Pero el estudiante, en lugar de obedecer, se le acerco para cogerlo amistosamente del brazo.
– Digame, camarada oficial: ?a cuantos de nosotros le han ordenado que mate? ?Veinte? ?Treinta? ?Que se nos cargue a todos?
– Francamente -replico Ganin-, eso no es posible. No tenemos suficientes balas. Los racionamientos, ya sabe.
El estudiante prorrumpio en una risotada y beso inesperadamente a Ganin en ambas mejillas. El rubicundo teniente le devolvio la carcajada, que el objetivo del camara sueco recogio en un primerisimo plano.
– Veamos… -propuso Ganin en tono confidencial-. Seguro que puede ocurrirsenos algo.
– ?Por supuesto que si, camarada oficial! -asintio su interlocutor, que se separo de el y, volviendose, grito a sus companeros-: «?MAS BALAS PARA LOS SOLDADOS!»
Mientras el Comando Devinski se acercaba hacia ellos, agitando alegremente sus boinas rojas y coreando alternativamente ?ABAJO LOS RACIONAMIENTOS! y ?MAS BALAS PARA LOS SOLDADOS!, Ganin, que no las tenia todas consigo, ordeno con un gesto a sus hombres que bajaran las armas. Y asi lo hicieron estos, no muy convencidos, y sin dar muestras de sentirse mucho mas aliviados cuando cada estudiante agarro a su soldado para abrazarlo efusivamente. Pero las imagenes resultaron de un dramatismo esplendido, y la falta de sonido permitio a los espectadores imaginar un dialogo que por fuerza debia ser mucho mas noble. En aquel mismo instante, Ganin se transformo, de un joven oficial indeciso, cuando no cobarde, en un simbolo de la decencia, y en propaganda del poder de la negociacion y la via intermedia. Por otra parte, aquel breve y silencioso intercambio de vahos humeantes en el empedrado escenario de una plaza y ante una barricada de nieve sucia fue interpretado ampliamente como senal de que el ejercito, si se le obligaba a elegir entre el pueblo y el Partido, prestaria su apoyo al pueblo.
En los meses siguientes la carrera ascendente de Ganin fue tan rapida, que a su esposa, Nina, apenas le daba tiempo para coserle una nueva estrella en el uniforme antes de que otra mas hiciera inservible el arreglo. Descanso cuando le vio dejarlo por ropas de paisano; pero su satisfaccion fue prematura. Las frecuentes comidas oficiales a que Ganin debia asistir la obligaron tambien a ensancharle de cuando en cuando los trajes. Y alli estaba ahora el, en el despacho de Solinsky, convertido en un corpulento funcionario civil, con el rostro encendido por haber tenido que subir las escaleras a pie y con el boton de la chaqueta a punto de saltarsele a pesar del doble hilo que Nina habia utilizado al coserlo. Con gesto torpe le tendio una carpeta al fiscal general.
– Usted dira -le animo Solinsky.
– Camarada fiscal…
– Senor fiscal, si le parece -corrigio Solinsky sonriendo-, mi teniente general.
– Senor fiscal, pues… En nombre de las Fuerzas Patrioticas de Seguridad, deseo darle animos en su tarea. Tenga usted por cierto que su diligencia sera debidamente recompensada.
Solinsky volvio a sonreir. Haria falta tiempo para que desaparecieran las antiguas formulas de cortesia.
– ?Que hay en esa carpeta? -pregunto.
– Confiamos que el acusado sera hallado culpable de todos los cargos.
– Si, claro.
– Un veredicto asi convendria mucho a las Fuerzas Patrioticas de Seguridad en su actual proceso de reestructuracion.
– Eso dependera del tribunal.
– Y de las pruebas.
– General…
– Comprendo, senor. Le traigo un informe preliminar sobre el caso de Anna Petkanova. Desgraciadamente, los expedientes originales han sido destruidos.
– No me sorprende.
– No, senor. Pero, a pesar de esa destruccion, se han salvado, por patriotismo, muchos documentos. Aunque no siempre es facil acceder a ellos e identificarlos.
– ?Documentos?
– Si. Como vera usted mismo, se trata de pruebas preliminares acerca de la implicacion del Departamento de Seguridad Interior en el caso de Anna Petkanova.
Aquello no tenia demasiado interes para Solinsky.
– En todas partes cuecen habas -replico. Porque, la verdad, habia pocas cosas en la vida publica de la nacion durante los ultimos cincuenta anos que, sometidas a escrutinio, no proporcionaran pruebas preliminares de que el Departamento de Seguridad Interior estuvo implicado en ellas.
– En efecto, senor. -Ganin seguia tendiendole la carpeta-. ?Desea usted que le mantengamos informado del asunto?
– Si le parece oportuno…
Solinsky acepto la carpeta casi sin darse cuenta. Estaba pensando en otra cosa. «Si le parece oportuno…» ?Bueno! ?Con que facilidad empleaba el tambien las antiguas formulas!
– Queremos expresarle nuestro deseo de que tenga usted exito en sacar adelante la acusacion, senor fiscal.
– Bien, se lo agradezco. -Vayase, habria sido mejor. Vestid de civil a un soldado, y doblareis la longitud de sus frases-. Gracias. -?Por que no Vayase?
Vera atraveso la plaza de San Basilio Martir, que en el curso de los pasados cuarenta anos habia sido la plaza de Stalingrado, la plaza Brezhnev e incluso, efimeramente, en un intento de soslayar el problema, la plaza de los Heroes del Socialismo. Ahora, desde hacia ya meses, se habia quedado sin nombre. Los desmochados postes metalicos que llevaban las placas con los rotulos estaban ahora vacios, al igual que los dormidos castanos. Unos y otros aguardaban la primavera: los arboles para volver a llenarse de hojas, y los postes para lucir nuevas placas. Y entonces la ciudad tendria de nuevo una plaza de San Basilio Martir.
Vera se sabia guapa. Estaba orgullosa de sus marcados pomulos y sus grandes ojos castanos; le agradaban sus piernas y era consciente de que la favorecian mucho los llamativos colores de sus ropas. Pero cuando cruzaba los jardines de la plaza de San Basilio, como hacia cada manana a las diez, se sentia misteriosamente transformada en un adefesio. Tras la verja que limitaba los jardines por el oeste se apinaban siempre a esa hora un centenar de hombres. Y ni uno solo de ellos la miraba. O, si alguno lo hacia, apartaba inmediatamente la vista, sin molestarse en echar un vistazo a sus piernas ni en observar con una sonrisa el chillon panuelo de seda que lucia alrededor del cuello.
Antes del cambio, debia solicitarse autorizacion oficial para cualquier reunion publica de mas de ocho personas, y la vigilancia del cumplimiento de esta ley podia entranar un procedimiento sumamente expeditivo, consistente en que aparecieran de pronto unos individuos con cazadoras de cuero y tomaran nota de los nombres y las direcciones de los participantes. Con posterioridad al cambio, escenas como esta, de grupos arremolinados en plena calle, se habian vuelto frecuentes. De entre los que pasaban, algunos se sumaban sin pensarselo al corro, al igual que se ponian automaticamente a hacer cola frente a la puerta de cualquier tienda que la tuviera formada, con la ilusoria esperanza de conseguir algunos huevos o medio kilo de zanahorias. Lo raro del corro en cuestion era que estaba compuesto exclusivamente de hombres, y en su mayoria entre los dieciocho y los treinta anos: en otras palabras, de la clase de hombres que