– ?Cantarte las cuarenta?

– Si, cantarme las cuarenta -confirmo la primera anciana-. De una vez por todas. Aseguro que yo nunca la habia apoyado. «Solo has pensado en ti y en papa», dijo. «Siempre. Y nosotros, tus hijos, siempre hemos estado en un segundo plano.»

– Mi hijo me hace lo mismo pero al contrario -apunto la otra mujer-. Llama todos los anos antes de Navidad y se queja de haber recibido demasiado amor. Dice que le arruine la infancia. No te preocupes por esas cosas, Elsa.

Tilda dejo de escuchar y miro el reloj. Ya debia de haber acabado el pronostico del tiempo. Se levanto y llamo a la puerta de Gerlof.

– Adelante.

Cuando Tilda entro en la habitacion encontro al anciano sentado junto a la radio. Llevaba el abrigo, pero no parecia que tuviera intencion de ponerse de pie.

– ?Nos vamos? -pregunto ella, y alargo el brazo.

– Quiza -dijo el-. ?Adonde teniamos que ir?

– A ludden -contesto.

– Ah, si… ?Y que vamos a hacer alli en realidad?

– Bueno, hablaremos -le explico Tilda-. El joven propietario quiere oir historias de la casa. Tu dijiste que conocias unas cuantas.

– ?Historias? -Gerlof se puso en pie y la miro-. Asi que me ven como el tipico anciano sabihondo que se sienta en la mecedora y mira con ojos chispeantes antes de ponerse a contar historias de fantasmas y supersticiones.

– No te preocupes por eso, Gerlof -dijo ella-. Considerate un sanador de almas. Una persona en duelo te necesita.

– ?Si? «No hay alegria en la pena, dijo el viejo que lloraba en la tumba equivocada.»

Gerlof empezo a caminar apoyado en el baston y anadio:

– Tendremos que hacerle entrar en razon.

Tilda lo sujeto del brazo libre.

– ?Quieres que cojamos la silla de ruedas?

– Hoy no -respondio el-. Hoy me responden las piernas.

– ?Tenemos que comunicarle a alguien que nos vamos?

Gerlof resoplo.

– No es asunto suyo.

Era el miercoles de la segunda semana de diciembre, y se dirigian a tomar un cafe en ludden. Gerlof y el dueno de la casa por fin se conocerian.

– ?Como te va por la comisaria? -le pregunto el anciano al salir del centro de Marnas.

– Solo tengo un companero -respondio ella-. Y apenas le veo el pelo. Pasa casi todo el tiempo en Borgholm.

– ?Por que?

Tilda guardo silencio unos segundos.

– Quien sabe. Pero ayer me tropece con Bengt Nyberg del Olands-Posten, y me conto que ya le han puesto un mote a la nueva comisaria.

– ?Si?

– La llaman la comisaria de las tias.

Gerlof nego con la cabeza con hastio.

– La estacion de las tias…, asi llamaban tambien a la estacion de tren de la isla cuando solo habia mujeres. Los jefes de estacion no creian que pudieran trabajar igual de bien que los hombres.

– Seguro que lo hacian mejor -comento ella.

Dejaron atras Marnas y siguieron por la carretea desierta. Estaban a cero grados y la llanura costera parecia haberse helado; ahora era un paisaje invernal de tonos grisaceos. Gerlof miro por la ventanilla.

– Cerca del mar todo es tan bonito.

– Si -convino Tilda-. Pero tu no eres imparcial.

– Amo mi isla.

– Y odias el continente.

– No -replico el-. No soy ningun regionalista corto de miras…, pero el amor empieza siempre en casa. Somos nosotros, los insulares, quienes tenemos que proteger y preservar la dignidad de Oland.

Su mal humor fue desapareciendo poco a poco y se volvio mas hablador. Al pasar por el pequeno cementerio de Rorby, senalo hacia la cuneta.

– Hablando de fantasmas y supersticiones, ?quieres oir una historia que mi padre contaba por Navidad?

– Me gustaria -respondio Tilda.

– El abuelo de tu padre se llamaba Carl Davidsson -dijo Gerlof-. De joven trabajaba como jornalero en Rorby y una vez vio algo extrano. Su hermano mayor habia venido a visitarlo y habian salido a dar un paseo por la iglesia a la hora del crepusculo. Era Ano Nuevo, hacia mucho frio y habia caido mucha nieve. Entonces oyeron el sonido de un trineo tirado por caballos que se acercaba por detras. El hermano mayor echo una mirada por encima del hombro, dio un grito y sujeto a Carl por el brazo. Tiro de el, lo saco del camino y se adentraron en la nieve. Carl no comprendio de que se trataba hasta que vio el trineo acercarse por el camino.

– Conozco la historia -apunto Tilda-. Papa me la conto.

Pero Gerlof prosiguio como si no la hubiera oido:

– Se trataba de una carreta de heno. La carreta mas pequena que Carl habia visto nunca, y tiraban de ella cuatro caballitos. Y encima del heno habia unos hombrecillos grises. No alcanzaban el metro de altura.

– Gnomos -dijo ella-, ?verdad?

– Mi padre nunca usaba esa palabra. Segun el eran geniecillos que vestian ropa gris y gorro. Carl y su hermano no se atrevieron a moverse, pues los hombres no parecian amables. Pero la carreta paso junto a los chicos sin mas, y una vez dejaron atras el cementerio, los caballos salieron del camino y desaparecieron en la oscuridad del lapiaz. -Asintio para si-. Mi padre juraba que era una historia real.

– ?Y vuestra madre tambien vio gnomos?

– Pues si. Ella vio a un hombrecillo gris entrar corriendo en el mar cuando era joven…, aunque ocurrio en el sur de Oland. -Gerlof miro a Tilda-. Vienes de una familia que ha visto muchos sucesos extranos. Quiza hayas heredado el ojo para esas cosas.

– ?Ojala! -respondio Tilda.

Cinco minutos mas tarde casi habian llegado al desvio de ludden, pero Gerlof quiso parar y estirar las piernas. Senalo por la ventanilla el paisaje de hierba del otro lado del muro de piedra.

– La cienaga ha empezado a helarse. ?Le echamos un vistazo?

Tilda detuvo el coche en la cuneta y ayudo a Gerlof a salir; soplaba un viento muy frio. Una delgada capa de hielo cubria las arterias de agua de aquella zona pantanosa.

– Esta es una de las pocas cienagas que aun quedan en la isla -comento el anciano mirando por encima del muro de piedra-. La mayoria han sido desecadas y han desaparecido.

Tilda siguio su mirada y de pronto vio un movimiento en el agua, una sacudida negra entre dos espesos monticulos de hierba que hizo que la capa de hielo vibrara y se resquebrajara.

– ?Hay peces?

– Claro -contesto Gerlof-. Seguro que quedan unos cuantos viejos lucios. Y las anguilas vienen aqui en primavera, cuando deshiela y los riachuelos corren hacia el Baltico.

– ?Se puede pescar?

– Se puede, pero nadie lo hace. Cuando yo era pequeno, se decia que la carne de los peces de la cienaga sabia a podrido. Aqui se hacian sacrificios -prosiguio Gerlof-. Los arqueologos han encontrado oro y plata de los romanos y esqueletos de cientos de animales que fueron lanzados al agua, sobre todo caballos. -Guardo silencio y anadio-: Y huesos humanos.

– ?Habia sacrificios humanos?

El anciano asintio.

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