resultaba a este inquietante era la pasiva satisfaccion de la nina con respuestas que el sabia que eran, a lo sumo, evasivas plausibles. La ciega aceptacion de su hija le turbaba profundamente. Y en las horas de insomnio, cuando se atormentaba en la oscuridad, generalizo al pais entero la actitud que veia en Angelina. ?Podia una nacion perder su capacidad de escepticismo, de duda util? ?Y si el musculo de la contradiccion se le hubiera atrofiado simplemente por falta de ejercicio?

Como un ano despues, Peter Solinsky descubrio que aquellos temores suyos eran en exceso pesimistas. Si los escepticos y los contrarios al regimen callaban por sistema en su presencia, era, lisa y llanamente, porque no se fiaban de el. Pero si habia en el pais gente que deseaba probar de nuevo desde el principio, que preferia los hechos a la ideologia, que queria afirmar pequenas verdades antes de elucubrar grandes doctrinas. Cuando Peter se dio cuenta de que su numero era lo bastante alto como para espolear las inquietudes de la medrosa mayoria, sintio como si en su alma se despejara la niebla.

Todo habia empezado en una ciudad mediana de la frontera septentrional del pais con su mas proximo aliado socialista. El limite entre ambos era un rio, un rio donde desde hacia anos no se habia pescado un solo pez. Por encima de la ciudad los arboles crecian retorcidos y bajos, con el follaje ralo. Los vientos dominantes empujaban a traves del rio un aire grasiento y parduzco procedente de otra ciudad mediana situada en el limite meridional del aliado socialista mas proximo. Los ninos padecian enfermedades pulmonares desde la infancia; las mujeres se envolvian las caras con panuelos al salir de compras; los consultorios medicos estaban llenos de pulmones quemados y ojos danados. Hasta que un dia un grupo de mujeres hizo llegar su protesta a la capital. Y como en aquellos dias dio la casualidad de que el aliado socialista mas proximo atravesaba un bache temporal de popularidad por su actitud poco fraterna hacia una de sus minorias etnicas, la carta de las mujeres al ministro de Sanidad se convirtio en una gacetilla en Verdad, a la que se refirio luego con simpatia un miembro del Politburo.

Fue asi como la pequena protesta se transformo en un movimiento local y luego en un Partido Verde, al que se le permitio existir en gracia a Gorbachev, con severas instrucciones de no meterse en nada que no fueran los asuntos ambientales, preferiblemente aquellos que pudieran incomodar al aliado socialista mas proximo. A raiz de lo cual se sumaron al nuevo movimiento unas tres mil personas, que empezaron a tirar de las tenaces y enojosas raices de las causas y de los efectos: de la secretaria regional a la secretaria provincial, y de esta al Comite Central del Partido, al ministro adjunto, al ministro, al Politburo y, finalmente, a los caprichos del presidente; en otras palabras: del arbol muerto al plan quincenal vivo. Para cuando el Comite Central se dio cuenta del peligro y declaro la afiliacion a los Verdes incompatible con el socialismo y el comunismo, a Peter Solinsky y a miles de personas como el les preocupaba mas el carnet de su nuevo partido que el del viejo. Era demasiado tarde para emprender una purga; demasiado tarde para impedir que Ilia Banov, el astuto y telegenico ex comunista convertido en lider de los Verdes, obtuviera popularidad a escala nacional; demasiado tarde para evitar las elecciones impuestas a los paises socialistas por Gorbachev; demasiado tarde, como explico Stoyo Petkanov a los once miembros del Politburo en sesion de emergencia, para impedir que reventara aquel maldito forunculo.

Lo que pensaba privadamente Maria Solinska acerca del Partido Verde -y sus opiniones tendian a ser cada vez mas privadas- era que lo formaban un hatajo de guardabosques cretinos, gamberros anarquistas y simpatizantes del fascismo; que al tal Ilia Banov deberian haberle facturado treinta anos atras en un avion para la Espana de Franco; y que Peter, su marido, que tanto habia luchado por conseguir un buen trabajo y un apartamento decente, y que habia logrado librarse de la maligna sombra de su desviacionista padre en gran parte gracias a ella, o estaba perdiendo el escaso buen sentido politico que habia tenido alguna vez, o pasando el equivalente masculino a la menopausia, y muy posiblemente ambas cosas al mismo tiempo.

Guardo silencio cuando algunos conocidos denostaron las creencias que habian defendido lealmente pocos meses antes; observo la furiosa alegria de la muchedumbre, y en cada bulevar de la ciudad olfateo la sed de venganza como si fuera sudor rancio. Y todo esto hizo que se refugiara cada vez mas en su vida con Angelina. En ocasiones, cuando contemplaba su sencillo aprendizaje de cosas ciertas como las matematicas y la musica, envidiaba a su hija y hubiera deseado empezar como ella. Pero sin duda no pasaria mucho tiempo sin que tuviera que aprender tambien las nuevas certezas politicas, las nuevas ortodoxias que se apresurarian a ensenarle en la escuela.

Con todo, en la manana de la primera sesion de la causa criminal numero 1, cuando su marido se acerco a despedirse con un beso, algo se conmovio en su interior y le hizo olvidar las bruscas traiciones y los lentos desenganos de los ultimos tiempos. Asi que Maria Solinska le devolvio el beso a Peter y, con una actitud afectuosa que no mostraba desde hacia algun tiempo, enderezo los extremos de la bufanda que el se habia metido de cualquier manera entre sus solapas vueltas.

– Se prudente -le dijo cuando se marchaba.

– ?Prudente? Claro que lo sere. Mira -replico el, dejando su portafolios y ensenandole las manos-: me he puesto mis guantes de piel de puercoespin.

La causa criminal numero 1 fue presentada ante el Tribunal Supremo el 10 de enero. Los espectadores que se agolpaban a las puertas del edificio vieron llegar al anterior jefe del Estado con una escolta militar: una figura fornida, de corta estatura, enfundada en una gabardina abotonada hasta el cuello. Llevaba sus habituales gruesas gafas ligeramente tintadas, y al salir del Chaika se quito el sombrero, dejando ver de nuevo aquella testa familiar reproducida en tantisimos sellos de correos de la nacion: el craneo encajado entre los hombros, la nariz afilada e inquisitiva, la frente calva y el pelo rebelde y de color rubio rojizo por encima de las orejas. Dedico a la multitud un saludo con la mano y una sonrisa. Luego las camaras le perdieron hasta que reaparecio en la sala. En algun lugar del pasadizo habia dejado su sombrero y su gabardina: vestia ahora un traje oscuro pasado de moda, camisa blanca y corbata verde con rayas diagonales de color gris. Se detuvo y miro a su alrededor como el futbolista que examina un estadio desconocido. Cuando parecio que estaba a punto de avanzar, cambio de opinion y fue hacia uno de los soldados que estaban de guardia. Examino el pasador de condecoraciones que lucia y luego, de un modo maquinal, ajusto paternalmente la guerrera del soldado. Sonrio para si, y siguio adelante.

[-?Si sera comediante!

– Calla, Atanas.]

La sala habia sido construida en ese estilo que se ha dado en llamar brutalismo, que estuvo de moda a principios de los setenta, aunque aqui atenuado: maderas claras, angulos suavizados, asientos casi confortables… Podria haber sido la sala de ensayos de un teatro, o un pequeno auditorio musical concebido para la interpretacion de estridentes quintetos de viento, de no ser por la iluminacion, desacertada colaboracion de tubos fluorescentes y sencillas lamparas de pantalla. Las luces no privilegiaban ninguna zona ni se focalizaban en ningun punto: su efecto era plano, democratico, imparcial.

Mostraron a Petkanov el camino del banquillo, donde se quedo de pie unos momentos observando a su alrededor las dos filas de escritorios de los abogados, la pequena galeria publica y el estrado en que tomarian asiento el presidente del tribunal y sus dos asesores; observo atentamente a los guardias, los ujieres, las camaras de television, el apinado grupo de informadores… Habia tantos periodistas, que a algunos los habian acomodado en la tribuna del jurado, donde parecia haberles invadido una repentina timidez: estaban enfrascados en el examen de sus blancos cuadernos de notas.

Finalmente, el anterior jefe del Estado tomo asiento en el pequeno sillon de madera que habian dispuesto para el. Detras, y por lo tanto siempre en campo cuando las camaras enfocaban a Petkanov, se hallaba de pie una simple funcionaria de prisiones. La fiscalia habia dispuesto este pequeno toque escenico, y sugerido expresamente que se eligiera a una mujer: en la medida de lo posible debia evitarse que los militares aparecieran en la pantalla. Vean: es un juicio mas, una causa en la que un criminal comparece ante la justicia civil; y enterense: ya no es el monstruo que nos tenia a todos aterrorizados: es solo un anciano custodiado por mujeres.

El presidente del tribunal y sus colegas entraron en la sala: tres hombres maduros que vestian traje oscuro, camisa blanca y corbata negra, entre los que podia identificarse al presidente por su toga negra suelta. Se declaro abierto el juicio, y el fiscal general fue invitado a leer los cargos. Peter Solinsky, que estaba ya de pie, dirigio una mirada a Stoyo Petkanov, esperando que tambien el se levantara. Pero el ex presidente se quedo donde estaba, con la cabezalevemente ladeada y el aspecto de un hombre poderoso confortablemente sentado en el palco real, esperando a que se levantara el telon. La

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