sin expresarlo claramente, era que a su juicio solo cabian dos posibilidades: o que Mechkov hubiera hecho traicion a la gran causa en que habia creido, o que hubiera sido una victima inocente de la misma causa. ?Que preferirias que fuera tu abuelo, Maria: un renegado criminal o un loco credulo?

Maria hizo caso omiso del consejo de su marido, envio por correo su solicitud y al cabo de casi un ano recibio una contestacion, fechada el 11 de diciembre de 1989, de A. T. Ukolov, miembro del Tribunal Supremo de la URSS. Tras exhaustiva investigacion, estaba en condiciones de informar a la demandante que su abuelo, Roumen Alexei Mechkov, habia sido arrestado el 22 de julio de 1937 bajo la acusacion de «pertenencia a una organizacion terrorista trotskista y, en su virtud, de conspirar para la comision de actos de terrorismo contra los lideres del Komintern y sabotear a la URSS». Sometido a interrogatorio en el Departamento Regional de Stalingrado (hoy Volgogrado) del Comisariado Popular para Asuntos Internos, Mechkov habia sido sentenciado el 17 de enero de 1938 a morir ante un peloton de fusilamiento, sentencia que se cumplio aquel mismo dia. Una revision del caso, llevada a cabo en 1955, habia concluido que no hubo pruebas contra Mechkov, aparte de ciertas contradictorias y genericas declaraciones de otras personas involucradas en la misma causa. A. T. Ukolov lamentaba que no existiera ninguna indicacion sobre el lugar en que estaba su tumba, asi como que en los archivos no se hubieran conservado fotografias o documentos personales. Podia, sin embargo, confirmar que el susodicho Roumen Alexei Mechkov habia sido un activo y leal comunista, cuya rehabilitacion fue acordada el 14 de enero de 1956. Junto con la carta, A. T. Ukolov incluia un certificado al efecto.

Y ahora lo cuelgas en la pared, penso Peter. Una prueba de que el movimiento al que tu abuelo consagro su vida le asesino acusandole de traidor. Una prueba de que el mismo movimiento decidio veinte anos mas tarde que, despues de todo, no habia sido un traidor, sino un martir. Una prueba de que al mismo movimiento ni siquiera se la paso por la imaginacion en otros treinta y cuatro anos informar a nadie de aquel sustancial cambio de consideracion. ?Y Maria deseaba que aquel papel le recordara todo eso?

Un comunista leal se convierte en un terrorista trotskista, y de nuevo en un comunista leal. Los heroes se tornan traidores, los traidores martires… Los lideres iluminados y los timoneles de la patria se vuelven criminales cogidos con las manos en la masa…, hasta que, tal vez, en algun temible momento del futuro, se transformen en simpaticos viejecitos protagonistas de las tertulias de la tele. Peter Solinsky miro a traves de los cristales de la ventana y en el negro hueco de la noche vio brillar grandes titulares: Stoyo Petkanov: la rehabilitacion de un caudillo. Que aquella rehabilitacion llegara o no a producirse dependeria en parte de su actuacion en la semana final del proceso.

Y ?en que se transformaban los profesores de leyes, los fiscales, los maridos, los padres? ?Que nuevos nombres se les aplicarian, de que anonimatos serian objeto? ?Cual seria su suerte en las olas rompientes de la historia?

– Le dire lo que me aseguro en cierta ocasion un individuo que se las daba de sabio.

El fiscal general no estaba para cuentos. Habia llegado a aborrecer a aquel hombre. Antes, como simple ciudadano, le habia odiado objetivamente, utilmente. El odio a Petkanov habia sido una fuerza constructiva, unificadora, entre la oposicion. Pero desde que lo veia de cerca, desde que tenia que conversar y pelearse con el, aquel sentimiento habia cambiado. Su aborrecimiento se habia transformado en algo personal, furioso, afectado y corrosivo. Verguenza antes, abominacion ahora, temor futuro…: esa mezcla habia empezado a consumir al fiscal. Su odio por Petkanov le parecia ahora tan grande como el amor que alguna vez sintio por su mujer; el lider habia colmado todo el vacio emocional que al presente existia en su matrimonio. Y ahi estaba, a la espera de que aquel cerdo soltara algun enganoso topico, poniendolo en boca de un sufrido heroe del trabajo, quien en todo caso lo habria plagiado lealmente de los discursos, escritos y documentos selectos del ex presidente.

– Era musico -prosiguio Petkanov-. Tocaba en la orquesta sinfonica de la radio estatal. Yo habia ido al concierto con mi hija, quien, al concluir, quiso presentarme a los interpretes. Habian tocado bien, en mi opinion, asi que les felicite. Ocurria esto en el Auditorio de la Revolucion -anadio.

Esto ultimo era un toque ornamental que, por alguna razon, irrito a Solinsky como la picadura de un tabano. ?A que santo me sale con esto? -se encontro preguntandose a si mismo-. ?A quien le importa en que condenado lugar presume de haberse sentido impresionado por la musica? ?Que tiene que ver, que diferencia anade? Y tras la gruesa cortina de su furia oyo, como a distancia, que Petkanov proseguia su historia:

– En el breve discurso que les dirigi, les hable de la importancia del arte en la lucha politica, de como los artistas debian sumarse al gran movimiento contra el fascismo y el imperialismo, y colaborar en la construccion del futuro del socialismo. Ya se imaginaran ustedes… -resumio con un matiz de ironia que no hizo efecto en Solinsky-, ya se imaginaran ustedes, grosso modo, el sentido de mis palabras. El hecho es que, despues, al pasar entre la orquesta, se me acerco un joven violinista. «Camarada Petkanov», me dijo, «Camarada Petkanov, la gente no se interesa por las grandes palabras: su unica preocupacion son las salchichas.»

Petkanov miro al fiscal general esperando su reaccion; pero Solinsky parecia estar distraido. Al rato, como saliendo de su ensimismamiento, comento:

– Me imagino que le haria fusilar.

– ?Que ramplon eres, Peter! Esas criticas tuyas estan pasadas de moda. ?Por supuesto que no! Jamas fusilamos a nadie.

«Eso ya lo veremos -penso el fiscal-: excavaremos en los terrenos de sus campos de prisioneros, realizaremos autopsias, conseguiremos que su propia policia secreta lo delate.»

– No, jamas. Digamos, simplemente -proseguia Petkanov-, que sus posibilidades de llegar a ser director de la orquesta quedaron algo mermadas despues de aquel sincero intercambio de pareceres.

– ?Como se llamaba?

– ?Hombre! ?No esperaras que yo…! Pero, a lo que ibamos: yo estaba en desacuerdo con la opinion de aquel joven cinico. Pero reflexione sobre lo que me habia dicho. Y en muchas ocasiones, despues, entonces y aun ahora, me repetiria a mi mismo: «Camarada Petkanov, la gente necesita salchichas y grandes palabras.»

– ?No me diga!

Tal era, pues, la moraleja del Auditorio de la Revolucion. Insinuas unas valientes palabras de protesta entre bastidores y, si no te fusilan en el acto, este…, este, retuerce tu pensamiento y lo transforma en un eslogan insignificante y banal.

– Fijate en que con esto te estoy dando, simplemente, un buen consejo… Porque, veras: nosotros les dimos salchichas y grandes palabras. Vosotros no creeis en las grandes palabras, pero tampoco les dais salchichas. No las hay en las tiendas… ?Que les dais en su lugar?

– Les damos libertad y verdad. -Sonaba demasiado pomposo en sus labios, pero…, si estaba convencido de ello, ?por que no decirlo?

– ?Libertad y verdad! -replico Petkanov burlandose-. ?Estas son vuestras grandes palabras, entonces! Les dais a las mujeres la libertad de dejar sus cocinas e ir a manifestarse ante el Parlamento para decirles a los diputados esta verdad: que no hay una maldita salchicha en las tiendas. Eso es lo que les dicen. ?Y eso lo calificais de progreso?

– Lo conseguiremos.

– Ja! Lo dudo. Permiteme que lo ponga en duda, Peter. Mira: el cura de mi pueblo… A ese si que lo fusilaron, me temo; habia muchos criminales sueltos en aquella epoca, y es facil que ocurriera… El cura de mi pueblo solia decir: «Al cielo no se llega con el primer salto.»

– Justamente.

– No, Peter, no me entiendes. No estoy refiriendome a ti. Tu y los de tu cuerda habeis dado ya muchos saltos. Habeis tenido muchos siglos y habeis dado muchos saltos. Un salto, y otro, y otro… Estoy hablando de nosotros. Nosotros solamente hemos dado un salto hasta la fecha.

Su caracter. Tal vez ese habia sido su error, su…, si, su error de burgues liberal. La ingenua esperanza de «llegar a conocer» a Petkanov. La testaruda pero loca creencia de que el ejercicio del

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