durante unos instantes y, de hecho, no regreso. Al menos, no para quedarse.
Entrecerre los ojos y, como en una pelicula, se me aparecio su figura delgada, musculosa y consciente de su ropa interior blanca, en la penumbra de la habitacion del hotel de Berlin, el Oranienburgerstrasse. Era una imagen tragica y, al mismo tiempo, llena de serenidad. Incluia la perfeccion de ese instante y la consciencia de que no iba a durar.
Donde estara ahora Margherita, me pregunte. Hacia mucho tiempo que no me lo preguntaba. ?Que me habia pasado en los anos transcurridos desde que se fue de mi lado? No recordaba casi nada, aparte del encuentro con Natsu y de una secuencia de rituales cotidianos. Asomarme a ese vacio de recuerdos me produjo vertigo, el mismo que se siente cuando uno se asoma a un precipicio fisico.
Pense en la carta que Margherita me escribio desde Nueva York para decirme que no iba a volver. Era una carta amable, toda ella animada por el deseo de no hacerme dano, de que aquel adios fuera lo menos doloroso posible. Insoportable, por lo tanto, pense al leerla por tercera o cuarta vez antes de arrugarla y tirarla a la papelera.
El recuerdo de la carta de Margherita acciono un descenso vertiginoso, por pendientes escarpadas y desiertas. Las pendientes iban poblandose, a medida que me precipitaba en un pasado cada vez mas lejano. Al final, me encontre en el fondo del precipicio.
Era a finales de los anos setenta. Muchas cosas estaban cambiando, se habia producido el denominado reflujo, un tipo habia enviado una carta al Corriere della Sera diciendo que queria suicidarse por amor, dando lugar a meses de interminables, insoportables debates. John Travolta triunfaba y todos intentaban parecerse a el. Alguno lo conseguia, otros -yo, por ejemplo- no.
Fui a ver Grease con una chica que me gustaba con locura y que se llamaba Barbara.
Nos habiamos conocido en una fiesta y, charlando, ella me habia dicho que todos sus amigos habian visto ya la pelicula y que no sabia con quien ir. Vaya, que coincidencia, yo tampoco la habia visto, menti. Si le apetecia podiamos ir juntos, quiza manana por la tarde, en vista de que era domingo.
Le apetecia, asi que al dia siguiente, sin terminar de creermelo del todo, pero radiante de felicidad, me encontre en el cine, sentado a su lado y rodeado de un enjambre de adolescentes que miraban junto a nosotros como John Travolta, Olivia Newton-John y sus amigos -algunos de los cuales, por cierto, estaban grotescos e inverosimiles en el papel de estudiantes de dieciocho anos- bailaban, cantaban y mantenian unos dialogos mas que improbables.
Al llegar frente a su casa, al despedirnos, Barbara me dio un fugaz beso en los labios y, antes de desaparecer en el portal, me dedico una sonrisa rezumante de promesas. Mejor dicho: una sonrisa que yo interprete como rezumante de promesas.
Esa noche no pude pegar ojo, literalmente, y al dia siguiente decidi darle una sorpresa e ir a buscarla al colegio, tras informarme astutamente de la hora a la que salia los lunes y comprobar que su horario era compatible con el mio.
Mientras caminaba a grandes, rapidas y felices zancadas hacia el liceo scientifico Scacchi -el colegio de Barbara- no dejaba de fantasear acerca del maravilloso futuro que me aguardaba junto a ella.
No iba a tardar en aprender una cosa muy importante: nunca es buena idea darle una sorpresa a alguien cuando no se tienen claras las coordenadas de la situacion.
Sono la campana que indicaba el final de las clases, rabiosa y alegre, y al poco, un ruidoso torrente de chicos y chicas se arrojo sobre la calle. La localice casi enseguida entre aquel caudal informe de jerseis, cazadoras, bufandas, mochilas, gorras y gorros oscuros, pero ahora no consigo recordar su cara. Si me esfuerzo en enfocarla solo consigo entrever el cliche de una belleza adolescente: rubia, de rasgos regulares, con los ojos azules, los pomulos altos y la piel luminosa.
Estaba a unos cincuenta metros de ella. Avance, iniciando una sonrisa, y la sonrisa se eclipso en el acto, como en los dibujos animados. A contracorriente con respecto a la muchedumbre de escolares, y adelantandome -en todos los sentidos-, un chico se abrio camino, la alcanzo, le dio un beso y la cogio de la mano.
No se decir que paso luego. Instintivamente, me refugie en el primer edificio que vi con el portal abierto, abofeteado por la verguenza e, inmediatamente despues, atenazado por la desesperacion.
Me quede en aquel portal unos diez minutos, al menos, y solo me fui cuando estuve seguro de que Barbara y ese tipo que, sin duda, era su novio, habian desaparecido y ya no corria el riesgo de que alguien -quien sea- me viera en ese estado.
Porque, mientras tanto, me habia echado a llorar, silenciosamente, mientras un torbellino de palabras y preguntas me daba vueltas en la cabeza. ?Por que habia ido al cine conmigo la tarde anterior? ?Por que me habia dado un beso? ?Como es posible que alguien sea tan cruel?
Durante algunas semanas fui terriblemente infeliz. Cuando ya empezaba a sentirme algo mejor me la encontre, una tarde, en la calle Sparano. La vi de lejos, ella iba con dos amigas, yo en cambio estaba solo, frente al escaparate de la [libreria] Laterza.
Me puse derecho, intentando adoptar un aspecto y un aire orgulloso.
Pense que debia estar a la altura de las circunstancias, adoptar un aire indiferente, saludarla con un leve gesto con la cabeza. No un gesto de desprecio -debia estar hasta por encima del desprecio-: de indiferencia. Ella, probablemente, haria intencion de pararse para saludarme, pero yo proseguiria mi camino. Dignamente, distante.
Que diablos.
Habiamos salido una tarde, habiamos ido al cine y ella me habia dado un beso. ?Y bien? Eso no significaba que fueramos a casarnos. Es algo que ocurre con frecuencia entre chicos modernos y emancipados como eramos entonces ella y yo. Se queda, se va al cine, ella le da un beso a el, se despiden, y fin de la historia, sin problemas.
Ya estabamos muy cerca el uno del otro, pero ella no me habia visto aun. Iba hablando animadamente con sus amigas y, de repente, sin ningun motivo que lo justificase, pense que ella y aquel chico lo habian dejado. En ese caso -me dije- quiza no debia ser demasiado duro con ella, demasiado despiadado. Si, se habia portado mal, pero esas cosas ocurren. Quiza podia brindarle una segunda oportunidad, en cuyo caso era conveniente adoptar una expresion digna pero no hostil. Quiza podia hasta esbozar una sonrisa. Seguro que se habia dado cuenta de su error, y de ser asi, bueno, no iba a ser yo el que le negara una segunda oportunidad.
Me vio cuando no quedaban ni dos metros para que nos cruzaramos, me dijo «hola» distraidamente y siguio hablando con sus amigas. Despues de aquel encuentro yo estuve fatal durante otras varias semanas. Me convenci de que no iba a tener novia jamas y de que iba a ser desgraciado el resto de mi vida.
Escuche como llamaban repetidamente a la puerta de la habitacion y me di cuenta de que estaba todavia en albornoz.
– ?Si?
– Soy yo. ?Estas listo?
– No, perdona, es que he tenido que hacer unas llamadas, temas de trabajo, y se me ha echado el tiempo encima.
– ?Por que no me abres?
– Porque no estoy vestido. Esperame en el hall, me reuno contigo en cinco minutos.
– A mi no me da verguenza que estes sin ropa. ?A ti si?
– A mi si, tu lo has dicho. Esperame en el hall, no tardo nada.
Mientras dejaba el albornoz sobre la cama me parecio oir una carcajada alejandose por el pasillo.
Pero quiza solo eran imaginaciones mias.
29
A los cinco minutos prometidos baje al hall. Caterina estaba hablando por el movil y colgo mientras me dirigia a su encuentro.
– Acabo de hablar con Nicoletta. Nos espera en su casa. Dice que ha anulado todos los compromisos que tenia para esta tarde, asi que podemos ir cuando queramos.
– ?Dices que vive por la via Ostiense?