– ?De verdad que parecia que estaba hablando con alguien?
– Mmmh… -hizo ella, moviendo vigorosamente la cabeza hacia delante.
– Cuando tu perro ha levantado la cabeza para dejarse acariciar la garganta ha hecho el mismo, identico gesto que hacia el pastor aleman de mi abuelo, hace muchisimos anos.
– Nunca se deja acariciar la garganta. Le caes bien, es algo poco frecuente.
– Ese gesto me ha hecho recordar, todas juntas, un monton de cosas de mi infancia. Algunas las he recordado ahora mismo, despues de treinta anos. No me extrana que hayas dicho que parecia que estaba hablando solo.
Volvimos a caminar, en la misma formacion: Nadia, en el centro; Pino-Baskerville, a su izquierda; yo, a su derecha.
– Yo no recuerdo apenas nada de mi infancia. Creo que no fue ni feliz ni infeliz, pero solo lo digo porque no recuerdo momentos especialmente tristes ni especialmente alegres. Si los tuve, los he olvidado, tanto los unos como los otros. Es dificil de explicar, pero hay cosas que se que ocurrieron y por eso digo que las recuerdo. Pero, en realidad, no recuerdo nada, de verdad. Es como si conociese las cosas que me pasaron en esa parte de mi vida solo porque alguien me las ha contado. A veces, me parece que tengo los recuerdos de una infancia que no fue la mia -dijo Nadia.
– Se a que te refieres. Es algo parecido a cuando te preguntas si una cosa ha ocurrido de verdad o la has sonado.
– Justo, es lo mismo. Creo que mi madre organizo un par de veces una fiestecita para celebrar mi cumpleanos, pero si me preguntas que paso en esas fiestas, quien vino, o cuantos anos cumplia, no sabria que responderte. A veces esto me produce una sensacion de vertigo casi insoportable.
– ?Recuerdas mejor otros periodos de tu vida?
– Si. No se si es una bendicion o una desgracia, pero recuerdo perfectamente la epoca en la que empece a trabajar de puta.
– ?Cuando fue? -le pregunte, esforzandome en mantener un tono lo mas neutro posible. Ella ignoro la pregunta.
– Sabes, la explicacion de mis asi llamadas elecciones no tiene nada de dramatico. Mas bien diria que es banal, y tambien algo triste.
Hice un gesto con la mano, como para apartar algo. Fue involuntario y apenas esbozado, pero ella lo noto perfectamente.
– Vale, a paseo con los adjetivos. Lo que quiero decir es que no puedo echarle la culpa de mi destino a nadie ni a ningun acontecimiento. A mi familia, por ejemplo.
– ?Que hacen, o hacian, tus padres?
– Mi padre era secretario en un colegio de scuola media; mi madre era ama de casa. Ya no estan. No puedo decirte que mis relaciones familiares fueran fantasticas, pero no eran peores que los de muchas otras que no terminaron siendo putas. Tengo una hermana, mucho mayor que yo. Vive en Bolonia, no la veo desde hace siglos. Hablamos por telefono de vez en cuando. Amables y distantes, como dos extranas. Lo que somos, por otra parte.
Me gustaron mucho la seca sinceridad y la economia de palabras con las que Nadia habia sido capaz de expresar el concepto.
– En cualquier caso, todo empezo cuando tenia diecinueve anos. Habia obtenido el diploma de agente de aduanas y estaba matriculada en Economia y Comercio, pero me di cuenta enseguida de que no tenia ningunas ganas de seguir estudiando. O puede que lo que no me apeteciese fuera seguir estudiando aquello, pero bueno, para el caso da igual.
Mientras ella hablaba, recupere mentalmente la informacion relativa a su fecha de nacimiento, que lei en los autos del proceso en el que la defendi. Por motivos que ignoro, nunca olvido la edad de una persona, aunque solo la conozca superficialmente o por motivos profesionales.
Hice un rapido calculo: cuando ella tenia diecinueve anos yo tenia veinticuatro. ?Que estaba haciendo a esa edad? Acababa de licenciarme. Aun no habia conocido a Sara, que mas tarde se convirtio en mi mujer, y mas tarde aun en mi ex mujer. Todavia vivian mis padres. En la practica, cuando Nadia estaba a punto de empezar su aventura en el mundo real, yo, aunque fuese cinco anos mayor que ella, era todavia un crio.
– Queria ser independiente, queria irme de casa, odiaba la mediocridad de mi vida familiar. No soportaba aquel piso modesto, tres habitaciones, cocina y servicio, repleto de objetos de pesimo gusto, y el olor a naftalina que salia de la habitacion de mis padres. No soportaba sus conversaciones insignificantes y sus miserables planes de futuro: pagar los plazos del coche, encontrar un hotel de dos estrellas para pasar las vacaciones, contar los anos que faltaban para que mi padre se jubilase. No soportaba las cuentas para que cuadrase el presupuesto familiar, la pasta recalentada de por las noches, los vestidos viejos y dados de si de mi hermana, el mantel de hule de la cocina. Pero habia algo que detestaba por encima de todo.
– ?El que?
– Mi padre tomaba un poco de vino, en la comida y en la cena. Poco, pero todos los dias. Obviamente, no podiamos permitirnos vinos caros, asi que, al hacer la compra, comprabamos vino en tetra-brick. En la mesa siempre habia uno, y recuerdo la siguiente secuencia de gestos: mi madre abria el tetra-brick con las tijeras; mi padre se echaba vino hasta llenar la mitad del vaso y el resto lo llenaba con agua; al final de la comida, mi madre cerraba el tetra-brick con una pinza de la ropa y luego, a la hora de la cena, volvia a ponerlo encima de la mesa. ?Dios, como lo odiaba! Hay veces en las que revivo esa sensacion y me quema como entonces. Otras, en cambio, me devora el sentimiento de culpa.
– Es inevitable, creo.
– Ya, yo tambien creo que es inevitable. En cualquier caso, yo era una chica guapa y empece a trabajar como azafata en una agencia que ofrecia personal para congresos, reuniones politicas, espectaculos. Una vez, uno de los organizadores de una convencion de asesores de productos farmaceuticos me pregunto si me apetecia acompanarle a cenar, cuando terminase de trabajar. Era un senor de unos cincuenta anos, muy distinguido, con unos modales exquisitos. Acepte, quede con el lejos de mi casa porque me daba verguenza que viera donde vivia.
– ?Donde vivias?
– En un bloque de barrio, por la zona del Redentore, ya sabes, el Instituto de los Salesianos.
– Voy por esa zona a practicar boxeo.
– ?Boxeo? ?Punetazos y todo eso?
– Si.
– No es que seas muy normal, lo sabes, ?no?
– Anda, sigue…
– El vino a buscarme en un Thema Ferrari y me llevo a cenar a un restaurante famoso, uno de esos con los que siempre habia sonado. Lo recuerdo como si lo viese. Todo: el mantel, los cubiertos de plata, los vasos, los camareros tratandome como a una senora, aunque fuese una cria. Y recuerdo todo lo que comimos y el vino que tomamos. Un Brunello, la botella debia costar una fortuna, y aun me parece estar apreciando su sabor, su aroma, ahora mismo, aqui, mientras te hablo.
– ?Que restaurante era?
Me dijo su nombre. Lo recordaba bien, era uno de los restaurantes de moda de hacia veinte anos, en la provincia: un sitio al que no habia ido nunca. No fui de joven porque entonces no podia permitirmelo y no fui mas tarde, cuando ya habria podido hacerlo, porque habia cerrado, esfumandose en la nada, como tantas otras cosas de aquellos anos.
– Despues de cenar me propuso que fueramos a tomar una copa a su casa.
El tono era neutro, pero en el relato se percibia que la tension iba in crescendo. La tension de las historias cuyo final ya te sabes. Un final que no te gusta, pero que no puedes hacer nada para evitarlo o cambiarlo.
– Pense que viviria solo y que me llevaria a su casa. En realidad estaba casado y tenia un hijo de mi edad. Me llevo a una especie de apartamento de soltero, y todo se desarrollo de forma natural. Al irnos me dio trescientas mil liras.
Hizo una pausa y me miro durante unos segundos antes de proseguir, con un tono en el que se advertia un imperceptible matiz de desafio.
– ?Y sabes que? Me gusto mucho coger aquel dinero. Tuve la sensacion de que estaba a punto de alcanzar el