– Se me ha pasado… Me he olvidado del tiempo.

– No importa -dijo Marianne-. Tenia miedo de que hubiera sucedido algo. He llamado por telefono, pero nadie ha contestado.

– Si, estaba…, estaba en el establo trabajando.

– Esas cosas pasan -contesto la mujer, y sonrio.

– Gracias -dijo Joakim-. Gracias por traerlos a casa.

– No tiene importancia, vivo en Rorby. -Marianne se despidio con la mano y regreso al coche-. Hasta el lunes.

Despues de que la mujer abandonara el jardin marcha atras, Joakim se dirigio avergonzado hacia el recibidor. Oyo voces en la cocina.

Livia y Gabriel ya se habian quitado las botas y los abrigos, que estaban tirados por el suelo. Los ninos se hallaban sentados a la mesa de la cocina y compartian una mandarina.

– Papa, te has olvidado de recogernos -dijo Livia en cuanto el traspaso el umbral.

– Lo se -respondio en voz baja.

– Marianne nos ha traido.

No sonaba enfadada, mas bien sorprendida por el cambio de rutina.

– Lo se -dijo-. No era mi intencion.

Gabriel comia los gajos de mandarina ajeno al suceso, pero Livia le dirigio una intensa mirada.

– Vamos a cenar -dijo Joakim, y se encamino a toda prisa a la despensa.

La pasta con salsa de atun era un plato favorito de los ninos, asi que hirvio el agua y calento la salsa. De vez en cuando miraba de reojo por la ventana de la cocina.

El establo se alzaba como un castillo negro al otro lado del patio.

Guardaba secretos. Una habitacion oculta sin puerta.

Una habitacion que durante un instante habia estado repleta del olor de Katrine. Joakim estaba seguro de haberlo percibido; el aroma habia fluido por el agujero de la pared y no habia podido resistirlo.

Queria entrar en la habitacion, pero la unica manera seria cortando los gruesos tablones con una sierra. Y de ese modo destruiria los nombres grabados en ellos, algo que Joakim nunca haria. Sentia demasiado respeto por los muertos.

Cuando la temperatura descendio por debajo de cero grados, el frio tambien empezo a colarse en la casa. Joakim confiaba en los radiadores y las chimeneas de la planta baja, pero habia corrientes de aire a ras del suelo y tambien en alguna ventana. Los dias de viento, buscaba esas corrientes por suelos y paredes, y luego las aislaba desprendiendo parte del panel exterior e introduciendo estopa prensada entre la madera.

El primer fin de semana de diciembre, la temperatura se mantuvo alrededor de los cinco grados bajo cero mientras hubo sol, pero por la tarde descendio hasta los diez bajo cero.

El domingo por la manana, Joakim miro por la ventana y vio que el mar tenia una capa de hielo. Cubria mas de un centenar de metros. Debia de haberse formado durante la noche, junto a la playa, y luego se habia extendido lentamente alrededor de los cabos hasta mar adentro.

– Dentro de poco podremos ir caminando hasta Gotland por el agua -les dijo a los ninos, que estaban sentados a la mesa del desayuno.

– ?Que es Gotland? -pregunto Gabriel.

– Es una isla muy grande del mar Baltico.

– ?Y podemos ir caminando hasta alli? -inquirio Livia.

– No, era una broma -aclaro Joakim enseguida-. Esta demasiado lejos.

– Pero ?yo quiero ir!

No se podia bromear con una nina de seis anos: se lo tomaba todo al pie de la letra. Joakim miro por la ventana y le vino a la cabeza la imagen de Livia y Gabriel caminando sobre aquel hielo negro, alejandose mas y mas. Luego el hielo se partia de pronto, se abria un gran agujero y desaparecian…

Se dio la vuelta hacia su hija.

– Gabriel y tu no debeis ir al hielo. Jamas. Nunca se sabe si va a romper.

Por la tarde, Joakim llamo a sus vecinos de Estocolmo, Lisa y Michael Hesslin. No habia sabido nada de ellos desde la noche en que abandonaron ludden.

– Hola, Joakim -saludo Michael-. ?Estas en Estocolmo?

– No, seguimos en Oland. ?Que tal estais?

– Bien. Me alegro de oirte.

Sin embargo, Joakim noto que Michael sonaba distinto. Quiza se sentia avergonzado por lo ocurrido la ultima vez que se vieron.

– ?Te encuentras bien? -le pregunto-. ?Que tal la empresa?

– Perfectamente -respondio Michael-. Con muchos proyectos emocionantes. Antes de Navidad siempre hay mucho jaleo.

– Bueno…, solo queria saber como estabais. Tuvimos una despedida un poco precipitada la ultima vez que nos vimos.

– Si -convino el otro, y dudo antes de proseguir-. Lo siento. No se que paso. Me desperte en mitad de la noche y no pude volver a dormirme.

Guardo silencio.

– Lisa me conto que habias tenido una pesadilla -apunto Joakim-. Que sonaste que habia alguien junto a la cama.

– ?Eso dijo? Bueno, no lo recuerdo.

– ?No recuerdas a quien viste?

– No.

– Yo nunca he visto nada raro aqui, en la casa -dijo el-, aunque a veces he sentido cosas. Y en el altillo del establo he encontrado una pared donde la gente ha…

– ?Que tal las reformas? -lo corto Michael-. ?Como van?

– ?Que?

– ?Has acabado de empapelar?

– No…, aun no.

Joakim perdio el hilo, pero comprendio que Michael no tenia ganas de comentar sensaciones raras o suenos inquietantes. Fuera lo que fuese lo que habia sentido esa noche, habia aislado ese recuerdo a cal y canto.

– ?Que hareis en Navidad? -le pregunto Joakim, cambiando de tema-. ?Lo celebrareis en casa?

– Seguramente iremos al campo -contesto el otro-. Pero pasaremos el Ano Nuevo aqui, en casa.

– Entonces quiza nos veamos.

La conversacion no duro mucho mas. Cuando Joakim colgo, miro por la ventana, hacia la tenue capa de hielo que cubria el mar y la playa desierta. Ante esa gelida desolacion casi echo de menos las abarrotadas calles de Estocolmo.

– Hay una habitacion secreta en la finca -le dijo Joakim a Mirja Rambe-. Una habitacion sin puerta.

– ?Si? ?Donde?

– En el altillo del heno. Es grande…, he medido a pasos el establo, y la superficie del piso superior acaba casi cuatro metros antes que la pared exterior. -Miro a Mirja-. ?No lo sabias?

Ella nego con la cabeza.

– Ya tengo suficiente con esa pared llena de nombres. Eso ya es lo bastante emocionante.

Mirja se inclino hacia delante en el gran sofa y le sirvio cafe humeante. Luego cogio una botella de vodka y pregunto:

– ?Quieres un poco en el cafe?

– No, gracias. No bebo alcohol y…

Ella esbozo una sonrisa.

– Entonces, yo tomare mi racion -dijo, y se sirvio de la botella.

Mirja vivia en un amplio piso junto a la catedral de Kalmar y esa tarde habia invitado a la familia a cenar.

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