en cuanto Nicoletta me conteste te llamo para contarte, y ya decidimos.
– Pero tu no tienes…, ?a alguien? -Me di cuenta de que no conseguia encontrar la palabra adecuada, lo que hizo que me sintiera, inesperadamente, un viejo y un indiscreto.
– ?Te refieres a un novio, un amigo?
– Si.
– ?Por que me lo preguntas?
– No lo se, se me ha ocurrido de repente al pensar que estamos organizando un viaje y que, bueno…
Me di cuenta de que estaba a punto de encallar. Tambien ella se dio cuenta y no hizo nada para sacarme de aquella situacion embarazosa. Es mas. Me dirigio una sonrisa que, a primera vista, podia parecer juguetona y desenfadada, pero que no lo era en absoluto.
– ?Estas pensando en intentar seducirme, en Roma? ?Tengo que preocuparme?
Vacile durante unos instantes, como cuando tienes los punos bajos y te propinan un gancho en plena cara. Tambien note un ligero rubor en las mejillas y pense que seguia siendo el mismo gilipollas inutil de treinta anos atras, en aquel supermercado.
– Por supuesto. Hariamos una pareja perfecta. Es mas, ahora mismo estaba a punto de pedirte que te casaras conmigo.
La defensa era flojisima, pero tenia que recuperar el equilibrio de alguna forma.
– Te lo preguntaba porque a tu novio, si lo tienes, puede que no le haga mucha gracia que te vayas de viaje con un hombre, entre otras cosas mucho mayor que tu.
– No tengo novio.
– Ah. ?Y eso?
Antes de contestar, se apoyo en el respaldo del sillon y se encogio de hombros.
– Bueno, las historias empiezan y se acaban. Mi ultima historia se acabo hace ya algun tiempo y, por ahora, no busco sustituciones. Nada estable, por lo menos. Digamos que estoy en stand-by.
Luego, como si acabase de recordar que tenia algo que hacer, se apoyo en los brazos del sillon para levantarse y se puso en pie.
– En cuanto hable con Nicoletta y quede con ella para pasado manana, te llamo. Asi puedes ir organizando el viaje.
– De acuerdo -dije, poniendome tambien de pie y rodeando la mesa para acompanarla a la puerta.
Hice ademan de ir a darle la mano pero ella, calculando perfectamente el tiempo, se acerco a mi y me dio un beso en la mejilla. Un beso apenas insinuado, inocente. Tan inocente que me produjo escalofrios.
Cuando se fue intente ponerme a trabajar de nuevo.
No lo logre y, sin darme cuenta, me encontre en medio de una serie de asociaciones mentales tan libres como previsibles. Me pregunte que hotel elegir, en caso de que tuvieramos que quedarnos a pasar la noche en Roma. Obviamente, reservaria dos habitaciones, no hacia falta ni decirlo. Luego me dije que, siempre dentro de los limites de la decencia, portandome como un caballero y no como un viejo verde, podia ser agradable pasar una velada con una joven guapa. Si surge la oportunidad de pasar un buen rato, al margen del trabajo, no es un crimen aprovecharla. Ademas, no estamos hablando de una menor de edad. Elijo un restaurante bonito, con una buena carta de vinos y todo eso. Eso no quiere decir que vaya a tirarle los tejos. Es mas, ni se me ocurre semejante idea. Yo no soy de ese tipo de hombres, dije en voz alta, mientras notaba un hormigueo en las piernas, que me temblaban, y en la nariz, que no dejaba de crecer, muy rapidamente.
23
A la manana siguiente, al encender el movil, me encontre el mensaje de Caterina: habia hablado con Nicoletta y habia quedado con ella al dia siguiente, por la tarde. Asi pues, no podia sacar billetes para ir y volver en el dia y tenia que pensar donde pasar la noche. Era exactamente lo que me esperaba, pero fingi -ante mi mismo, es decir, ante un publico facilmente enganable- que la noticia y las consecuencias que esta comportaba me producian un moderado estupor.
Luego anestesie cualquier eventual regreso de consciencia preparandome para salir. A las ocho iba a pasar a recogerme el senor De Santis, mi cliente en el juicio que tenia esa manana en Lecce.
El senor De Santis era un constructor que, como suele decirse, se habia hecho a si mismo: habia empezado de peon albanil, a los catorce anos, y, peldano a peldano, sin dejar que detalles banales, tipo pagar impuestos, cumplir las normas de seguridad en el trabajo, respetar las leyes urbanisticas, etcetera, obstaculizasen su ascenso social, se habia convertido en un hombre muy rico. Era bajo, estaba ligeramente afectado de esoftalmia, tenia los bigotes tenidos de un color negro tan incongruente con su edad como ridiculo, una mata de pelo que tenia toda la pinta de ser el resultado de un trasplante, y olia a after-shave de los anos cincuenta.
Estaba acusado, segun el injustamente, de haber realizado una parcelacion fraudulenta en un area protegida, corrompiendo a algunos funcionarios municipales. Su interpretacion de la iniciativa judicial por la que estaba encausado era que se trataba de un complot urdido por una banda de jueces comunistas.
Mi interpretacion era que el era tan culpable como Al Capone y que si lograba que saliera absuelto (algo bastante improbable, por otro lado), antes o despues, tendria que rendir cuentas ante alguna Autoridad Superior.
Habia insistido en que fueramos juntos a Lecce, en su coche, un Lexus de esos que cuestan casi lo mismo que un piso y que son casi igual de grandes, y no tarde mucho en arrepentirme por haberle dicho que si. De Santis conducia con el mismo estilo, prudente y contenido, con que lo haria un taxista de Bombay; como banda sonora, se escuchaban, exclusivamente, grandes exitos italianos de los anos setenta. La musica que emplean los norteamericanos en Guantanamo para conseguir que confiesen los tipos mas duros de Al Qaeda.
Nos metimos en la autopista, De Santis alcanzo la velocidad de ciento sesenta kilometros por hora y se situo, de forma permanente, en el carril de adelantamiento. Si un coche no se apartaba a la derecha lo bastante rapido, De Santis tocaba un claxon que parecia la sirena de un remolcador y activaba un sistema de luces que recordaba al de las ambulancias de las peliculas americanas.
Viejo loco, disminuye la velocidad, no tengo interes ninguno en morir joven.
– De Santis, ?por que no va usted un poco mas despacio? Vamos muy bien de tiempo.
– Me gusta la velocidad, abogado, no tendra miedo, ?no? Este cabronazo se pone a doscientos treinta por hora.
Me lo creo. Ve despacio, viejo loco.
– A mi, hay dos cosas que me gustan por encima de todo: esto -dijo, dando un golpecito sobre el volante con la mano- y las mujeres. ?Cuantos anos tiene usted, abogado?
– Cuarenta y cinco.