Al fin, media hora despues de que empezara la tormenta, una pequena figura se acerca abriendose paso trabajosamente entre los montones de nieve del patio.
Me apresuro a salir, sujeto a Torun antes de que se desplome y la ayudo a llegar hasta la estufa.
El maletin de las pinturas cuelga de su hombro, pero la tormenta se ha llevado el caballete. Tiene los ojos hinchados; le han entrado granos de arena mezclados con hielo y apenas puede ver. Le quito la ropa empapada; esta helada.
Estaba pintando al otro lado de la cienaga cuando las nubes se cerraron y llego la tormenta. Ha intentado tomar un atajo entre los monticulos de hierba y la fina capa de hielo del suelo, pero se ha hundido en el agua y ha tenido que luchar para alcanzar la orilla. Susurra:
– Los muertos salian de la cienaga…, muchos, intentaban aranarme, desgarraban y tiraban…, estaban frios, muy frios. Querian mi calor.
Mi madre delira. Consigo que beba te y la acuesto.
Duerme mas de doce horas seguidas. Yo me quedo junto a la ventana y veo como la nevasca va amainando a lo largo de la noche.
Cuando Torun se despierta, sigue hablando de los muertos que se agitaban en la cienaga.
Tiene los ojos irritados e inyectados de sangre, pero a la noche siguiente se sienta de nuevo frente a un lienzo y se pone a pintar.
21
Justo cuando Tilda habia dejado de pensar en Martin Ahlquist noche y dia sono el telefono en la diminuta cocina. Penso que seria Gerlof y descolgo sin malos presentimientos.
Se trataba de Martin.
– Solo queria saber como estabas. Si todo va bien.
Ella guardo silencio; su dolor de barriga regreso al instante. Miro los muelles desiertos del puerto.
– Bien -dijo al cabo de un rato.
– ?Bien o solo regular?
– Bien.
– ?Quieres que vaya a verte? -pregunto el.
– No.
– ?Ya no te sientes sola en el norte de Oland?
– Si, pero me mantengo ocupada.
– Bien.
La conversacion no fue desagradable, pero si breve. Al final, Martin le pregunto si podia llamarla alguna vez, y ella dijo que si en voz muy baja.
La herida, en alguna parte entre su corazon y su estomago, comenzo a sangrar de nuevo.
«No es Martin quien ha llamado sino sus hormonas -penso-. Solo esta caliente y echa de menos alejarse de su mujer, no soporta la vida cotidiana…»
Lo peor era que, pese a todo, ella deseaba verlo. A poder ser, aquella misma noche. Era enfermizo.
Tenia que haberle enviado la carta a su esposa hacia mucho tiempo, pero aun cargaba con ella en el bolso como si fuera un ladrillo.
Tilda trabajaba mucho. Trabajaba sin cesar para no pensar en Martin.
Por las tardes, se quedaba varias horas preparando las conferencias de trafico y ciudadania que impartia en escuelas y empresas. Y en cuanto se lo permitian las charlas, las patrullas a pie y el papeleo, salia a la carretera con el coche de policia.
Un martes por la tarde, mientras circulaba por la desierta carretera de la costa, freno al ver los dos faros de ludden. Pero no se detuvo, sino que continuo hasta la casa vecina, donde vivia una familia de granjeros. Recordaba que se llamaban Carlsson. Les habia hecho una unica visita la larga y dificil noche que sucedio al accidente mortal de Katrine Westin, cuando el marido se habia derrumbado en el recibidor de la granja.
Al llamar a la puerta, la mujer, Maria Carlsson, la reconocio al instante.
– No, no hemos visto mucho a Joakim este otono -dijo cuando estuvieron sentadas a la mesa de la cocina-. No es que nos llevemos mal, pero el se mantiene apartado. Pero sus hijos juegan mucho con nuestro Andreas.
– ?Como era Katrine, su mujer? -pregunto Tilda-. ?Quedaban con ella cuando vivia sola con los ninos?
– Vino a tomar cafe un par de veces…, pero creo que estaba muy ocupada en la finca. Y nosotros tambien tenemos mucho trabajo.
– ?Sabe si recibia visitas?
– ?Visitas? -repitio Maria-. Vinieron algunos obreros a finales de verano.
– ?Llego alguien en barco? -pregunto Tilda-. A ludden.
La mujer se paso la mano por el flequillo e hizo memoria.
– No, no que yo recuerde. De todos modos, desde aqui no habria visto nada.
Senalo por la ventana hacia el nordeste, y Tilda vio que los faros quedaban ocultos tras el enorme establo del lado opuesto del patio.
– Pero ?no han oido alguna vez el motor de un barco? -insistio-. ?El sonido de un motor?
Maria nego con la cabeza.
– A veces, cuando no hace viento, se oyen pasar los barcos, pero no suelo fijarme en estas cosas…
Cuando Tilda salio al jardin se detuvo junto al coche y echo una mirada hacia el sur. Distinguio un grupo de cobertizos rojos a lo lejos, en el cabo mas cercano, pero no se veia una alma.
Y ningun barco surcaba las aguas.
Se sento de nuevo en el coche y comprendio que era hora de cerrar aquella investigacion: en realidad, nunca se habia abierto.
Cuando regreso a la comisaria, guardo la carpeta con sus anotaciones sobre Katrine Westin en el archivador que ponia «NO PRIORITARIO».
Sobre la mesa tenia tres grandes pilas de papeles y media docena de tazas de cafe sucias. En cambio, la mesa de Hans Majner, al otro lado de la sala, estaba impoluta. A veces sentia el impulso de dejarle un monton de informes de trafico, pero se controlaba.
Por las tardes, Tilda se quitaba el uniforme, se metia en su pequeno Ford y conducia por los alrededores para ver la isla, al mismo tiempo que escuchaba las grabaciones de Gerlof. En la mayoria de los casos sonaban bien; el microfono captaba claramente las voces de los dos, y Tilda se dio cuenta de que el se habia acostumbrado a hablar cada vez que se veian.
Fue durante uno de esos paseos cuando por fin encontro la furgoneta de la que Edla Gustafsson le habia hablado.
Estaba en Borgholm. Dio unas vueltas por las calles y luego continuo hacia el sur, pasando por el puente hasta Kalmar. Alli habia mas calles, aparcamientos mas grandes, y condujo despacio, pasando por delante de cientos de vehiculos sin ver una sola furgoneta oscura. Era desesperante.
Media hora despues, al oir por la radio local que esa tarde habia carreras de trotones, abandono el centro y condujo en direccion al hipodromo de Kalmar. La pista vallada estaba iluminada con enormes focos. Alli dentro se jugaba y perdia dinero, pero Tilda se quedo en el Ford y condujo despacio a traves de las hileras de coches aparcados.
De pronto freno en seco.
Habia pasado por delante de una furgoneta. Tenia rotulado «FONTANERIA KALMAR» a ambos lados, y era negra.
Apunto la matricula y puso la marcha atras y aparco en una plaza libre, un poco mas alla. Luego llamo a la central de la policia regional y pidio que comprobaran la matricula. Le dijeron que pertenecia a un hombre de cuarenta y siete anos, sin antecedentes penales, que vivia en un pueblo a las afueras de Helsingborg. La furgoneta no tenia multas de trafico, pero habia sido dada de baja en agosto.
