Estaba a punto de decir algo pero cambio de idea, estoy seguro, y dijo otra cosa.

– ?Por que me pediste ayer una foto de Michele?

– ?Has encontrado alguna?

– He encontrado algunas fotos de grupo, pero todas estan tomadas desde lejos. No se ven bien las caras. ?Para que necesitas una foto de Michele?

Dude unos segundos, luego comprendi que no podia no decirselo.

– He hablado con un cliente, un traficante de coca que surte a la denominada gente bien de Bari. Le he preguntado si en el ambiente se conocia a un tal Michele. El no lo conocia, pero ha estado haciendo preguntas por ahi, y ha encontrado a un camello de poca monta que cree conocerlo; para estar seguros, hace falta ensenarle una foto.

– ?Y quienes son esos dos camellos?

– ?Que importancia tiene eso? Ademas, sus nombres no te dirian nada. Lo que cuenta es la informacion que pueden darnos, siempre y cuando el asunto de la droga tenga alguna relacion con la desaparicion de Manuela, claro esta.

Me di cuenta de que le habia contestado de una forma muy brusca, con un tono de voz ligeramente molesto; mas o menos, igual que contesta un policia cuando alguien -un fiscal, un abogado, un juez- intenta obligarle a que revele el nombre de uno de sus confidentes. Eso es algo que no se hace. Caterina me miro con una expresion algo asombrada, tambien algo ofendida.

– ?Por que te enfadas?

– No me enfado, es que no existe ninguna razon por la que tu debas saber el nombre de unos delincuentes profesionales. Entre otras cosas, yo soy abogado y, a las malas, siempre puedo acogerme al secreto profesional, pero tu no tienes esa posibilidad.

– ?Que quieres decir?

– Quiero decir que, si por algun motivo, por algo que ahora no podemos siquiera imaginarnos, nos interrogase la policia, o los carabinieri, o el fiscal, yo podria negarme a hablar acogiendome al secreto profesional. Tu, en cambio, te verias obligada a decir la verdad y a contar todo lo que sabes sobre determinados delitos y sobre sus autores. Hazme caso, cuanto menos sepas, mejor para ti.

Hice una breve pausa y conclui:

– Y perdona si he sido brusco.

Ella parecio a punto de decir algo, pero se lo penso mejor y se limito a encogerse de hombros.

Poco tiempo despues, el avion inicio el descenso sobre el aeropuerto de Roma.

Cogimos un taxi, despues de hacer una cola bastante larga; mientras esperabamos Caterina volvio a hablar, despues de haber estado un buen rato callada, supongo que para dejarme muy claro que estaba enfadada. Si su intencion era que me sintiera culpable por lo que le habia dicho en el avion, lo logro de todas maneras.

En aquel taxi no habia libros. A cambio, habia pegatinas con la doble hacha fascista y con el retrato del Duce [Mussolini]. El taxista era un ninato con perilla, el pelo cortado al cero, un aguila tatuada en el cuello y el labio inferior colgante. Senti un intensisimo deseo de darle un par de buenos punetazos en la cabeza y en la cara, para borrarle esa estupida expresion de arrogancia.

Le hable a Caterina del taxista que me habia llevado la vez anterior y le conte su historia, que me parecia bellisima. Ella no parecio especialmente impresionada.

– A mi no me gusta mucho leer. Es raro que encuentre un libro que realmente me apasione.

– ?No has leido ultimamente nada que te haya gustado?

– No, recientemente no, nada.

Estaba a punto de insistir y preguntarle por el ultimo libro que habia leido, aunque no fuera recientemente. Luego pense que, casi con toda seguridad, su respuesta no iba a gustarme, y decidi olvidar el tema de la lectura.

– ?Que haces en el tiempo libre?

– Me gusta oir musica. La escucho de todas las formas posibles, muchas veces en internet. Tambien me gusta ir a conciertos, cuando puedo, y al cine. E ir al gimnasio, salir con los amigos y…, ah, se me olvidaba lo mas importante: me gusta muchisimo cocinar. Se me da muy bien, un dia de estos te invito y lo compruebas. Cocinar me relaja. Lo ideal es que alguien se encargue luego de limpiarlo todo. Pero yo no te he preguntado nada sobre ti. ?Estas casado, tienes novia, una companera?

– Podria ser gay y tener un novio o un companero.

– Imposible.

– ?Que te hace pensar eso?

– La forma en la que me miras.

La frase me llego como una bofetada, rapida, de esas que no ves venir. Tuve que hacer un esfuerzo para tragar mientras intentaba encontrar una respuesta ingeniosa. Obviamente, no la encontre, asi que fingi que no habia pasado nada.

– No, no estoy casado. Lo estuve, pero la cosa se acabo hace ya bastantes anos. Tampoco vivo ni salgo con nadie, desde hace un tiempo.

– Que desperdicio. No tienes hijos, ?no?

– No.

– Entonces hagamos una cosa. Una de estas tardes, cuando volvamos a Bari, me invitas a cenar a tu casa. Tu te encargas de la compra (yo te digo lo que tienes que comprar; el vino lo dejo a tu eleccion) y yo hago la cena, pero luego no recojo ni friego nada. ?De acuerdo?

Le dije que si, que por mi de acuerdo. Ella parecio satisfecha, se volvio a poner los auriculares y siguio escuchando musica.

28

El hotel era mucho mejor que al que voy, ya desde hace muchos anos, cuando tengo cosas que hacer en Roma y no consigo terminarlas en el dia.

Decidimos cambiarnos y comer algo por alli cerca. Luego Caterina llamaria a Nicoletta y quedariamos con ella.

La habitacion era acogedora y daba a un patio al que ya habia llegado la primavera, precoz, fresca y deslumbrante. Mientras me desnudaba para darme una ducha me di cuenta de que habian pasado anos desde la ultima vez que estuve en un hotel con una mujer. Y de que la mujer con la que estuve aquella ultima vez fue Margherita.

Una parte de mi mismo protesto vivamente. No se podian comparar dos situaciones tan distintas: Margherita y yo estabamos juntos, eran nuestras vacaciones y, como es logico, no teniamos dos habitaciones separadas; con Caterina estaba en Roma por motivos de trabajo, no saliamos juntos, ella era una jovencita y, obviamente, dormiamos en dos habitaciones separadas.

Se trataba de un argumento impecablemente racional, asi que lo ignore. Es algo que se me da muy bien, ignorar los argumentos racionales cuando se trata de mis cuestiones privadas.

La ultima vez que estuve en un hotel con Margherita fue cuatro anos atras. Habiamos ido de vacaciones a Berlin, con dos amigos suyos. Berlin me gusto con locura y pense que, de no existir el invierno, me hubiera quedado de buena gana a vivir alli. Me entraron ganas hasta de estudiar aleman y, en definitiva, volvi entusiasmado, como me habia pasado muy pocas otras veces, despues de unas vacaciones.

Algunas semanas despues Margherita me informo de que habia aceptado una oferta laboral en Nueva York. Una oferta que estaba pensandose desde hacia meses, es decir, tambien mientras estaba de vacaciones en Berlin con el idiota de Guido Guerrieri que, ajeno a todo, no se habia enterado de nada. Mientras yo estaba en Berlin, sintiendome estupidamente feliz, ella tenia la cabeza puesta en Nueva York, en una nueva vida de la que yo no iba a formar parte.

Algunas semanas mas tarde se fue, diciendome que volveria al cabo de un ano. No me lo crei ni siquiera

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